Hay cosas que parece difícil ir juntas. Luciría como un desatino pedirle “humanidad” a Shyloc, el mercader de Venecia, cuando exige un bistec de una libra de la propia carne del deudor, la más cercana al corazón, para resarcir el compromiso comercial. O rogarle a Wenster Thayer —fiscal y juez de la sacrosanta justicia estadounidense— comprensión o indulgencia ante la ejecución en silla eléctrica de Sacco y Vanzetti, por un juicio abiertamente amañado y muchísimo más repudiado. O ¿cómo se vería un fiscal del ministerio público —adjetivo usado en el mismo sentido de mujeres “públicas”— pidiéndole a Maduro que no “ajusticie” a Oscar Pérez y sus compañeros, luego de que ante todo el mundo, en vivo y directo, decidieron rendir sus armas y entregarse? O ¿cómo pedirle a un comerciante que no venda un producto escaso a precios especulativos, si hay muchos que desean comprarlo a ese mismísimo precio?, como hace varios años oí decir a Jorge Roig —dirigente empresarial y exsenador de La Causa R— en una situación similar: “… son circunstancias concretas y aprovechables, cosas de la oferta y la demanda”. Son cuestiones que tocan elementos inherentes al ser: al comerciante, al inquisidor, al dictador o al especulador.
Es que esas cosas, cuando pertenecen al ámbito de la naturaleza del ser, lucen como obligantes para quienes están o se inscriben en esa categorización. Basta que recordemos la tan manoseada fábula atribuida a Esopo sobre el escorpión y la rana. En las conductas guiadas por el pragmatismo seguramente no conseguiremos principios o valores, referidos estos últimos no a bienes de fortuna o riqueza sino a bases morales o éticas de comportamiento. Por más que en las entradas de sus oficinas aparezca, muy visiblemente, el consabido lema de “visión, misión y valores”, el primer y fundamental objetivo nunca aparecerá a la vista en su verdadera dimensión. Pues una de las leyes más duras del capital, tanto como la de la gravedad, es la consecución de la más alta tasa de ganancia y que ésta vaya en una tendencia ascensional.
Guardando las distancias, en política esa ley pudiera ser traducida como “durar la mayor cantidad de tiempo en el poder, sin importar los medios que se utilicen”, verbigracia Maquiavelo. Veamos cómo parafraseó Students for Liberty al florentino: “No importan los medios, porque importa parecer; no importa la manera, porque importa llegar a destino; algunos dirán que no importan los medios, porque importa el fin; importa ganar el partido, y esa victoria es la conservación del poder”. Entonces, nadie podrá dudar del buen entendimiento de Maquiavelo por parte de Chávez, Maduro y Diosdado, por solo mencionar los más próximos en este terruño, que hasta han arrendado la ex república venezolana a potencias imperialistas, con posiciones que hacen ver como “nacionalistas” las actuaciones de entrega y sumisión a los gringos por parte de Juan Vicente Gómez y sus sucesores del extinto bipartidismo.
Recientemente llamó la atención la postura de Fedecámaras, a propósito de su 77 asamblea anual. Hablar de trabajo decente y “defenderlo” ante la OIT y pagar salarios-bonos, o sea no-salarios, de hambre —siguiendo a pie juntillas el ejemplo de Maduro y su política antiobrera—, con o sin contratos colectivos mediante, es algo perfectamente compatible… para la corporación empresarial y sus asociados. Mantener una queja que llegó a la sanción más alta —Inquiry Commission, en inglés tiene mejor sentido y entendimiento— por parte de la OIT y sentarse con el violador a hacer negocios de lo más chéveres, es perfectamente llevadero. Atrás quedaron los discursos y las posturas por la libertad y la democracia.
Total, no hay mejor ejemplo de esa acomodaticia postura empresarial que China: una de las dictaduras más antipopulares y groseras del mundo, pero a la vez un espacio dilecto para la inversión y para los negocios, por las ventajas comparativas que ofrece el régimen “comunista” a las más conocidas firmas empresariales del mundo —comenzando con una mano de obra barata, muy disciplinada y adiestrada, y culminando con centros de cambio dinerario y financiero altamente competitivos—. No por casualidad se ha convertido en el motor capitalista número 1 de la manufactura, al punto que le disputa la hegemonía global al gigante norteamericano.
Aquí cabría recordar lo que dijo el saliente y obsecuente presidente Cusanno: “Debemos buscar soluciones con quien verdaderamente tiene el poder”, y lo remacha así: “… soluciones con quien verdaderamente tiene el poder para hacerlo”. Entrelíneas y guardando las distancias, esto debemos leerlo así: Xi Jinping y Maduro nos ofrecen zonas económicas especiales y no podemos desaprovechar esas oportunidades para obtener ganancias. A final de cuentas ésa es nuestra naturaleza. Qué importa que le clavemos el aguijón a quienes luchan por democracia, así estemos en la mitad del río, o incluso más cerquita de la otra orilla. Clint Eastwood diría: For a few dollars more, aunque solo me refiera a su actuación en la recordada película western-spaguetti de finales de los 60.
La ética del capital está por encima de veleidades nacionalistas, republicanas o de libertades democráticas, o de regímenes políticos aunque se autodenominen “comunista”, “socialista del siglo XXI” o cualquier otro nombre rimbombante que esconda lo que en verdad son… Y, para que no quepa duda, el señor Cusanno —seguramente sin saber que hacía un papel similar al del italiano Giovanni Giolitti a comienzos de la década de los 20— hace hicapié en que lo más importante para la “reinstitucionalización” es la capacidad de endeudarnos al máximo: “Yo sí creo que pueda darse esa oportunidad y esa situación en el marco y en paralelo a un proceso de reinstitucionalización del Estado, de reinserción de Venezuela en el concierto de las naciones porque hay que rescatar las capacidades crediticias”. O sea, digámosle a Maduro que siga intentando “reinstitucionalizar” el Estado, pues “tiene el poder para hacerlo”, que siga remozando el parlamento, las gobernaciones y las alcaldías, y el empresariado con visión de futuro —o sea, el futuro de los nuevos y viejos ricos, tanto los de cuna como los sobrevenidos vía corrupción, narcotráfico y especulación— seguramente lo acompañará, de la misma manera que la burguesía naciente y genuflexa lo hizo con Mussolini en su campaña por “adecentar” Italia, con los Fasci di Combattimento a la vanguardia para limpiar el Lacio de cualquier olor socialista.
La cosa ha llegado a nivel de escándalo cuando dos connotados dirigentes políticos, María Corina Machado y Diego Arria —personajes de abolengo e indudablemente vinculados, práctica y teóricamente, a la defensa del capital y en absoluto afines a luchas proletarias o izquierdosas, ¡zape gato ñaragato!—, han defenestrado tanto al presidente corporativo saliente y su comitiva como a la que apenas inaugura su gestión con el beneplácito y contentura del dictador y de su vice Delcy. María Corina les reprocha su postura: “Venezolanos, un empresario es quien genera riqueza, empleo y valor a la sociedad. Esto solo es posible en libertad, con Estado de derecho e igualdad ante la ley. Hacer plata en un sistema mafioso, a punta de privilegios, es fácil. Ésos no son empresarios”. La palabra de Diego Arria —con seis años de antelación, pero ante la misma genuflexión empresarial frente al poder de facto del señor Maduro— va en la misma dirección: “El decálogo presentado al país por el gremio no es una propuesta para reactivar el país, es una contribución para encubrir la realidad. Sin dudas, es una capitulación de derechos. De libertad. Y hasta de dignidad”.
Lo paradójico del asunto es que la prosapia empresarial va un poco retrasada si la comparamos con el emporio de Lorenzo Mendoza, quien a la chita callando —y soportando los atropellos propagandísticos de las huestes chavistas, muy reales, pero principalmente teatrales— ha hecho pingües negociados en estas dos décadas de involución general de Venezuela, aparte de haber extendido a muchos otros países sus inversiones, convirtiendo a Polar en una multinacional respetada. De menos de 40 marcas que poseía en 1998 ha pasado a tener más de 130, en gran parte adquiridas de los pequeños capitales quebrados y otra parte de acuerdos con grandes empresas transnacionales de alimentos.
El novísimo presidente entrante, Carlos Fernández Gallardo, reafirma lo que a todas luces es un acuerdo general del empresariado organizado sobre sus relaciones con la dictadura de Maduro y su camarilla, por supuesto, siempre adornando sus discursos con nobles búsquedas: “El concepto central de nuestra preocupación debe ser la nación venezolana, porque se está desintegrando. Este país requiere soluciones, urge soluciones (…). Hoy estamos en una coyuntura que nos abre el camino para conquistar la modernidad. No veo un futuro en el país si no asumimos con seriedad y compromiso un proceso profundo de negociación entre todas las partes (…). La nación se nos desvanece en las manos y nos vamos en la pelea estéril, en la confrontación inútil, en el populismo incesante y carente de contenido”. Ratifica, no podía faltar, el catecismo sobre sus aspiraciones muy particulares dentro de su visión para reconstruir el país: “… las soluciones se darán de la mano del mercado y la inversión privada”. O sea, continuaremos con la línea de superliberalización de la economía adelantada por este régimen y es posible que hasta la dolarización ya no sea de facto, sino negociada con la Reserva Federal, olvidándonos de cualquier cosa que sea verdaderamente nacional.
Esta 77 asamblea anual no podía tener una guinda más gráfica que la grandiosa expresión de la vice Delcy Rodríguez: “Empresarios del mundo ven con envidia a los de Venezuela”. Vaya desvergüenza, los capitostes del “socialismo del siglo XXI”, con su presidente “obrero” a la cabeza, dando lecciones al empresariado mundial. Eduardo Galeano, revolcándose en su tumba, diría: “Un mundo patas arriba”.
Esta visión, aun siendo mayoritaria en la corporación empresarial, tiene su contraparte en sectores principalmente de la industria y de la producción agrícola. Vemos más sinceridad en declaraciones como la del empresario Juan Pablo Olalquiaga, expresidente de Conindustria, que asocia la necesidad de elevación sustancial del poder adquisitivo de los trabajadores con la recuperación de la producción de bienes con alto valor agregado, es decir, con elevación real de nuestras capacidades productivas propias y del mejoramiento de la producción, la productividad y la competitividad. El portal Banca y negocios publicó su opinión: “El proceso de dolarización ha permitido recuperar un poquito (sic) los salarios, sobre todo de los que están en el sector privado. Pero aún estamos muy por debajo de los niveles internacionales, y los precios sí han subido a niveles internacionales”. Superar la brusca caída de la economía nacional —pasó de USD 350 mil millones a 60 mil millones— va a requerir de un empresariado con un verdadero sentido nacional, no los que critica María Corina.
Por último, esta desnudez en que ha quedado el gremio empresarial frente a la población no puede tener otra respuesta que la intensificación de la lucha contra la tiranía. Los trabajadores y nuestra clase obrera sobreviviente debemos sentirnos impelidos a no seguir postergando la lucha decisoria contra un patrono-Estado y su séquito empresarial, que niega todos los derechos laborales y los derechos humanos. Debemos empinarnos por encima de nuestras debilidades y, haciendo uso de nuestra autonomía de clase, plantarnos de frente contra todas estas arbitrariedades para convertirnos en los sepultureros del régimen oprobioso que hoy rige los destinos del país.