Un fetiche, en términos generales, es un elemento de culto al que se le conceden propiedades mágicas o sobrenaturales. El fetichismo ha encontrado en la religión, en las apuestas, en el sexo, en el deporte y en muchos ámbitos, terrenos fértiles para su edificación. En el campo de la política, especialmente la venezolana, no ha sido la excepción, convirtiendo al voto en un fetiche sin cuya manifestación es imposible producir un cambio político en el país.

Frases como: “la salida electoral y pacífica a la crisis”, así como “la ruta democrática y electoral”, se han acuñado como clichés a lo largo de los últimos años, aderezadas, frente al debate, con aquella de que “los demócratas tenemos votos no balas”. De esta manera el voto ha servido para asestarle derrotas a la tiranía, pero, devenido en fetiche, también para conciliar posiciones, frenar rebeliones contra la dictadura y colaborar con ella.

Hay quienes señalan, incluso, que la democracia tiene su origen en el voto, reduciendo la participación a ello, dejando de lado que el voto es un instrumento y no un fin en sí mismo. Tras de ello, oportunistas consumados y posiciones oportunistas se han escudado para justificar la política particular que han asumido, generalmente asociada al afán hegemonista y divorciada del interés y la urgencia nacional.

La ausencia de consideraciones basadas en el análisis científico de la realidad política venezolana ha hecho que las emociones y la ligereza dominen la escena. No es casual que opositores o desde algunos sectores de la oposición se asuman y usen categorías propias del discurso gubernamental, para referirse a acciones que despliegan expresiones distintas al voto: guarimba, infiltrados, violentos, traidores, entre otras. De esta forma  colaboran con la dictadura en el posicionamiento de su discurso. Se descalifican, coincidiendo con el régimen dictatorial, las acciones de protesta y sus protagonistas, estimulando la división del campo opositor.

Esa misma ausencia de debate, de profundidad en el análisis, de identificación de las determinaciones del momento político, de las tendencias, de consideración del contexto geopolítico internacional en el que se producen los acontecimientos políticos en Venezuela, así como de las formas de lucha, lleva a la dirección política nacional (a su mayoría), a apelar a la misma respuesta electoralista para confrontar a un adversario que ha dejado de lado cualquier formalismo democrático, erigiéndose en dictadura que busca perpetuarse en el poder.

Así, lo que pudo haber terminado en el 2014 o en el 2017, se echó por la borda (colaboracionismo electorero de por medio), bajo la premisa de que, sofocadas las rebeliones, llegarían al poder por la vía electoral. Pero ya sabemos en lo que quedó toda esa maniobra: en un nuevo respiro para la dictadura.

De cara a estas «elecciones», la mayoría de las organizaciones políticas opositoras se han negado a participar y, con variadas iniciativas, convocan a la unidad superior el Frente Amplio Venezuela Libre, Soy Venezuela, el Bloque Constitucional, el Congreso Nacional de la Juventud, entre otras, para salir de la dictadura, mientras que otras, aglutinadas alrededor de la figura de Henri Falcón, han decidido participar en lo que ellos llaman elecciones del 20 de mayo, poniendo en evidencia lo que ha sido una constante en la oposición venezolana: la ausencia de estrategia unitaria y facilitando, estos últimos, la legitimación de un fraude llamado elecciones presidenciales.

Una cuestión que vale la pena destacar es que el Frente Amplio Venezuela Libre, a pesar de su llamado a no votar, señala como principal propósito luchar por elecciones justas y democráticas, en lugar de luchar por salir de la dictadura, a pesar de que la propia constitución nacional establece diversos mecanismos para,con la presión popular,  poner fin a regímenes como el que sojuzga a los venezolanos.

Ahora bien, ¿acaso debemos desechar el voto y las elecciones como forma de lucha? No. A regímenes como el venezolano se le enfrenta y combate en todos los terrenos: en la calle, con la organización, movilización y presión popular, y en lo electoral también, es decir, combinando distintas formas de lucha que permitan asestarle derrotas hasta lograr su salida. La abstención también es una forma de lucha. Cuando se ejerce por actores o contendientes políticos que resumen lo fundamental de la oposición, como en este caso, deslegitima un proceso electoral que, como el convocado para el 20 de mayo, rebasa cualquier abuso y ventajismo que en otras elecciones haya cometido la dictadura.

Lo ideal es unir a todos los que luchan contra la dictadura, independientemente de su posición de cara al 20 de mayo, estimulando un gran debate que tenga como epicentro la urgente necesidad de propiciar un cambio político en Venezuela, cuyos resultados visibles sean la conformación y consolidación de una plataforma unitaria nacional, con una estrategia unitaria, que combine todas las formas de lucha, acuerde un programa de unidad y reconstrucción nacional y se disponga, de forma inmediata, a facilitar la participación y el protagonismo ciudadano mediante la conformación de asambleas populares, germen de la nueva democracia, de un nuevo poder genuinamente democrático.

Por lo pronto es una falacia vender la especie de que el 20 de mayo se juega el futuro de Venezuela por los próximos seis años. Al margen de la constitución y las leyes, en medio de la hambruna, la miseria y muerte sembrada por el régimen y en medio del más descarado saqueo a las riquezas nacionales y al erario público, hay razones constitucionales y democráticas para luchar por un cambio político inmediato, así como razones de sobra para que el pueblo se rebele, como nuevamente pasará, momento para el cual una nueva dirección política nacional, expresión de la más amplia unidad, estará al frente de las luchas para salvar a Venezuela del desastre al que el chavo-madurismo la ha conducido.

 

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