Hace pocos días escribí algunas cosas relacionadas con el desafío que tiene la oposición de cara a la rebelión democrática. Entre los aspectos que puntualicé estaba el de la dirección política, entre otros. Sobre ella me detendré en esta ocasión, para así definir la dirección que se requiere en la actualidad.

Una dirección culta. El planteamiento está bien alejado de la acumulación de títulos académicos, así como de la experiencia gerencial, aunque no las excluye. En lo fundamental se trata de una dirección con la suficiente cultura política como para entender, aprender y recrear las diversas experiencias de lucha contra regímenes dictatoriales; para entender lo que significa la caracterización de un régimen, capaz de descomponer el discurso de la camarilla en el poder sobre la base de su práctica gubernamental, sobre la base de las determinaciones que en materia económica se toman. Una dirección con suficiente cultura política como para reconocer aquella vieja enseñanza de que los aliados los determina el momento histórico que se viva y no los principios ideológicos. En fin, una dirección capaz de elevarse en sus estrecheces particulares y priorizar por el interés nacional y de las grandes mayorías.

Una dirección madura. Capaz de administrar y controlar las visceras, sobreponiendo a ello el raciocinio y, como ya expresara, el interés nacional. Con la sufriente experiencia como para lidiar con las diferentes posiciones política e ideológicas, apuntando siempre a la búsqueda de los aspectos coincidentes, unitarios, capaz de entender y combinar diversas formas de lucha para derrotar al régimen.

Una dirección democrática. Capaz de reconocer la diversidad de orientaciones políticas e ideológicas que existen en la oposición venezolana. Dispuesta a defender, como válidas, aquellas expresiones doctrinarias democráticas, por muy disimiles que sean a las propias.

Venezuela requiere una dirección política deslastrada de cualquier vestigio de revancha y de persecución a aquellos que profesen ideologías contrarias a las propias. Que entienda un principio elemental; que la unidad es la expresión de la unión y la lucha de contrarios frente a un adversario al que hay que desplazar del poder.

Una dirección confiable. Una dirección que goce de legitimidad en el seno del pueblo venezolano, que sea reconocida en la ética de su práctica politica, alejada de cualquier vestigio de corrupción y, también, de oportunismo en su práctica.

Una dirección que, en lugar de luchar por hacer que sus partidarios se conviertan en factor hegemónico, procure a diario la mayor suma de voluntades para salir de este caos a la brevedad.

Una dirección dispuesta. Atrevida, audaz, que actúe con sentido de la oportunidad y se convierta en la vanguardia que requiere el pueblo venezolano, la mayoría democrática en estás circunstancias. Una dirección con el temple necesario para dar, junto con el pueblo en rebelión democrática, el puntillazo al nefasto régimen que sojuzga y oprime a los venezolanos.

Esta es la dirección política que necesitamos. Solo basta que la voluntad, la disposición de los distintos actores políticos de las fuerzas democráticas se ponga de manifiesto, en la práctica, para levantar las esperanzas del pueblo venezolano y empujar el descontento hacia el camino de la victoria popular y la democracia.

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