Se encrespan de nuevo las opiniones sobre la inflación y el incremento del precio del dólar. Aparecen las consabidas opiniones según las cuales estos aumentos se producen debido al pago del bono que les corresponde a los educadores. Conclusión forzada: el gobierno no debió pagar el bono. Tampoco debe haber más aumentos. Así opinan, más que interesadamente, los economistas de lado y lado, y por supuesto también el gobierno. Los culpables son los educadores. La culpa es el incremento de salarios.

Este lugar común es el resultado del análisis superficial de las cuestiones económicas. Sus consideraciones parten de la esfera de la circulación, blandiendo la espada de la teoría subjetiva del valor y del dinero. No de la producción. Al analizar las cosas a la inversa, se llega a ideas erróneas en favor del capital.

En primer término, es la política económica en su conjunto lo que determina que —ante la caída de la capacidad de demanda que motivan los incrementos de precios— se produzcan incrementos salariales. Estos incrementos con un PIB en ascenso no deben producir inflación. Pero aumentos salariales sin aumento del crecimiento económico sí produce aumentos generalizados de precios. Ése es el problema.

Una política económica antinacional —como la del chavismo en toda su historia— es lo que conduce a una inflación crónica como la sufrida, hasta llegar a hiperinflación. Distorsión que termina por afectar a toda la economía y sectores sociales, pero, principalmente, a los trabajadores. Es un impuesto que le arranca el presente y el futuro a quien vive de un salario.

De esta manera, lo que resultó una conquista es arrebatado por el gobierno con la inflación. Es la venganza por haberles obligado con la movilización y la protesta a pagar el bono. Pero falta más, hasta que deroguen el instructivo ONAPRE.

La fórmula [ W= V + K + P ] resume el valor de cambio de toda mercancía (salario más capital más plusvalía). Luego, Si el precio en junio era de 100, supongamos, a finales de agosto se colocaría en 120. Esto es, en junio, la composición del valor de la mercancía W era, supongamos, 33,3 + 33,3+ 33,3 = 99,9. Pero a finales de agosto se ubica en 120, dada la inflación. Lo que invierte en medios (K) se coloca en 39,98 (la anterior más una tercera parte de 20); V sigue ubicada en 33,3. Mientras, P se lleva la parte del león: 46,8. Se ha incrementado el beneficio del dueño de medios de 33,3 a 46,8, o sea, más de 40 %. De mantenerse la demanda, el empresario obtiene beneficios extraordinarios hasta que los salarios se incrementen en términos reales. Luego, la inflación favorece a los empresarios, no a los obreros.

Por su parte, los empleados públicos se ven aún más perjudicados. No importa. Si aguantaron que les birlaran el salario más de tres años, pueden soportar un tantico más.

Como siempre, el empresario se mantiene atento, pues se vería afectado si la inflación es de tal grado que no alcance el salario de los trabajadores para comprar bienes. Pero los de primerísima necesidad, por su naturaleza, mantienen una demanda elevada, sobre todo cuando no es posible sustituirlos. Los bienes que tienden a ser suntuarios verán caer su demanda.

A esto se agrega el efecto especulativo que dispara el incremento del precio del dólar. Se convierte en presión de demanda en general, pero sobre todo en presión de demanda sobre el dólar. A la inflación se le suma la venta con base en la proyección del precio que pueda alcanzar el dólar.

No es el incremento del precio del dólar lo que determina un incremento de precios generalizado. Contribuye con algo de eso cuando no sobran dólares, sobre todo porque presiona la demanda de esta divisa y con ello su precio se eleva. Pero lo que en realidad sucede es que la inflación conduce a que el precio del dólar —como el de cualquier mercancía— tienda a incrementarse. El gobierno drena dólares al mercado y eso conduce a que el aumento de la oferta de la divisa atempere la presión de demanda.

De allí que el precio del dólar ha estado por debajo del que se produce en el resto de mercancías. En el primer semestre de este año, la inflación bordeó 50 %. Los importadores gozan un mundo, pues el precio del dólar subió solo 20 %. El gobierno —bien por venganza o porque no tiene tantos— cerró el grifo y se disparó el precio de las divisas.

Hay quienes plantean que la homologación es un logro importante. Sin embargo, en Venezuela —dada la pérdida del salario real en una proporción tan grande, que lo coloca muy por debajo de las condiciones mínimas— la lucha debe ser por alcanzar la cesta básica. De allí que la lucha por incremento de salarios debe mantenerse. Es un asunto vital, y la gente sabe que el gobierno tiene plata, aunque la malbarate y la use en función de intereses foráneos. Con las importaciones crecen otras economías, pero se sigue desmantelando nuestro aparato productivo.

La relación de la inflación y el aumento del precio del dólar obedece, en última instancia, a la distribución de la riqueza. Así como el dólar barato favorece a los importadores, también favorece a muchos productores que importan medios. Pero, si esos dólares fuesen usados para la inversión productiva, mientras se frena la importación de bienes finales, seguro que crecería el PIB, el empleo, la capacidad de consumo de la gente y, por ende, no habría inflación.

La inflación, como vimos, conduce a una distribución de la riqueza más favorable para los dueños de los medios de producción. Hay que luchar contra ella, simultáneamente con la búsqueda de aumento del salario real.

Publicado en El Pitazo

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