Una negociación es el resultado de una puja, de un choque de fuerzas enfrentadas. Cuando uno de las fuerzas tiene absoluto dominio de la situación, la negociación no existirá. Solo habrá una imposición. Una victoria rotunda. Y es que existe un precedente vital en cualquier negociado, que muchos de los “negocieros” de la política venezolana, los que ven “la negociación” como un mantra de su estéril discurso, se niegan a ver. Los factores negociantes tienen que tener fuerzas relativamente equivalentes. Tienen que implicar, el uno para el otro, el peligro de la derrota.
La dimensión de la protesta de los trabajadores por mejoras salariales ha alcanzado una dimensión y magnitud poco vistas. Difícilmente la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) logró en su historia la extensión de una movilización como la reciente, en la que municipios recónditos que jamás manifestaron, lo hicieron de forma bastante nutrida y fiera. El hambre ha recorrido las calles clamando su vendeta. Y esta es justamente la fuerza que tienen hoy los trabajadores.
El régimen de Maduro, por su parte, la fuerza de las armas y el control del Estado y de los recursos, que no son poca cosa. Pero con el Gobierno ya se sabe con quién negociar, y de qué forma. Pero ¿sucede igual con los trabajadores?
Sabemos la forma en que actúa el régimen chavista. La fórmula del “reconocimiento” artificial de interlocutores que ellos escogen, impone siempre la representación. Escogen con quienes harán su pulso. Infiltración, compra de conciencia, represión y terror y otros instrumentos más bastardos, incluso financiamiento encapillado de campañas y marketing publicitario, dan sus frutos. La negociación en México es un claro ejemplo. Por ello sus resultados.
¿Están dispuestos los trabajadores a correr la misma suerte? Se juegan actualmente el salario de millones de venezolanos y más aún, se juegan inevitablemente el destino del país. Pero una fuerza, ya demostrada en las calles, sin una dirección sólida, unificada y bien establecida, además de unida en torno de exigencias mínimas para negociar, va directo a una estruendosa derrota. Ya lo hemos vivido con la oposición.
Son dos cosas, por tanto, las que urgen entre los trabajadores. Una dirección unificada con una representación en capacidad de dirigir el rumbo de la mejor forma, y una sólida unidad en torno de un pliego de demandas preciso, claro y que unifique a todas las diversas fuerzas y corrientes. Desde los sindicatos de base hasta las caducas y vetustas centrales anquilosadas, todos los trabajadores están obligados como nunca a la unidad y todos hacen falta.
Por otro lado, las manifestaciones han estado centradas, en resumen, en las exigencias más obvias y que están obligados los dirigentes a acompañar. Se condensan en Aumento General de salarios en todas las escalas, amparados en el artículo 91 de la Constitución, nuevas contrataciones colectivas a todo nivel, amparadas en el artículo 89 de la Constitución y el establecimiento de medidas de protección del salario, que deberán definir primero mediante un acuerdo interno. Y, sin embargo, deben ir más allá.
Pero si esa fuerza, que se enfrenta actualmente al régimen de Maduro -y que en definitiva es la fuerza del hambre y la pobreza extendidas-, no se dota de una dirección unificada y sólida, que deponga intereses y mezquindades en aras de la victoria de la clase trabajadora, y además no se dota de la unidad rotunda en torno de un único pliego de demandas, no irá a ninguna negociación, por más que alguno de los factores haya querido “jugar vivo” y robarse el show y los “represente”. Simplemente van a una estruendosa derrota y la historia les pasará factura. Véanse, trabajadores, en el rostro actual de la oposición. Es algo sobre lo que también las bases tendrán que presionar.