Es común que la delgadez haya tomado cuerpo (o expropiado cuerpo) en la humanidad de la mayoría de los venezolanos. Niños, adolescentes, adultos y ancianos famélicos se exhiben por doquier como evidencia de la «democratización» del hambre, esa que no llega a la rechoncha humanidad de quienes, independientemente de su posición política, mayoritariamente afecta al régimen, disfrutan de las ventajas del poder.
Pero la delgadez, esa que me mata verla apropiada de la humanidad de mis hijos, de mi familia y de todo el pueblo, y de la que no he podido escapar, pareciera haberse extendido a otras esferas de la vida social. Así, los sueldos y salarios de los trabajadores venezolanos, esos a los que economistas y opinadores del régimen y de la oposición le atribuyen, manipulación de por medio, cualidades inflacionarias, son de los más delgados del mundo, en tanto a duras penas llega, el salario mínimo, a unos 10 dólares al mes, mientras que las ganancias del sector financiero, de los importadores y el patrimonio de la vieja y nueva burguesía se acrecienta de manera grosera.
La delgadez hizo casi invisible los derechos humanos. Al menos desaparecieron de los tratados, de la constitución, leyes y demás normas que leen magistrados, jueces, fiscales, funcionarios policiales y militares, así como los dirigentes vinculados al régimen, salvo que ella, casi convertida en pandemia, haya afectado las neuronas de los mismos hasta hacerlas casi desaparecer, incluso las de aquellos con vieja formación revolucionaria hoy devenidos en chavistas. Además de la exclusión por razones políticas y derivadas de los paquetazos económicos (en cualquier escenario de la vida venezolana), la represión, la persecución y el encarcelamiento a disidentes u opositores se acrecentó este año. Ninguna carantoña de la MUD fue válida para frenar esa tendencia. Por el contrario, los abusos se acrecentaron y, sin pudor alguno, violentaron los derechos humanos, como el de elegir, usando como escudo protector al TSJ.
La delgadez acabó con la ya famélica eficiencia en las instituciones gubernamentales para sostener una mínima calidad en la prestación de los servicios públicos. En buena parte de Venezuela (el estado Falcón es emblemático en eso), el agua potable casi queda en el recuerdo. El servicio regular de energía eléctrica sigue enflaqueciendo (ya tiene rato pasando hambre), el de telefonía y de Internet están bien desnutridos. Ni hablar del aseo urbano al que la basura lo consumió. Lo mismo pasa con la vialidad, donde los huecos se han multiplicado como llagas por toda la geografía nacional. También el servicio de salud, donde la delgadez presupuestaria en hospitales y ambulatorios ha dado lugar a muertes de miles de venezolanos. Pasa igual con la seguridad, que ya casi ni se ve en la palabra por la delgadez. Mientras ello ocurre, la calidad de vida de viejos y nuevos burgueses sigue engordando y la aseguran mediante la contratación de servicios privados para atender obligaciones públicas (como la seguridad) que le niegan, reitero, al pueblo.
La delgadez, por si fuera poco, afectó la amplitud de la unidad opositora, especialmente de la MUD, que se redujo a 4 partidos en momentos que demandaban (y siguen demandando) una unidad superior. Cálculos electorales de por medio, el interés partidista y parcial frente al interés nacional, privó para que, una bien engordada mayoría popular descontenta frente al régimen, careciera de una conducción congruente con sus demandas y su disposición, desperdiciando momentos estelares que podrían haber significado una salida del régimen.
Por fortuna, Maduro y el régimen no salieron ilesos de esta realidad, pues hoy lo que tienen es un famélico respaldo, creciendo casi en la misma proporción que la delgadez del cuerpo de la mayoría de los venezolanos. Solo falta que una nueva unidad gane peso, para que pueda conducir el descontento popular que, tan pronto amanezca el 2017, se hará sentir en cada rincón de Venezuela, tal como este moribundo año lo ha hecho en diversos espacios y momentos.
Así que, al término de 2016 el balance es la delgadez. Eso es lo que vemos frente al espejo, en nuestra familia, en nuestros amigos, en nuestro pueblo. Nos toca aprovechar a ese pueblo en el que ha engordado el descontento, en el que crece la disposición de lucha, para organizarlo, levantando una nueva unidad, una unidad superior, basada en un Programa de Reconstrucción Nacional que impulse, con presión y lucha popular, el cambio político necesario para salvar a Venezuela y a los venezolanos del caos. Hagamos peso en la delgadez del respaldo popular al régimen y salgamos de él de una buena vez.