El previsto triunfo de María Corina Machado, ampliamente respaldado por una votación que ronda el 90% en la elección primaria del 22 de octubre de 2023, coloca a los revolucionarios en una circunstancia compleja nuevamente. Obliga a la filigrana quirúrgica y requiere, sobre todo, madurez y capacidad de ver la situación nacional e internacional, las fuerzas en conflicto, las fuerzas propias, el papel del pueblo en los procesos históricos y, sobre todo, su papel de vanguardia de los trabajadores y todas las clases desposeídas. Las determinaciones, pues. Sin partir de estos elementos, o saltando alguno, difícilmente se pueda llegar a conclusiones correctas. 

No vamos a detenernos en la caracterización del régimen de Nicolás Maduro, heredero que ha garantizado la continuidad íntegra e indivisible de la política económica de su antecesor. Sin embargo, es imprescindible decir que el régimen actual se caracterizó hasta hoy por ser un despotismo revisionista de izquierda. Esta es la categoría que mayor precisión brinda desde el punto de vista científico. 

¿Qué implica esto? Un grupo sin escrúpulos alcanzó y se adueñó del poder en medio del clamor de cambio revolucionario de la sociedad venezolana, mediante la conjugación de una personalidad carismática como la que brindó Chávez en la etapa anterior -heredada como “legado” por el chavismo de Maduro-, la ampliación ilimitada de la renta (Petróleo y Minería) y el usufructo casi total de esta riqueza por parte del Estado/Partido que construyó el chavismo. 

Estas son las fuentes primarias del despotismo. Pero fue además acompañado por un discurso revisionista (socialismo de palabra y capitalismo de hecho) bajo el amparo del ropaje empalagoso de la izquierda derrotada, devenida en liberal, pusilánime y chauvinista. Esta circunstancia fue transversalizada por el avance de un bloque imperialista emergente, que no descuidó oportunidad. Suficientes datos hay. Para qué redundar.

El despotismo chavista permitió (lo necesitaba) una base social amplia y sólida que vio en el lumpen su mejor aliado. Un ejército de reserva suficientemente extendido, propio de una economía improductiva y clientelar, de comercio y de renta del Estado (del suelo e impositiva). Esto colidió con lo que otrora intelectuales y marxistas caracterizaron como una sociedad y una burguesía hegemónicamente “parasitaria”. Esta condición se consolidó en su expresión más entreguista y abyecta; en un Estado al servicio de sus gobernantes y clientes, soportado por el capital especulativo y comercial y defendido, a su vez, por un “proletariado parasitario” dispuesto a todo por defender “el (su) poder”, hasta con la vida. 

No necesitaban más. Frente a un país confundido por el engaño, el deseo de cambio y la ausencia de una vanguardia revolucionaria con suficiente jefatura y/o unidad táctica y estratégica, se alzaron en el poder con facilidad. Y con la entrega del país, el respaldo del imperialismo chino y ruso los atornilló. Son estas condiciones las que convierten al régimen en el enemigo principal de la revolución, porque no solamente hegemoniza el poder absoluta y objetivamente, sino porque la impide sustancial y objetivamente. Es la traba más importante para la revolución.

Estado de conciencia

Hoy, tenemos a un país y a unas clases oprimidas confundidas, atomizadas y fragmentadas en intereses, definiciones y objetivos inmediatos, sin capacidad de identificar sus intereses generales y particulares de clase de forma clara, empujada principalmente por las emociones y el mar de confusión que justamente han perpetuado al régimen chavista, más allá de sus propias capacidades. Es una sociedad sin brújula, en la que cualquier magnetismo hace de guía.

La gente busca con desespero salir del atolladero. Ahondar en esto, vista una emigración jamás padecida por los venezolanos (más de 7 millones), dispuestos a la muerte en la travesía de su éxodo, basta para saber que han llegado al punto de la desesperación. Y los revolucionarios, queramos o no, con las limitaciones objetivas que existen, estamos ineludiblemente frente a este inmenso y arrollador sentimiento de desespero social. La clase trabajadora, disminuida a la ruina, cuantitativa y cualitativamente, ha claudicado circunstancialmente al padecimiento de la sobrevivencia. Esto es irrefutable.

Y precisamente este estado subjetivo de las clases oprimidas es el que ha empujado a buena parte de la sociedad en su conjunto a ver, como posibilidad de salida, una candidatura que representa incuestionablemente a un sector de la burguesía que se inclina, al menos superficialmente, por el “otro” imperialismo. Pero más complejo aún, esto parece saberlo la gran mayoría, incluso con mayor claridad que algunos sesudos, y a su vez se convierte, contradictoriamente, en la principal limitación de ese liderazgo, de esa figuración de esperanza. 

¿Oposición sin rumbo?

Por el lado de la oposición, diversas expresiones políticas de la burguesía han tenido una limitación que creemos ha sido la más importante: Representan a la burguesía tanto como los capitostes del régimen, pero no de la misma forma. Su diferencia respecto al bloque de poder es que representan a distintos imperialismos. Quizás, no haber visto esto con claridad, ha limitado -o al menos ha hecho errática- la apreciación de muchos cuadros sobre el qué hacer en la actual circunstancia. También, lo complejo del fenómeno ha hecho sucumbir a muchos revolucionarios del mundo, ante el qué hacer en el caso venezolano. La desinformación y la falta de agudeza, afectó sustancialmente a criollos y externos. 

Pero esta determinación parece tener un peso mayor del que se le ha asignado. Muchos errores cometidos posiblemente tienen que ver con esto. Habrá que balancear, pero muchas decisiones en el campo de los revolucionarios han desatendido esta determinación, que quizás haya sido principal en el sostenimiento de la dictadura chavista y los desaciertos “incomprensibles” de la jefatura opositora. La “garantía” de muchas derrotas. 

Haber constatado esto tempranamente y aun así haber cedido la dirección de toda la política opositora a este grupo “conflictuado” por la disparidad de intereses, parece haber sido un error, allende las limitaciones diversas que padece la vanguardia. Es que es sobradamente evidente que esto ha castrado a la oposición en general para unificarse táctica y estratégicamente en el objetivo de sacar al régimen chavista del poder, y la conciliación con esta circunstancia no ha conducido a avanzar en la conquista del objetivo definido, sino más bien hemos acompañado su afianzamiento por mampuesto.

A nivel económico, a fin de cuentas, aunque por una buena temporada el capitalismo despótico no le sirvió a una parte importante de la burguesía y objetivamente al imperialismo estadounidense, a otra parte de la burguesía y a chinos y rusos, sí. Y vemos hoy cómo con rapidez pueden adaptarse todos a la nueva circunstancia, producto de una redistribución en la que los sectores hegemónicos del capital criollo salieron mejor beneficiados anteriormente. Pareciera haber un barajo de fuerzas e intereses que satisface circunstancialmente las apetencias y demandas de los distintos imperialismos. Total, la riqueza a expoliar es incuantificable. Sin embargo, no podemos concluir que por ello su pugnacidad ha cesado.

La nueva circunstancia

Hoy, MCM viene a conjugarse como representante no solo de un sector de esa burguesía criolla y de una facción importante del bloque imperialista estadounidense, sino como representante (elección mediante) de esa oposición “conflictuada” y de los anhelos de cambio (desespero mediante) que alberga la sociedad venezolana, incluso la desilusionada del propio chavismo. 

Las expresiones de “por el que sea” son dominantes en casi todos los sectores del país. Esto es palmario, pero a ello se le suma la demostrada disposición a salir “como sea” del régimen actual. Y aquí es donde se hace complejo el asunto. No se trata de la “candidatura del imperialismo”, que lo es al igual que Maduro. Sino que es principalmente la personificación de los deseos de cambio urgente que alberga la propia clase trabajadora, independientemente de que, incluso, sea bajo el influjo del desespero.

Es incuestionable que MCM encarna (incluso siendo inhabilitada, pero ungida por las bases como el gran elector/pudiera delegar en cualquiera) el sentimiento de cambio y una posibilidad objetiva de salir del principal obstáculo definido anteriormente: el régimen chavista y su consecuente dictadura. Para que las distracciones de la retórica chavista y la destrucción social, económica y hasta cultural, propia del despotismo practicado, pierdan eficacia; para que las cosas puedan tomar un curso distinto -y por distinto asumimos un cambio sustancial en las correlaciones de fuerza, externas e internas- es necesario este paso. 

La posibilidad de que esto conduzca a una variación sustancial de las condiciones objetivas y subjetivas, es un hecho incontrovertible. Podemos asumir que otra candidatura (una que represente a la clase) permitiría participar (y perder), para al menos difundir el discurso de los revolucionarios y de los trabajadores. ¿Pero no perdería absoluta eficacia y sentido político, si hemos dicho que el régimen chavista es el principal obstáculo para la revolución, y definido por tanto como objetivo principal su desplazamiento del poder? 

Hoy, los revolucionarios no pueden pretender expiar sus culpas haciendo lo que no hicieron en 1998, obnubilados por la estafa Chávez. La destrucción del país no lo permite y hacerlo no supone ningún aporte en la construcción de condiciones objetivas y subjetivas para la revolución. Es más bien una opción de purismo moral e individual (claramente burguesa), que no se soporta con la realidad ni con los intereses generales de la revolución, habiendo definido anteriormente el objetivo: salir de la dictadura. 

Sin embargo, apoyar una candidatura cuyo programa político económico plantea afianzar el régimen de explotación y la forma en general de régimen político; siendo una continuidad y potencial profundización del régimen económico en general, se hace complejo. Es que se conoce, por pecado de sinceridad que, salvo los elementos retóricos del revisionismo izquierdista, MCM mantendrá, y eventualmente afianzarán, las mismas relaciones de dominación, pese a las variaciones que supone un “cambio de dueños” respecto a uno u otro imperialismo. De hecho, hay que decir que esto se convierte en su propia limitación, incluso electoral porque, como se dice, “el pueblo lo sabe”.

Pero debemos determinar, y esto es fundamental, el estado de las fuerzas revolucionarias para una salida distinta, en la que se pueda avanzar en la tarea de “desbrozar el camino para la revolución” de sus principales trabas. Y aquí es poco lo que podemos decir. No hay una fuerza revolucionaria, una vanguardia consolidada, no hay la fuerza suficiente sólida como para cambiar o inclinar si quiera la tendencia general, en una dirección favorable para la revolución, al menos en este momento. 

Y es que generalmente los revolucionarios sólo podemos incidir en la realidad tal cual se nos presenta, y no a partir de deseos y “mejores condiciones” ideales. No hay siquiera adelantos en materia de unidad de propósitos. Ni siquiera hay avances en la caracterización unificada de la actual circunstancia. Mucho menos de táctica o estrategia. Es que ni siquiera hay disposición racional a la verdadera unidad. 

Frente a esto, solo queda escoger la forma en que deberá actuar una vanguardia revolucionaria. La realidad impone, por su propia fuerza, la verdad. La justeza y fiabilidad del análisis de tendencia de una vanguardia solo se corroborará con el resultado. Hoy, estamos frente a una posibilidad objetiva de desplazar el actual bloque hegemónico, que ha tenido la solidez y experiencia de 25 años de dominación indiscutible y que ha procurado el estado de confusión quizás más complejo y extendido jamás registrado en la historia de los revolucionarios del mundo. Es frente a esta compleja circunstancia en la que menos silencio puede haber. Entonces, ¿de qué se trata?

La actitud de los revolucionarios

Es incongruente que no se le brinde respaldo a la única posibilidad de derrota del poder establecido. Pero la candidatura de MCM no es el resultado exclusivo de su carisma, maquinaria y talento. El propio régimen ha apuntalado el perfil de esta candidatura, incluso de ex profeso. Mucho ha hecho la incongruencia opositora, cuyo origen hemos señalado. Pero lo que no podemos soslayar es que es el resultado de una voluntad inconfundible de cambio de un grueso (si no inmensamente mayoritario) de la sociedad, llegada al hartazgo y dispuesta a cualquier cosa por cambiar; que vio en MCM una posibilidad más definida de confrontación y pugna por un cambio político. Encarnó la voluntad de cambio, independientemente de que no sea, en sí, el cambio propiamente. 

¿Pero, se debe brindar el apoyo a MCM, en este preciso momento histórico, solo porque sea una posibilidad real de alterar lo establecido, nunca antes conquistada por la oposición, sin la más mínima explicación y orientación de precisiones para el pueblo trabajador y la clase, sobre el carácter de este ineludible respaldo?

Sin entrar en detalles, todo indica que es abrumador el rechazo al régimen y a sus potenciales salvavidas. Y todo indica que la gente está dispuesta a cualquier sacrificio (incluso a dar cheques en blanco) con tal de que “la cosa cambie”. No hace falta ciencia para constatarlo. Pero no establecer los límites, las condiciones y el carácter del respaldo que los revolucionarios estamos impelidos de brindar a la oposición en su conjunto y a su candidatura, es actuar con el mismo silencio complaciente y claudicante de algunos revolucionarios que se ven imposibilitados de autocrítica tras haber respaldado ciegamente al régimen chavista. Es abandonar la responsabilidad de señalar la tendencia, de indicar las posibilidades reales y de no desbrozar el camino que estratégicamente transitamos. 

Muchas cosas parecen avecinarse. En la medida en que se amplía la posibilidad de un triunfo opositor, la circunstancia parece llevarnos a una encrucijada en la que tendremos que hacer grandes virajes. Actuar sin preparar ese terreno, es igual de irresponsable que levantar candidaturas de fachada, para salvar alguna “solvencia moral” particular. Es no quererse “empantanar”.

Una salida revolucionaria indica que (*): 

  • El respaldo debe brindarse, en primer lugar, a la candidatura unitaria en su conjunto, dado que no necesariamente sea MCM la candidata que enfrente al chavismo en 2024. 
  • Debe respaldarse en general los resultados que favorecieron la candidatura de MCM, en tanto es el resultado de la elección de una sustancial parte de la oposición movilizada, sobre todo orgánica, que incluso se colocó por encima de las opciones que sus propios partidos respaldaban.
  • Debe también proponerse la lucha masiva y unitaria por el cese de las inhabilitaciones, como prioridad inmediata e inicio de campaña, porque es correcto y porque es parte de una lucha política sustancial entre democracia y dictadura. 
  • Debe, además, establecerse la exigencia y denuncia de que cualquier candidato unitario cuya conducta fracture la unidad opositora, no solo no servirá para ganar, sino que afianzará (y por tanto es una actuación de traición implícita) las posibilidades aún no disipadas de triunfo del régimen actual. 
  • Debe establecerse con claridad que el programa a enarbolar por la unidad sea un programa mínimo de transición que permita la mayor unidad posible y el establecimiento de la democracia, el rescate de las potencialidades productivas nacionales y un régimen de libertades civiles y políticas. No solo porque el programa de gobierno en sí mismo es una oferta electoral, sino que esta oferta electoral debe procurar conquistar el mayor entusiasmo político posible. 

Estas, al menos hoy y de mejor forma explicadas posteriormente, deben ser parte de una posición revolucionaria. En resumen, se trata de un apoyo crítico y activo, en defensa de los intereses de los trabajadores y del pueblo venezolano.

Esto requiere ineludiblemente del enfrentamiento a las propuestas privatizadoras, a las propuestas de entrega de soberanía, de continuación de la destrucción de las capacidades productivas nacionales, que en definitiva han sido llevadas a su máxima expresión por el chavismo. Este enfrentamiento debe ser desarrollado firmemente mediante la denuncia revolucionaria y la difusión de las propuestas programáticas de los revolucionarios, sin que ello haga perder el objetivo principal de salir del régimen como prioridad táctica.

La consigna unitaria de “Todos contra Maduro sin apoyar la privatización”, pudiera unificar a amplios sectores revolucionarios y progresistas que forman, incluso de manera involuntaria, parte de las fuerzas de vanguardia y de reserva de la revolución. Es solo una idea que se lanza. Se trata de un apoyo condicionado, de un apoyo crítico y propositivo, que busque hacer eficiente la candidatura unitaria, dotarla de genuina unidad y que busque, al mismo tiempo, sentar las bases de una unidad más avanzada, de cara a las complejas condiciones en las que puede derivar la salida, por ahora posible, del régimen actual.

La posición de los revolucionarios debe ser crítica, de clase y sumamente firme respecto al carácter de la candidatura a competir en las eventuales elecciones de 2024. No es correcto brindar un “apoyo irrestricto”. Se debe pugnar por una candidatura unitaria y victoriosa. Porque ese es nuestro objetivo y coincide con el objetivo del pueblo venezolano, manifestado en las primarias del 22/10. Y aunque hay suficientes argumentos para respaldar a «quien sea» frente a Maduro, también se debe indicar que cualquier cambio verdadero del curso actual implica un cambio favorable a los trabajadores (salarios y pensiones) que son la mayoría nacional. Esto es, un cambio positivo en la distribución de la riqueza, en la estructura económico social del país y del modelo político, hacia uno productivo, democrático, de libertades y de participación social.

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