Siglo tras siglo, los quemadores de libros han encendido el temible, poderoso y mágico fuego para reducir a cenizas los temibles, poderosos y mágicos libros. Un día templado de principios de verano, era el 10 de mayo de 1933, Joseph Goebbels pronunció un discurso en Berlín advirtiendo contra los escritos de ciertos autores que se consideraban contrarios a la ideología del partido nazi: “Lo viejo se incendia, lo nuevo se formará a partir de la llama en nuestros corazones”. Entregó a las llamas los escritos de Heinrich Mann, Víctor Hugo, Sigmund Freud, Bertolt Brecht y Émile Zola, hasta los de Jack London. Hubo extrañas escenas de júbilo cuando las lenguas de fuego, primero azules, luego naranjas grisáceas y finalmente rojas diabólicas, saltaron hacia el cielo. El papel quemado y crujiente parecía embriagar a la multitud. La imagen me causa la misma impresión que ver El Sábado de las Brujas de Goya, retratando todos los vicios humanos, que pareciera capturar el espíritu de esa noche en su expresividad oscura y negativa.

El mundo en general tardó un poco en comprender aquello que los nazis estaban haciendo. Inicialmente, algunos autores se sintieron orgullosos de haber sido incluidos en tal hoguera. Pero las autoridades nazis realmente querían cerrar la sociedad a ciertas ideas y lamentablemente tuvieron mucho más éxito de lo que algunos esperaban. Cuando esa verdad se hizo evidente, se reforzó el poder moderno de la quema de libros, convirtiéndose en una señal inequívoca de indignidad. Las palabras en llamas siguen siendo una imagen trágicamente poderosa.

En este momento hay muchos estudios sobre cómo el régimen nazi desarrolló su despiadada máquina de destrucción humana. Sabemos sobre el acoso a científicos y artistas, sobre censura y desinformación, sobre el saqueo a museos y colecciones privadas, y sobre las muchas formas en que el estado totalitario intentó rehacer el paisaje cultural. Cuando leí hace un par de años el libro de Anders Rydell, The Book Thieves, sobre la historia del saqueo sistemático de las bibliotecas europeas por parte de los nazis y el pequeño equipo de bibliotecarios heroicos, que aun trabajan para devolver los libros robados a sus legítimos propietarios, sentí aflicción y hasta una sensación de duelo. Por supuesto, los nazis atacaron estos elementos de la cultura y la idiosincrasia europea. Cuando los criminales organizados destruyen los lugares de culto o reunión de un grupo, cuando matan de manera espantosa, no hay nada sorprendente en que también destruyan propiedades, incluidos los libros.

Más inocentemente, la gente ha encendido durante mucho tiempo las hogueras de celebración para marcar el final de una fase de sus vidas y el comienzo de otra, por ejemplo los estudiantes graduados de Odontología quemaban las guías de estudio al final de un curso. Los refugiados celebran la adopción de su nueva nacionalidad quemando sus viejos papeles. Pero usado como un medio oficial para suprimir las opiniones disidentes, como la quema de libros, adquiere su carácter infame.

Todavía hoy se producen quemas de libros, a veces solo por la secuela que deja, a veces con una intención más escalofriante. El primero de junio, la Universidad de Oriente (UDO) fue objeto de ataque. Sus más de 10.000 libros y tesis fueron infamemente entregados a la llamas, en un incendio que duró seis horas. Cuando miré las fotografías de los libros quemados en la UDO, me vino a la mente la primera oración de la clásica novela de ciencia ficción de Ray Bradbury de 1953, Fahrenheit 451: “Era un placer quemar. Era un placer especial ver cosas devoradas, ver cosas ennegrecidas y cambiadas”. Pero, ¿por qué quemar libros? los libros son un objetivo, porque son la encarnación de las ideas y si tienes creencias extremas, no puedes tolerar nada que las contradiga o compita con ellas. Quemar libros es muy simbólico. Cuando destruyes un libro estás destruyendo a tu enemigo y las creencias de tu enemigo. ¿Qué pierde una comunidad, qué pierde una ciudad o país cuando una biblioteca se convierte en cenizas?

Rebecca Knuth, en su último libro Burning Books and Leveling Libraries, estableció que las quemas de libros rara vez son actos bárbaros aislados. Ella explica que hay patrones y los quemadores de libros “están siguiendo algún tipo de plan de juego lógico”. La Casa más alta de Oriente, la Universidad de Oriente, está siendo saqueada, violada y quemada, en una acción progresiva e impune, que pone en evidencia el rostro de la ignorancia, la barbarie y la destrucción. Pero lo que importa es que el mensaje ha sido transmitido alto y claro: se ha conquistado no solo el poder político, sino también el paisaje cultural de Venezuela.

Las universidades públicas del país se han convertido en un objetivo de delincuencia que se ha incrementado desde el inicio de la cuarentena. De acuerdo con la ONG Aula Abierta, en lo que va de la contingencia se han reportado más de 70 hurtos en instalaciones educativas. Vándalos, que disfrutan del apoyo encubierto del “establishment” parecen hacerse eco de las siniestras consignas planteadas por los jóvenes nazis en 1933: “El estado ha sido conquistado, pero aún no las universidades”.

En los últimos años (y especialmente durante los últimos siete), el Estado ha venido desmantelando la academia y el mundo de la cultura, incluso de todas las instituciones democráticas, de manera implacable y sin remordimientos. Las universidades venezolanas se enorgullecen de su lealtad a la erudición, a la libertad de conciencia y la democracia.

Lo ocurrido en la UDO fue solo un preludio, “donde queman libros, finalmente quemarán también a hombres”. La cita es de la tragedia Almansor de Heine, escrita en 1821. Heine, figuraba prominentemente en la lista de los escritores cuyas obras fueron enviadas a las llamas nazis esa noche de verano. Un pronóstico más sorprendente de una catástrofe es difícil de encontrar en toda la historia registrada. Hitler y sus hordas están muertos y desaparecidos, pero Heinrich Heine permanece, justo en medio del mundo civilizado, para advertirnos a todos contra los males del fanatismo y el oscurantismo.

Tomado de El Pitazo

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