La táctica política nunca va a comulgar con el sentido común. Quienes utilizan esto último como instrumento retórico, lo hacen a plena conciencia y con el objetivo de manipular al ciudadano común, susceptible generalmente de ese mismo sentido. Lo usan como instrumento de engaño, mediante el cual justamente alcanzan sus objetivos tácticos o estratégicos particulares y casi nunca transparentes.
Sin embargo, la habilidad para esta estratagema no es dada por doquier a cualquiera por obra y gracia. Maduro y en general su Gobierno, han hecho que el pulido cinismo con el que actuó Chávez y en general el chavismo durante tres lustros, quedara desbocado en el suelo. El régimen erigido bajo estafa cínica, perdió su talento y hoy desluce, pero aún conserva la maña.
«Yo saludo que al día de hoy todos los partidos políticos de la oposición hayan inscrito candidatos y candidatas ante el CNE y se dispongan a participar en las elecciones (…) han reconocido la legitimidad del CNE, han reconocido la legitimidad de esta Constituyente», dijo Maduro este jueves, 10 de agosto, develando con transparencia su estrategia.
Bandera Roja no tiene Tarjeta Electoral porque nos fue arrebatada por la dictadura mediante sentencia del TSJ. Poco sentido tiene que defendamos tal o cual postura «irreconciliable», pero como vanguardia revolucionaria debemos tratar de desgranar sistemáticamente algunos aspectos de la maniobra política que encierra este fragmento discursivo.
La traslúcida maniobra de la dictadura mediante la engañifa de elecciones regionales busca -como en general las maniobras del Gobierno- varios propósitos. Debemos decir en este punto que en general todas las actuaciones de la dictadura han estado dirigidas a producir terror. Las muertes, la cárcel, las amenazas a la propiedad, los robos a la población, todo es en general y siempre una estrategia de terror. Es terrorismo de Estado creando un estado de terror generalizado para inhibir a la rebelión.
Pero centramos el texto en las regionales. El primer objetivo -y estratégico sin duda- es divorciar a la población rebelde de una dirección política (que caracterizaré más adelante) y dejarla «huérfana» de liderazgo. Se hace relativamente sencilla esta operación ya que la participación en las regionales luce, desde el sentido común, como una herejía luego del gigantesco y grosero fraude constituyente, denunciado incluso por el operador de las maquinitas, Smartmatic.
¿No valdría la pena pensar que por ejemplo, la forma obscena del fraude realizado forma parte de una misma maniobra política? Descalificar, a la luz del sentido común, cualquier acto electoral, luce coherente con esta estrategia y este fraude en unas elecciones en las que corrían solos, buscaba entre otras cosas ese objetivo: desestimular y desconcertar a la rebelión, y alejarla de cualquier escenario electoral.
Luego, convocar de inmediato unas elecciones hace más sencilla la operación. Una oposición cuyo equivocado dogma electoralista fue su propio límite, se vio objetada. Quien osara reivindicar cualquier participación electoral sería visto como hereje por antonomasia. Creadas las condiciones, cualquier participación luciría automáticamente descabellada, y cualquier dirección política que se enrumbara en ella, a lo menos, sería «traidora». Este objetivo fue alcanzado.
Segundo objetivo de la maniobra dictatorial, descalificar a la dirección opositora de «coherencia política» en el escenario internacional.
Luego de las vacilaciones propias de negociadores y charlatanes sobre caracterizar o no como «dictadura» al chavismo madurista, la oposición había alcanzado unidad en denunciarla como dictadura, principalmente en el escenario internacional. Desde 2014 esto estaba en cuestión y hoy era unánime la calificación. Frente a esto, luciría como cosa de poco sentido común participar en la convalidación de un fraude electoral como el que se ha recién realizado. Nadie en otro país pensaría coherente querer inscribirse para unas regionales. Dentro del coro internacional, poco fiel por cierto y durante mucho tiempo a los intereses de las mayorías en Venezuela, saltaron inmediatamente las voces críticas que reclamaban el «poco sentido común» de la oposición. Este objetivo también fue alcanzado.
Tercer objetivo, de carácter también estratégico, era dividir no solo a la población rebelde y en resistencia, sino a la propia dirección política opositora entre quienes apuestan a las regionales, quienes las satanizan y quienes se sienten defraudados por el liderazgo opositor.
Una fractura en varios vértices que produjo momentáneamente un estado generalizado de desconcierto, confusión, rabia, peleas intestinas entre quienes aspiran en cada partido, fracturas entre los partidos principales, fracturas entre los partidos que están a favor de participar y los que se aprovechan del sentido común para decir que no, fracturas dentro de los partidos en general y en la población rebelde, división por apreciaciones entre quienes están vinculados directamente a la resistencia en lucha y quienes no. En fin, una fragmentación generalizada de las fuerzas opositoras. Este objetivo también fue alcanzado.
Cuarto objetivo, sujeto al comportamiento opositor, realizar unas elecciones como las de la Constituyente, pero en las que de no participar la oposición habría incluso la posibilidad de adelantarlas, realizarlas a plenitud y en soledad, hacerlas como el acto más transparente y pulcro posible, que de seguro contaría hasta con observación internacional, etc. Y como resultado, apoderarse de manera «democrática» y «legítima» de todas las gobernaciones y alcaldías sin el mayor esfuerzo. En estos cuatro aspectos se pudiera resumir la maniobra, de los cuales la dictadura ha logrado al menos tres.
Sobre las formas de lucha y la necesidad de combinarlas todas, ya han profundizado otros compañeros, pero debemos detenernos en el aspecto electoral. El Gobierno no está en capacidad alguna de ganar elecciones sino mediante un gran fraude. Esto también es de sentido común y aunque no inamovible, es objetivo en estas circunstancias concretas. Luciría al menos sensato en cualquier circunstancia, obligarlo a medirse en este terreno mientras se utilizan las formas de lucha ya desarrolladas de manera autónoma por la población, y que han colocado a la dictadura a la defensiva.
¿Cómo responder a una maniobra de este tipo en esta circunstancia? Esto era lo fundamental y no solo ha debido ser explicado de inmediato a la población en tanto maniobra dictatorial, sino que ha debido ser unitaria y monolítica la respuesta de los erigidos líderes. Pero al contrario, se lanzaron a gañote limpio los atorados, a malandrear con estilo «populachoso» diciendo «yo sí participo». También gritaron los extremistas su infaltable «traidores». No fue una respuesta mesurada, unitaria ni aplomada como se esperaría de una dirección política que lidera una rebelión y que pudiera estar en vías de ser Gobierno.
Una dirección política con sentido histórico y ante esa treta de elecciones regionales, de inmediato ha debido llamar de manera unitaria y firme a participar, no porque se pretenda ganar tal o cual gobernación, sino porque era vital obligar al Gobierno a redefinir su estrategia. Le hubiese desarmado la maniobra. Lo hubiese obligado, como mínimo, a cambiarlas, retrasarlas, suspenderlas o eliminarlas mediante la constituyente dictatorial.
Una maniobra de esta envergadura requería sin duda de talento en la dirección política y de mucha firmeza, algo de lo que lamentablemente no se goza en este momento en Venezuela. Esta también es una circunstancia a la cual debemos atender con franqueza y con el ánimo de contribuir a superar, y no profundizar cabalgando en el sentido común de las redes sociales, haciendo acusaciones entre unos y otros.
Entonces, el asunto no eran las elecciones como acto electoral, ni siquiera si se hacía campaña o no. Se trataba de una forma de lucha mediante la cual se ha podido desmontar una maniobra del régimen, pasar a la ofensiva y con el mismo envión, declarar que el principal y único objetivo de la campaña por esas gobernaciones fuese derrocar la dictadura antes de las mismas. Lanzar a los candidatos (varios si era el caso) a liderar la rebelión en sus estados. Echar el resto por la liberación, sin mezquindad y en Unidad. Esta era a todas luces la salida sensata y correcta frente a la maniobra dictatorial, que no dependía del sentido común sino del sentido de estrategia y táctica políticas, de liderazgo y de jefatura firme frente a un hamponato gobernante.
Hoy, frente al estado de confusión que generó el liderazgo opositor y como resultado de la maniobra de la dictadura, y frente a la profundización de la división y fractura que el madurismo ha generado en la oposición, es vital considerar la necesidad de reconstruir una dirección política con el talento necesario para dirigir el alzamiento popular que sigue latente y dispuesto a alcanzar su objetivo: la salida de la dictadura. En esto también se debe identificar con claridad quiénes son los amigos del pueblo y quiénes no dentro de este objetivo, como otras veces hemos señalado.
Las regionales siguen siendo un asunto subalterno que luce principal empujado por el discurso de la dictadura. Debemos reunificar una dirección política bajo un objetivo común que no puede seguir siendo una cantaleta chantajista «pacífica y electoral», sino que debe trascender hacia lo táctico (el derrocamiento de los opresores) desde la combinación de las formas de lucha más variadas, privilegiando la participación, la contundencia y firmeza, y hacia lo estratégico ubicando con franqueza un programa mínimo de reconstrucción nacional que brinde confianza y unifique principalmente al actor fundamental de todo cambio político: el pueblo.
No es un golpe de mano de avisados ni iluminados lo que ha producido, produce ni producirá los cambios en la historia política universal por más que la propaganda barata de algunos intente imponer esto como criterio, bajo los ardides dogmáticos de «transición», «negociación» y «diálogo». Solo la actuación de un pueblo alzado, y de una vanguardia coherente y concentrada en dirigir todos los cañones y todos los esfuerzos en el derrocamiento y no en la convivencia, en la reconstrucción y no en el reparto, ha sido y siempre será el partero de los cambios. Es la hora de los dirigentes de talento y perspectiva y lo fundamental, es la hora del pueblo alzado, organizado y unido.
Foto: EFE
Es el momento en que las bases dicten el camino a seguir, es el momento en que los liderazgos de base se alcen y conduzcan al pueblo, es el momento en que los liderazgos de base superen al Status y le signen el camino que se debe andar. Si no es así la democracia en Venezuela tiene los días contados.