Hace años tuve la oportunidad de leer, del escritor George Orwell una novela política de ficción titulada 1984. Creación distópica, que nos habla de una sociedad imaginaria indeseable. Expresa esta novela el anticomunismo post Segunda Guerra Mundial, tergiversando lo que realmente sucedió en la URSS desde 1917. Lo que se describe en dicha novela nada tiene que ver con el socialismo ni el comunismo. Es una novela con una clara intención de mentir, de estafar, como lo ha hecho el chavismo por más de 20 años en Venezuela.
Orwell describe a un omnipresente y vigilante Hermano Mayor, quien sería un policía del pensamiento y la neurolengua, donde lo que no existe en ella no puede ser pensado. En este mundo existe un partido único, un consejo dirigente, formado por personas pertenecientes al partido, quienes conformarían una burocracia del aparato estatal. Además, estarían los proles, masa de gente a las que mantienen pobres, pero entretenidas para que no se subleven. Esta sociedad estaría sometida a una vigilancia extrema de control asfixiante, bombardeados con una propaganda alienante, impidiéndoles tener pensamientos críticos. A fin de conseguir este objetivo, se mantiene a las masas en la pobreza, pero se les organizan todo tipo de actividades. Se les hace «participar» en forma activa gritando consignas a favor del partido único, vociferando insultos contra supuestos traidores, exacerbando el fanatismo al máximo. Esta narrativa en nada refleja el socialismo, ni el comunismo, por el contrario, es una retórica que más bien parece un folletín panfletario salido de algún escritorio de la CIA, sin embargo, su lectura me ha hecho reflexionar sobre la utilización del poder y los medios de comunicación para manipulación de las masas.
Esta novela trajo a mi mente a Michel Foucault, quien en su libro Vigilar y castigar habla de las micro relaciones de poder. Define que el poder no es algo que se posee, sino que se ejerce. No es una propiedad de la clase dominante, más bien se trata de una estrategia. El poder es una relación entre sujetos que de alguna forma crean procedimientos de dominación. En palabras de Foucault el poder estaría en todas partes y vendría de todas partes. Todo discurso estaría atravesado por relaciones inherentes de poder. Además, era necesario vigilar el comportamiento a través del panóptico, una estructura desde donde se vigilaba a los dominados. Me figuro que hoy se utilizarían cámaras de vigilancia, escuchas telefónicas. Con esta propuesta Foucault deja de lado la lucha de clases, como si no existieran y todo fuese por generación espontánea, o un arte de magia.
Por su lado, acerca del poder Engels explica que, al llegar la sociedad a cierto grado de desarrollo, producto de los antagonismos irreconciliables que surgen de sus clases sociales, se crea un Poder situado aparentemente por encima de la sociedad a fin de amortiguar el conflicto, a mantenerlo dentro del ‘orden’. Y este Poder, que brota de la sociedad, pero que se coloca por encima de ella y que se divorcia cada vez más de ella, es el Estado. Engels dice que ese Estado es una «fuerza» que, si bien surge de la sociedad, se sitúa por encima de ella divorciándose cada vez más de ella. Para mantenerse es necesario tener un ejército y policías para asegurar el orden y hacer cumplir lo que el poder público determine, leyes, impuestos y demás cosas administrativas necesarias para mantener al Estado. Es decir, ese poder del que habla Foucault no surge de la nada, tiene un origen bien determinado.
Una vez aclarado este punto del poder y retomando la novela de Orwel, donde se habla del Gran Hermano, figura que todo lo ve, no puedo olvidar la impresión que me llevé hace algún tiempo. Un par de ojos gigantes dibujados por doquier parecían vigilarlo todo. Ojos que se repetían en las fachadas de los edificios, aeropuertos, por las avenidas, por todas partes. Caracas estaba invadida por ese par de ojos. Tal vez, sería por mi imaginación que siempre vuela, me parecía que la realidad era tan parecida a la novela 1984. Incluso podía identificar al partido único, el consejo dirigente y los prole. Más aún, lo unía al pensamiento de Foucault y en una masa de desposeídos fanatizados llamados colectivos que asumían la vigilancia de un barrio, observaba cómo el castigo eran impuestos a las masas.
En ese contexto, en el segundo aniversario del fallecimiento de Hugo Chávez, Jorge Rodríguez expresó lo siguiente: “dejar constancia de la mirada de Chávez, para que sea perenne, eterna, victoriosa, triunfadora y esperanzadora y continúe vigilando los pasos de esta ciudad, para que siga acompañando la lucha denodada del Presidente Nicolás Maduro”. ¡¡SUSTO!!, no era mi imaginación, todo estaba fríamente calculado.
Hoy como un sueño que se desvanece, como esperanzas de fe que no fueron cumplidas, los ojos empiezan a desaparecer poco a poco. Los gritos de las masas enardecidas y fanatizadas, los prole, según la novela de Orwell, ya no se escuchan. Ahora se oyen los gritos de los trabajadores que recorren las calles de las ciudades, exigiendo sus derechos. Derechos colectivos consagrados en la Carta Magna y en contratos colectivos. Los derechos que parecen desvanecerse igual que los ojos vigilantes.
Engels tenía razón, el Estado se crea como una fuerza externa, por encima de las luchas de clases, pero siempre responde a los intereses de la clase dominante. Sus aparatos represivos están actuando para mantener el orden. Dirigentes sindicales y sociales, defensores de los derechos humanos, son encarcelados con un vano afán de acabar con las protestas por derechos conculcados. Al grito de EL PUEBLO UNIDO JAMÁS SERÁ VENCIDO, las luchas de los trabajadores se articulan y se siguen desarrollando, demostrando, como lo dijo Carlos Marx, que la fuerza dominante será la de la clase obrera. En sus manos está la oportunidad de crear una nueva realidad para Venezuela y el mundo.