Esta interrogante necesariamente debemos hacérnosla quienes desde hace tiempo venimos calificando al actual régimen como una dictadura asentada en un pacto de mafias. ¿Qué se esconde tras el llamado a la “sensatez humana”? ¿Cómo explicarse la continuación de la represión y encarcelamiento contra diputados? ¿Hay un mínimo de sinceridad en las palabras del sátrapa? ¿Qué negocios estarán haciendo con la angustia y la preocupación de la población? ¿Cómo se estarán llevando a cabo los robos, las tracalerías y el saqueo a la nación, en medio de estas circunstancias?
Por mi parte, no les doy ni una ñinguitica de credibilidad a los voceros de este régimen, pues sigo creyendo que no los anima en absoluto sentimientos de humanidad. Seguro estarán pensando cómo van a aprovechar el momento para seguir estirando su estancia arbitraria en el poder, beneficiándose de que tanto las presiones externas e internas contra ellos deben ser mitigadas o pospuestas.
Muchas son las recomendaciones y las medidas que obligatoriamente, desde el punto de vista médico-sanitario, deben guardarse. La preservación de la vida está por encima de cualquier otra consideración. Pero, pese a los avances de la ciencia, la humanidad resiente amenazas como en muchas décadas no habían ocurrido, situación que de por sí cuestiona los modelos y los sistemas de sociedad que a nombre de la “democracia” se han venido levantando en todo el orbe, y que causan daños terribles a nuestro medio ambiente, y como ejemplo valga la depredación que se realiza en el Arco Minero del Orinoco.
A riesgo de parecer insensible ante esta tragedia mundial, la actitud más acorde frente a la camarilla gubernamental es seguir desconociéndola en su carácter de usurpadores de la principal instancia ejecutiva del país. Su continuidad en la conducción del país es garantía del agigantamiento de la crisis, de la destrucción de la república y de la total desaparición de las libertades públicas y los derechos democráticos. Ellos son los culpables de que esta pandemia nos encuentre con la destrucción general de los servicios de salud, llegando a la calificación de “emergencia humanitaria compleja” desde hace muchos meses, con hospitales sin insumos y sin profesionales suficientes para la atención de las enfermedades más comunes. Y, de ñapa, con los servicios básicos de agua, luz, gas, alimentación y transporte en condiciones deplorables, y sumidos en una anarquía sin parangón.
Nunca parto de ese dicho popular que reza “piensa mal y acertarás”, pues esta predisposición negativista contradice las posibilidades de un análisis objetivo… Sin embargo, conociendo a los personajes que conforman esta camarilla gubernamental, temo no errar al decir que están fraguando —no olvidéis su mentalidad mafiosa y bribonesca— maniobras de diverso tipo (económicas, electorales, punitivas, represivas, etcétera) para aprovechar el estado de sitio, con nombre de cuarentena, a favor de su insolvente y fracasada administración y poder pescar en río revuelto algunos favores que les hagan aumentar sus arcas personales y sus posibilidades de continuación bajo el imperio de la ilegalidad e inconstitucionalidad. Eso sí, con muchos llamados, casi una alharaca, a unirnos en “una sola comunidad nacional”, “una sola familia”, para “enfrentar juntos” este desastre, bla, bla, bla, etcétera.
No, no podemos creerles. En primer lugar, porque no merecen que les creamos y, además, porque han hecho de la mentira una institución de Estado, inventando “realidades” que nada tienen que ver con la existencia real, como se patentiza en los supuestos hospitales escogidos para atender a los pacientes del virus, y cuya situación de desvalimiento ya es denunciada por diversos trabajadores del sector salud.
Hoy más que nunca se requiere que nuestra Venezuela entienda la urgencia de contar con una organización social autónoma y de base: la asamblea de ciudadanos, no solo para poder ejercer directamente sus derechos políticos, económicos y sociales —como lo estipula el artículo 70 de la Constitución—, sino también como una forma permanente de expresar la solidaridad social y la comunidad de intereses frente a los diversos problemas que nos aquejen.
Una sociedad dispersa, sin un tejido social fuerte, extendido y en constante renovación, sin organizaciones gremiales y sindicales contundentes y combativas, sin universidades autónomas, activas y emprendedoras, con la organización comunitaria cooptada por el partido de gobierno, es fácil víctima de la demagogia, del corporativismo, de la politiquería, en fin, es una sociedad que muy probablemente se dirija hacia posiciones de irracionalidad y muy probablemente a aceptar el fascismo militarista como único camino para establecer un orden, cualquier orden, frente a la extensión de la anarquía y de la anomia.
Hago esta reflexión, pues me niego a asumir el castigo de la cuarentena como un cese de las hostilidades contra la desvergüenza y las tropelías del régimen de facto. Las fuerzas del cambio deben aprovechar este lapso sobrevenido para que lo más pronto posible despleguemos nuestros ánimos y nuestros esfuerzos para poner fin, de una vez por todas, a la dictadura que como una peste ha caído sobre nuestro país. A desechar las ilusiones y a prepararnos para la lucha.