Los acontecimientos en el país muestran sin lugar a dudas una terrible realidad. Muchas veces al consultarme y opinar sobre el tema, reiteradamente soy incisivo y lo seguiré siendo, pues la política venezolana está contaminada por distintos gérmenes que han hecho daño tremendo .
La esperanzas de la población se desvanecen un poco con cada acontecimiento. La gente quiere una salida inmediata a esta crisis, aunque en los últimos tiempos ha demostrado una gran madurez política que aporta muchas lecciones que deben ser aprendidas. Esa madurez la vimos en las primarias de octubre de 2023, en las cuales se eligió quien competiría contra Maduro en las elecciones presidenciales del 29 de julio de 2024. Luego, el pueblo volvió a dar lecciones de claridad política en el referéndum sobre el esequibo. Maduro fue derrotado con la abstención popular. Quedó solo y puso al CNE a mentir sobre los resultados de dicha consulta. Después, en una demostración de espíritu democrático, derrotó a Maduro en las urnas en julio de 2024. Estos tres episodios son reveses que recibe el régimen y que lo mantienen en su inestabilidad, aunque en apariencia pareciera lo contrario.
El «socialismo del siglo XXI» ha condenado al país entero al hambre y la miseria, mientras una minoría se beneficia de las arcas del estado, de la política económica de corte liberal que impacta negativamente en nuestra economía y en las mayorías, de la corrupción, de la entrega del país a intereses foráneos. Por ello vemos cómo el capital financiero, la vieja burguesía y la boliburguesía creada en 25 años de chavismo, estén o no agremiadas en Fedecámaras y otros gremios empresariales, incrementan de forma vertiginosa sus ganancias. Los podemos ver en actos oficiales, estrechando manos gubernamentales manchadas de sangre, mientras desconocen cualquier compromiso con los trabajadores que son sometidos extensas jornadas de trabajo y bajos salarios en contrataciones informales. Ese capital financiero, los enchufados y otros son, sin lugar a dudas, parte de nuestro problema.
Este propio aparato financiero, compuesto por grandes grupos económicos que en tiempos de Chávez aparentemente perdieron sus prebendas, hoy comparte trozos del botín de aquellos que se dedican a saquearlo.
La oposición parece que da pasos de avance, pero en la ruta algunos se detienen para dar vueltas sobre asuntos que los han llevado al fracaso anteriormente. Insisten en manejar la estrategia de la amenaza internacional, de la invasión extranjera intentando ser el fantasma que haga temblar a los usurpadores del palacio. La mayoría de la dirigencia opositora tarda en construir y organizar una fuerza social, democrática que se convierta en tsunami de democracia para arrase con la dictadura bajo los principios de nuestra Carta Magna.
Tal parece que los avances y la mediana comprensión de la situación política del año 2024, antes durante y después de las elecciones, llegó a su techo. Lucen aislados de la población, sin construir una fuerza real de base. Hacen política bajo el estilo empresarial, una pirámide que endiosa a los más visibles líderes, quienes se comportan como eruditos de que son ellos los salvadores y los que saben, además de insinuar que tienen un plan misterioso que solo ellos pueden saber.
Crean la expectativa de que algo fuera de nuestro alcance pueda ocurrir. Aúpan y alimentan ideas que están alejadas de la realidad de Venezuela. Obvian que nuestro país es un área en disputa, que varios imperialismos pugnan por la hegemonía en el país, y lo hacen apelando, contradictoriamente, a los llamados por la soberanía nacional. Obvian que estamos en medio de contradicciones interimperialistas y que hay que hacer política considerando ese aspecto fundamental en la lucha por la soberanía y democracia en Venezuela.
Le han dado calor a la idea que la asfixia internacional o la intervención sería la solución definitiva a la grave crisis que se padece, reforzando de esa forma el discurso y la estrategia gubernamental de que «Venezuela es víctima de ataques desde el extranjero», con lo cual el régimen busca justificar todos sus desafueros contra el pueblo y mantenerse en el poder a como dé lugar.
A pesar de ello, el pueblo ha dado suficientes muestras de madurez para entender que aunque no se haya obtenido la victoria final, se avanza hacia allá. Los venezolanos han entendido que esta lucha no es lineal, que tiene avances, retrocesos, estancamientos, porque nos enfrentamos a un régimen de mafias delincuenciales que no respetan ninguna formalidad. Hoy el régimen luce más débil políticamente hablando, aunque ejerza perversamente la violencia, que es lo único con lo que cuenta. No tiene pueblo. Incluso, ha perdido importantes apoyos internacionales, tanto de gobiernos como de factores políticos. En medio de este avance, hace falta construir una fuerza popular y democrática.
Las pasadas elecciones pusieron en evidencia la disposición de la población a luchar por el cambio político. Sin embargo, eso no ha sido suficiente para que el objetivo se logre. Hay que comprender que lograr el objetivo, salir de la dictadura, no es solo un asunto de voluntad ni de mayorías. Se trata de construir una fuerza material que logre el objetivo, el cual se conquista con conciencia, disciplina y teniendo clara la estrategia y la táctica a ejecutar.
Requerimos de la construcción de esa fuerza, apoyándonos en la más amplia unidad, sin la mezquindad o el egoísmo propio de la carrera política por el poder. El objetivo debe ser uno solo: restituir democracia en Venezuela.
Hoy estamos más claros de la intensidad de la esperanza de millones de compatriotas en cuyo pecho y corazón tienen presente el deseo de cambio. El objetivo estará tan cerca como podamos estrechar lazos entendernos y actuar unidos.
La confrontación política tiene distintos matices, distintas formas de lucha, hemos agotado muchas, hemos insistido en otras.
Pero hoy es necesario construir nuevas formas, combinarlas con otras, usar nuevos medios de lucha que tengan la contundencia de lograr el objetivo que por otros medios no hemos conseguido.