Las movilizaciones de protesta en Cuba han colocado en el tapete el debate sobre la tradición del tal socialismo y su eventual debacle. De allí las repercusiones en la política venezolana. En principio, ciertamente debilita la dictadura de Maduro, propagandísticamente hablando.

Se trata, el de Cuba, de uno de los procesos más controversiales en la historia latinoamericana. Opinar al respecto significa adentrarse en una diatriba en la cual los fundamentos científicos no parecen motivar razonamientos objetivos en la mayoría de las personas. Es que, de inmediato, cualquier opinión se inscribe en la perspectiva polarizada, mayoritariamente en contra del proceso cubano, pero desde perspectivas principalmente anticomunistas. En nuestro caso, analizamos y criticamos orientados en favor del socialismo.

Son más de seis décadas de este proceso cubano que podemos periodizar en tres etapas. Desde el derrocamiento del dictador Fulgencio Batista, con la batalla de Santa Clara y la llegada del Che a la Habana, hasta su ida en busca de nuevos rumbos; de allí al derrumbe del llamado bloque del socialismo real; y, por último, desde el período especial a nuestros días. En estas etapas se resume, grosso modo, esa historia. Ya se viene abriendo paso un nuevo tiempo, marcado por algunas de las realizaciones a partir de la nueva Constitución aprobada en 2019, que encuentra en el movimiento rebelde una respuesta clara.

El gobierno cubano ha sido un factor fundamental para el régimen chavista. Lo que obliga a analizar seriamente el asunto. Es que la figura de Fidel Castro, síntesis de la revolución cubana, le brindó el ropaje perfecto a Hugo Chávez, a cambio de petróleo, tan caro para la economía cubana. En adelante, Cuba se convierte en una pieza clave para la sostenibilidad chavista.

Además, Cuba ha sido un referente mundial. Con lo de la llamada crisis de los misiles en octubre de 1962, estuvo en la palestra en momentos en los cuales muchos pensaron que la humanidad toda estaba en peligro. Es que la bravuconada de Jruschov emplazando misiles con cargas atómicas en la isla caribeña, hizo pensar que eso podía producirse. Pero Cuba fue referencia, sobre todo, por mostrar al mundo que sí se podía enfrentar al imperialismo y derrotarlo, tanto como Vietnam, Laos y Camboya. Que sí se podía edificar una nueva sociedad a poca distancia del imperialismo hegemónico de esos tiempos. Cuba fue símbolo de progreso. Los logros de esos primeros años de la revolución cubana nutrieron aún más esa simpatía. Es que Cuba alcanza las tasas más elevadas de alfabetización, esperanza de vida y cobertura sanitaria de toda la América Latina y el Caribe.

Con la participación en la guerra africana, Cuba muestra el grado de dependencia de la Unión Soviética —que ya actuaba con ínfulas de imperialismo y no con afán de solidaridad— y de la errónea interpretación del internacionalismo comunista. Una cosa fueron las brigadas internacionales en la guerra civil española, o las luchas y solidaridad en favor de una u otra causa popular, y otra muy distinta participar en una guerra del lado de uno de los imperialismos que se disputaban la hegemonía mundial.

Lo sustancial es que Ernesto Guevara de la Serna, mejor conocido como el Che, logra apuntalar la ley económica fundamental de esta etapa de transición durante los primeros años de revolución, esto es: “… asegurar la máxima satisfacción de las necesidades materiales y culturales, en constante ascenso, de toda la sociedad, mediante el desarrollo y el perfeccionamiento ininterrumpidos de la producción socialista sobre la base de la técnica más elevada”. Cuestión echada a un lado luego de su partida en busca de otros rumbos. Además de las cuestiones generales acerca del apuntalamiento del camino socialista, el Che juega un papel protagónico en un episodio interesante de la historia económica: cambiar el signo monetario cubano en un lapso de 48 horas, en 1961. En lo inmediato, eso elevó el poder adquisitivo de los trabajadores, mientras reducía la capacidad de financiación de la contrarrevolución. Dejando un precedente único en la historia económica mundial.

Aún sin suficientes evidencias escritas, es fácil deducir que el cambio de rumbo fue lo que motivó su partida de la isla. Se inicia así la restauración temprana del capitalismo en Cuba. La orientación económica en tiempos del Che, siendo jefe en estos asuntos, es radicalmente sustituida por la tesis de la división internacional del trabajo socialista (DITS), que condena a Cuba a la especialización en la producción de bienes primarios como azúcar, níquel, y, en general, productos agrícolas de exportación. Entretanto, importa lo demás del bloque hegemonizado por los rusos bajo el Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME). El derrumbe del llamado socialismo real trae la debacle y se inicia el llamado período especial.

La industria del turismo, inscrita dentro de medidas desesperadas, pretendió ser convertida en la locomotora de toda la economía. Desde los primeros meses de 1959, Fidel Castro impulsó la creación del Instituto Nacional de la Industria Turística (INIT), asumiendo su presidencia. De lo que se desprende que fue él quien siempre tuvo el proyecto en mente. Más adelante la biotecnología va a motivar importantes aportes a la economía. Asimismo, las misiones médicas a distintas partes del mundo van a suponer ingresos importantes a la isla.

El freno a los alcances de la revolución fue el resultado de la restauración del capitalismo. Si bien hubo excesos en la primera etapa, como la estatificación de ramas de la economía subalternas, se apuntaló la tesis de Guevara de que la soberanía reside en el desarrollo diversificado.

En tiempos recientes, el debate acerca de la nueva Constitución no fue sobre los problemas de la forma mercantil en la sociedad socialista, ni la planificación, ni sobre las formas de propiedad, ni las leyes de la construcción del socialismo, ni aquello del “hombre nuevo” y la relación entre el incentivo moral y el material. Esto es, los grandes problemas que atendió el Che Guevara en teoría y práctica. En esta oportunidad, la principal discusión fue en torno de cuestiones subalternas que bien recrean la burguesía y el imperialismo en el mundo moderno, entre ellos el problema de género y el matrimonio entre parejas del mismo sexo. Asuntos que deja la ideología dominante para distraer a amplios sectores. Las capas medias y sectores de izquierda, sobre todo, gastan buena parte de su intelecto en estos asuntos. En Cuba se realizó más ampliamente. Es que en la isla estas cosas cuentan con más data. Pero lo principal de la Constitución estaba en cuestiones referidas al desmantelamiento de los resabios incómodos en la letra socialista, aunque en la práctica muchas cosas ya se habían adelantado.

Para algunos, entre quienes nos contamos, estos cambios no son sorprendentes. Terminar de desmantelar los rasgos incómodos del pasado socialista, de seguro, iba a traer consecuencias. De allí se desprende la base objetiva de estas protestas de calle. El crecimiento de la pobreza, del desabastecimiento, la notoriedad de los privilegiados, entre otras cuestiones, las motivan.

Venezuela y Cuba, diferencias y similitudes

En el caso venezolano, las cosas no tuvieron un preámbulo como el de la revolución cubana. La guerra revolucionaria en Cuba, las batallas contra la dictadura, la insurrección que culminó con la entrada de Guevara en La Habana luego de la épica batalla de Santa Clara, la incursión en Bahía de Cochinos, entre otros momentos, resumen una disposición revolucionaria sin precedentes en el continente. Mientras, en Venezuela no hubo nunca, con el chavismo, ninguna intención de hacer nada socialista más allá del verbo farisaico. Los antecedentes resumen una gesta popular de pocas personalidades. Destaca el levantamiento espontaneo del 27 y 28 de febrero de 1989; luego, grandes movimientos de masas que motivaron una crisis política que deriva en los levantamientos de 1992, teniendo como protagonista principal a Hugo Chávez. Su frase “por ahora” le sirvió para catapultarse sin arriesgarse mucho en la contienda bélica.

En términos objetivos, el principal antecedente histórico fue la consolidación del papel de Venezuela en la división internacional del trabajo (DIT), impuesto en los estertores del bipartidismo y remachado por China y Rusia. En eso sí es similar la cosa con Cuba, que la asume formalmente desde 1972. Igual que en Cuba, acá formalmente se asume desde 1989, al incorporarse Venezuela a la Organización Mundial de Comercio (OMC), lo que se convierte en una condena que nos lleva a la más grande crisis del siglo. Desde el bipartidismo, y aún mucho antes, se jugó a ser proveedor de materias primas, a lo sumo producir bienes semielaborados, y al caer los precios y los niveles de producción del crudo era natural que cayéramos en la catástrofe que ha llevado a la pobreza a millones de venezolanos.

Las sanciones contra Venezuela, principalmente por parte de los estadounidenses, resultan un simil del criminal bloqueo contra Cuba. Medidas que han afectado la economía de ambos países. El bloqueo contra Cuba, siempre ha contado con la condena de todos los países del mundo, menos de EE. UU. e Israel. De todos los pueblos del mundo sí. Pero ha servido para que los gobiernos de Cuba y Venezuela escondan sus responsabilidades al adelantar políticas nada autónomas. Nada liberadoras de las fuerzas productivas.

El chavismo evolucionó rápidamente hacia el discurso socialista. Consolida el camino de la especialización superando todo lo anterior. Alcanza Venezuela tal grado de dependencia de los ingresos del crudo que era fácil vaticinar lo que iría a pasar. Se sustituye buena parte de lo producido internamente con la importación, proveniente ahora de una variedad de otros países y incluso de EEUU.

Guardando las distancias, son estas similitudes las que hacen coincidir las respuestas rebeldes de ambos pueblos contra las dictaduras respectivas. Las rebeliones en Venezuela contra la dictadura chavista tienen en común con la cubana que son básicamente de naturaleza espontánea. Mucho más en el caso de la cubana.

Siendo área de influencia del bloque constituido por China y Rusia, es lógico suponer que la búsqueda de incidencia por parte de estadounidenses y europeos tenga algún efecto. En nuestro caso, las contradicciones interimperialistas y la coincidencia de estar EE. UU. y la UE interesados en salir de la dictadura de Maduro, se presentan como reservas estratégicas en favor de la idea de derrocarla. En el caso cubano las cosas resultan diferentes, en vista de la tradición creada por décadas de sufrir el bloqueo estadounidense. Las reservas deberán ser distintas. Pero en ambos casos este asunto es complejo.

También hay similitud en que estamos inscritos en la misma perspectiva política de rescatar las libertades democráticas. Sin embargo, habida cuenta de la tradición socialista de la sociedad cubana, aun tratándose de revisionismo, son muy diferentes los procesos políticos. En Cuba, el sistema educativo, de salud y deporte, la formación de los médicos, que levantan simpatías acá o allá, se han convertido en la principal política durante muchos años. Son cosas difíciles de negar. Pero el socialismo es mucho más que eso. Debería traducirse en el desarrollo impetuoso de la industria, y no precisamente del turismo. La industria pesada y ligera, difícilmente, pueden ser sustituidas por una rama que poco permite desarrollar la técnica para la producción de bienes materiales.

Ambos pueblos, además, luchan por un mundo mejor. Por desarrollo diversificado, hasta la conquista de la revolución industrial, como base de la independencia nacional. Por una agricultura que garantice la soberanía alimentaria. Por una democracia de respeto a la soberanía popular. Ambos procesos demandan la más amplia unidad.

En cualquier caso, con todo y las similitudes, la cubana es una situación concreta que la hace distinta. Lo que sí podemos afirmar es que, en la perspectiva de lucha por un mundo mejor, por conquistar relaciones de producción y de cambio basadas en la propiedad social de los medios —con las particularidades de cada país—, somos hermanos.

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