Avanza la ignominia. Parece tener camino franco. Principios y valores lucen fuera de lugar. Demodé. Conductas pragmáticas se imponen a troche y moche. La política agarra un flebítico tono violáceo que asquea. Y provoca que más de la mitad de la población aborrezca, casi en misma medida, a la camarilla dictatorial y a la dirigencia opositora. La del G4, G3 o G10, la del interinato, la de “tercera vía”, y un poco más a la emponzoñada de los alacranes que sirven al régimen.
Atrás quedó la lucha contra la usurpación. Y muy atrás la búsqueda de un cambio trascendental que redimiera cuentas con la historia. Ya la oferta no traspasa los límites de elecciones libres —¡cuando le convenga al señor Maduro!, pues no hay presión suficiente para exigir otra cosa—, vigencia de las libertades más sentidas (opinión, integridad personal, derecho a la vida y a la justicia) y liberación de los presos políticos.
Coincidimos en que ¡Navidad sin presos políticos! es grito obligado para quien se diga demócrata. De todas las aberraciones dictatoriales, los presos políticos, tanto civiles como militares, son la evidencia cruel y palpable de la conducta sanguinaria de un régimen que asesinó, torturó y ultrajó a centenares de venezolanos que luchaban por la libertad. Valgan como prueba los informes y ratificaciones de los organismos de derechos humanos de la ONU y varias ONG nacionales.
Hacia los trabajadores hay un ensañamiento particular. Bolsas clap y bonos sustituyen salario y va bien… ¿Alguien se acuerda de algo llamado prestaciones? Normal es la desmemoria y también que el patrono disponga de toda la libertad para despedir y contratar. Se trabaja para comer hoy. Mañana ya se verá. Pero, eso sí, hay diálogo social y las bolsas traen su potecito de sardinas y de mortadela. Además, con el poquito de ingreso extra al roído salario mínimo, más uno que otro bono “patriota”, podemos tomarnos unas cervezas de vez en cuando.
¿Y qué se consigue por la vía sindical meramente reivindicativa? Logros muy exiguos, pues el escalón que separa la actual situación de la existencia de salarios dignos es gigantesco y se necesitaría un salto de calidad, solo posible con un verdadero cambio político y de rumbo económico. Sin embargo, la exigencia de que se cumpla el artículo 91 de la CRBV debe seguir siendo nuestra bandera.
Los contratos de trabajadores de educación, en ciernes, de la construcción, el irregular de la salud, y otros de la administración pública no muestran ni auspician una verdadera recuperación de la capacidad adquisitiva para el trabajador. Además señalan conductas sectarias y antidemocráticas de la dirigencia sindical. Las deudas del sindicalismo crecen aún más. Ya no solo ante los nuevos y jóvenes trabajadores, sino tambien hacia la sociedad toda, ante la cual debemos reivindicarnos como fuerza social para lo bueno y lo noble.
En la empresa privada, en medio de la alegría de saberse parte del poder y de contar con todo el apoyo oficial para obtener las máximas —groseras, diría yo— ganancias, se dan el tupé de ser generosos, al ofrecer salarios que superan los 120 dólares mensuales, pero, eso sí, como bonos sin incidencia en nada más. Además, en varias zonas industriales hacen uso de la figura de “cooperativa” para eludir las responsabilidades de una relación obrero-patronal estable y legal, en el proceso de reactivación de plantas paralizadas.
La clase obrera y los trabajadores en general, recordando y reviviendo la templanza y perseverancia que los caracterizan, se convierten en la salvación no solo para reconquistar nuestros derechos laborales, que ya es bastante decir. Pese a que aún no se tenga conciencia de ello, son ellos los que pueden sumar suficiente fuerza social y política para salvar la república y la democracia, en el proceso continuado de desdibujamiento ocurrido en estas dos décadas.
La patria no está perdida, si sus reservas morales y materiales se activan en función de superar esta debacle. Con un sentido de rescate de la libertad, se trata de impulsar una reconstrucción que reivindique, desde sus entrañas, lo nacional y lo popular. Una nación que se levante contra los designios que nos pretenden remachar las potencias extranjeras y sus acólitos sirvientes, ya estén vestidos de rojo, de azul o de cualquier otro color.