Desde hace rato existen condiciones objetivas en Latinoamérica para un ascenso de las luchas de los pueblos. Son cuestiones absolutamente objetivas las que han creado esa respuesta. Entre las subjetivas, el descontento de los pueblos por las medidas económicas apunta a su aspiración a cambios en las políticas económicas, para al menos frenar el avance en el empeoramiento de sus condiciones de vida.
Es una conciencia de cambio primaria. La fuerza material de estas rebeliones está en ese descontento. De allí el componente espontáneo, en vista de las limitaciones o inexistencia de vanguardias políticas capaces de orientar ese torrente hacia objetivos más avanzados. Por aquello del desarrollo desigual, en unos casos la rabia es más aguda que en otros. En unos episodios los objetivos del movimiento son más claros. Pero en todos apenas se asoman metas reformistas. Por ello son movimientos cuya trascendencia es de poco vuelo. No tienen entre sus objetivos la superación de las relaciones sociales imperantes.
Este torrente se puede extender a buena parte de Latinoamérica. Pues la crisis y la pandemia ponen en la palestra la endemia de la explotación, el hambre, el desconocimiento de los derechos de los trabajadores, entre otros, que se convierten en combustible suficiente que atiza el descontento y las luchas por cambiar lo establecido.
La rebelión y el protagonismo popular
En Chile se avanza hacia un cambio constitucional. De allí sacarán, en el mejor de los casos, una carta con más letra democrática, menos liberal, y se anularán algunos resabios pinochetistas. Pero de ninguna manera se apuntará a cambio alguno que no sea para legitimar las relaciones imperantes. Eso sí, es probable que se cumpla la afirmación según la cual: “Chile fue la cuna del neoliberalismo en América Latina y también será su tumba”.
La continuidad de la rebelión de 2019, cuyo detonante fue el aumento del pasaje del metro el 6 de octubre, se expresó en las recientes elecciones que colocan a las fuerzas más liberales en posición de minusvalía al no alcanzar siquiera el tercio de los convencionistas. Es eso lo que les hubiese permitido vetar los cambios a los aspectos pinochetistas en la Constitución vigente.
En el caso chileno la cosa va acompañada de la idea de desmantelar los resabios constitucionales del pinochetismo, aunque el liberalismo entronizado es de factura diversa en lo político. No solamente el dictador los propugnó, también sectores de la socialdemocracia y de esos que llaman de izquierda se inclinaron ante los dogmas en cuestión.
En el caso de Ecuador, la rebelión de octubre de 2019, aunque bastante puntual en cuanto a las demandas, se generalizó. El componente indígena tuvo un papel protagónico, cosa estimulada también por Lenin Moreno buscando evitar la incorporación de otros sectores. Pero fue una rebelión en toda regla cuyas demandas fueron limitadas al enfrentamiento al paquete fondomonetarista de Moreno.
En Perú, por su parte, son las condiciones de sobrexplotación de los trabajadores, la flexibilización de las relaciones laborales, el deterioro de los servicios públicos, entre otros males, unidos a la corrupción —que, desde las alturas, desciende a las bases mismas de las entidades púbicas y privadas—, lo que aviva las respuestas populares contra lo establecido. Por lo pronto, se expresa en la intención de alrededor de 50% de los electores de sufragar en favor de Pedro Castillo, candidato que, aunque viene rebajando su discurso, se asume marxista. Circunstancia que expresa el rechazo de la mayoría de los peruanos a las políticas antiobreras y antinacionales de siempre.
De este recuento, Colombia se convierte en el emblema de mayor significación. De una parte, cambia el protagonismo político en décadas. La confrontación entre la guerrilla, el narco-Estado colombiano y el narcotráfico da paso al enfrentamiento entre el pueblo y el gobierno uribista de Duque. A su vez, la movilización de masas, bajo la orientación general del comité de paro, ha alcanzado logros importantes, entre ellos la decisión de Duque de dejar a un lado la reforma tributaria, o “transformación social solidaria”, según el mandatario.
Un lugar común en las determinaciones objetivas de estos procesos lo constituye, sin duda alguna, las consecuencias de las políticas económicas calcadas de las ideas absolutas acerca del libre mercado. Lo que lleva a descargar en la gente buena parte del costo de los servicios incluyendo el de la deuda pública.
Sin embargo, se trata de respuestas reformistas. No se encuentra en el tapete, con la fuerza del caso, ninguna propuesta política que presente como alternativa un cambio radical. Circunstancia que aprovechan los sectores de la dominación para canalizar las cosas hacia cambios gatopardianos.
El caso venezolano resulta emblemático al respecto. Es que Chávez se convirtió en la salida idónea para sostener el orden imperante. Lo que no contaba la oligarquía venezolana y EE. UU. es que el díscolo de Sabaneta buscara el cobijo de chinos y rusos en medio de la disputa por la hegemonía mundial. Sus cambios fueron a favor del liberalismo y los presentó como revolucionarios, bajo el barniz que brindan las letras de la Carta Magna, ampliando los derechos ciudadanos que en la práctica son conculcados producto de la realización de las leyes de la economía capitalista y la política liberal. El artículo 301 constitucional, la eliminación del doble tributo, la ley de promoción y protección de inversiones extranjeras, entre otros, demuestran la verdadera intención. Proceso que se afianza con la transición a la que llevó al país hacia la minería, que cuenta con una base jurídica que permite el “vale todo” liberal, que ahora se complementa con la ley antibloqueo y la de zonas económicas especiales que ahora le brindan un carácter orgánico.
Mientras no exista un peligro real del sistema, las opciones reformistas, de esas que cambian para dejar las cosas intactas, seguirán siendo las opciones a mano, muy a pesar de que las crisis son, en efecto, sistémicas. No existe opción política alguna capaz de lograr aglutinar fuerzas sociales suficientes como para plantear una salida radical, aprovechando la fuerza inconmensurable de la acción popular.
Pero la eficacia política puede permitir aprovechar alguna circunstancia de las descritas líneas atrás. Se trata de unir lo posible, social y políticamente hablando, encausarlo en torno de objetivos inmediatos, en medio del estallido de una crisis revolucionaria y, como resultado del proceso ininterrumpido de su desarrollo, crear las condiciones del salto cualitativo del proceso político. Esto es, crear condiciones para un cambio político radical hacia la superación de las relaciones de producción imperantes.
Las ideas anticomunistas no se han hecho esperar en cada uno de estos eventos. No son capaces, quienes profesan estas vetustas ideas, de explicar las cosas con algún asomo de rigor. Deben apelar de manera automática a la afirmación según la cual se trata de hechos auspiciados por sectores vandálicos del comunismo. Claro, también aparecen las ideas peregrinas que confunden cosas elementales con su propaganda. Insultar la inteligencia es un lugar común de esta corriente ideológica cuando busca explicaciones de estos hechos. Termina siendo una estupidez ya que favorecen al acusado. Es el caso de la “acusación” contra Maduro como responsable de los hechos en Colombia. Antes en Chile o Ecuador. O de que son cosas diseñadas desde el Foro de Sao Paulo.
Eso sí, podemos afirmar que aun cuando no se expresan abiertamente en estos movimientos de masas, estos eventos acontecen en medio de la disputa imperialista por la hegemonía mundial. Alguna intervención hay.
La opción rebelde en Venezuela
En Venezuela la rebelión, por lo pronto, parece cancelada. El estado de ánimo de la gente que puede ponerse a disposición de las batallas de calle y de las acciones en todos los espacios públicos posibles, no manifiesta la disposición de otros tiempos, aun cuando los problemas son mayores.
Condiciones objetivas las hay. Mucho más que en otros países en los que se han producido las últimas rebeliones populares. Pero allá las cosas se manifiestan con contundencia, acá impera el escepticismo. Por lo que ya no contamos con el componente espontáneo en la acción de masas. Reflejo de ese estado anímico cargado de escepticismo es el espíritu de derrota, la desconfianza en cualquier opción frente a la dictadura, entre otras determinaciones.
Muchos factores de la oposición han arrimado lo suyo para acrecentar está incertidumbre. Es una de las principales determinaciones, que se une a las derrotas de la acción popular con toda su carga de espontaneísmo. Es que nunca factor político alguno se podía asumir como responsable de las acciones propias de las rebeliones. Son de los principales responsables de que haya decaído el ánimo a partir de lo cual se cancela. Aunque ciertamente buena parte de estos factores políticos para nada se comprometieron con el proceso rebelde. En estas condiciones, la negociación que adelantan apenas le brinda el puntillazo a la rebelión.
Se suma que la gente anda en el día a día buscando cómo sobrevivir. Es que Venezuela se ha convertido en un inmenso “moridero de pobres”. La cosa se agudiza con la pandemia, sin saber cuánta gente cae, mientras que los chavistas usan las vacunas a discreción.
No hay en Venezuela una opción política alternativa, colectiva o particular, que despierte entusiasmo. Sin dudas, este es uno de los aspectos que pudiesen ayudar en caso de que se configure. Por lo pronto es una de las tareas más urgentes. Precisamente por eso, tampoco existe una estrategia centralizada que permita encauzar el descontento.
La cuestión internacional, por su parte, parece encontrarse en un momento de transición y de redefinición. Los estilos vienen cambiando, sin dejar en ningún momento la confrontación y el ejercicio bélico. El gobierno estadounidense, ahora bajo la figura de Biden, luce más sinuoso. Menos agresivo que Trump. De allí que promueve la negociación en desarrollo desde hace meses entre gobierno y la oposición, que parece alcanzar metas, aunque todavía no sean asuntos formales en cuanto a acuerdo alguno.
Si nos atenemos a la ciencia económica y a las leyes del desarrollo capitalista, podemos afirmar que no existen razones para que rusos y chinos se estén jugando el reparto de Venezuela de manera dócil. Es que eso no se corresponde con los rasgos y tendencias según las cuales, en la lucha por la hegemonía mundial, cada imperialismo no solamente busca hacerse de los mercados y materias primas de sus contendores, sino también evitar que el contrincante se haga de cualquier espacio que le permita ganar terreno.
De allí la incógnita en relación con las perspectivas de la negociación en desarrollo. Todo indica, según muchos dirigentes políticos y analistas, que el chavismo pudiese ceder en esta puja, poniendo en peligro para ellos la mayoría de las gobernaciones y alcaldías. El juego está en desarrollo. La rebelión deberá esperar, aunque hay que estar alertas. Son tiempos donde se debe combinar aquello de la recuperación de fuerzas, con la iniciativa política para la eventualidad de saltos cualitativos. El pacto de los factores políticos que buscan alcanzar condiciones para la realización de elecciones libres pudiese despertar entusiasmo en un importante sector de la población. Con todo y el riesgo de sumar una más al escepticismo de mucha gente, en caso de que la cosa no prospere como esperan.
Si vemos las cosas englobando a Latinoamérica toda, no solamente se trata de que la crisis económica, sus efectos en las mayorías populares, conduzca a estas rebeliones. A esta circunstancia en algún momento deberán aparecer condiciones para pasar del sueño por un mundo mejor a la toma del cielo por asalto. Pasar de la aspiración a la acción enrumbada a destruir lo viejo y edificar un mundo nuevo cargado de humanidad.