Son varias las semejanzas entre la reciente rebelión en Colombia y las de Venezuela en 2014 y 2017. La primera de ellas es que se trata de procesos en los cuales se pone en evidencia que la historia la escriben los pueblos. La participación popular en el combate desigual contra los cuerpos represivos es la misma. Las consecuencias iguales. Queda el aprendizaje y la perspectiva en la lucha por un mundo mejor.

Otro aspecto es que la determinación principal de las condiciones objetivas la encontramos en las consecuencias de la política económica que se adelanta en ambos países.

De una parte, esta política, en Colombia, viene erosionando el aparato productivo en la ciudad y el campo, menos en el de la droga, claro está. Por otra, adelanta una política impositiva que pecha a los que menos tienen. Esta orientación de la economía, llevada a su máxima expresión, puede devastar un país, como lo es en nuestro caso. Colombia sigue sus pasos, menos en la narcoindustria, la minería y el petróleo.

En Colombia, la crisis económica y la pandemia condujeron en 2020 a una caída del PIB de 6,8 %. El desempleo en marzo de 2021 alcanzó 14 % de la población económicamente activa. En Venezuela las consecuencias han llevado a la destrucción de alrededor de 80 % del PIB. De allí el desmejoramiento de las condiciones de vida de la gente. Por eso es que las consecuencias de esta política, en un país u otro, representan la principal determinación de las rebeliones. Las de 2019 y 2021 en Colombia y las de 1989, 2014 y 2017, en Venezuela.

Colombia es el mayor productor de drogas en el mundo. Esta información aparece en un informe realizado por la Oficina de la ONU contra la Droga y el Delito, The World Drug Report 2019, en el cual se establece que el país neogranadino produce cerca de 70% de la cocaína mundial. Según este informe, la producción mundial de cocaína marcó un nuevo récord en 2017, aumentando cerca de 25% en comparación con 2016. El informe destaca que la producción “estuvo mayormente liderada por el incremento de la elaboración de cocaína en Colombia, que produce cerca de 70% de la cocaína mundial”. Además: “A nivel internacional el narcotráfico genera anualmente unos beneficios cercanos a los 400.000 millones de dólares, es decir aproximadamente 8% del comercio mundial actualmente”, lo que da una idea de lo que representa esta producción para la economía colombiana.

Es por eso que la economía de la droga es una determinación de su estructura económica, tanto en el campo como en la ciudad. Incide significativamente en el sistema bancario. Es que son muchos millones de dólares los que deben ser lavados. La industria de la construcción encuentra en una porción del dinero proveniente del narco, buena parte de su financiamiento. Son muchos los espacios de la economía colombiana penetrados por la economía de la droga. A eso debemos sumar que Colombia se ha convertido en uno de los países latinoamericanos en los que más se consume drogas como cocaína y marihuana. Rondan los dos millones de consumidores, principalmente en las grandes ciudades. Así, al mercado externo se suma una creciente demanda del mercado interno. De allí que se convierte en el principal amortiguador de la crisis económica de Colombia.

Es ostensible que el mundo de la droga ha incidido en la sociedad colombiana como factor degenerante, al punto de que hoy se convierte en una de las principales determinaciones de la situación política sobre todo porque de allí derivan gran parte de las políticas económicas.

Son muchas las determinaciones que conducen al estallido social en Colombia. Las objetivas van acompañadas de las subjetividades que se van acumulando y se convierten en fuerza material que empuja al pueblo a rebelarse. De una parte, la jornada de trabajo en Colombia no tiene nada que envidiarle a las propias en China o Vietnam. Doce horas de lunes a sábado. Explotación infantil. Las más de las veces la jornada es de 12 horas sin pago de horas extras. El salario de los trabajadores y de los sectores medios, cuando alcanza, se destina, en promedio, hasta tres cuartas partes para servicios y transporte. El resto para comida a duras penas. Aunque en las zonas rurales, cuya población representa 77% del total, las proporciones varían. La desnutrición en Colombia supera los promedios del continente, seguramente menores que en Venezuela; afirmación que nos atrevemos a hacer, independientemente de que no haya cifras oficiales en el caso venezolano.

En Colombia, para 2018, se calcula que la “tasa de mortalidad infantil por desnutrición en menores de 5 años en Chocó (por cada 100.000 NN) es de 44,2 (2016)”. Mientras, la “tasa de mortalidad infantil por desnutrición en menores de 5 años en La Guajira (por cada 100.000 NN) es de 63,2 (2016)”.

La juventud colombiana, en general, no encuentra esperanza alguna de ascenso social. No existe educación gratuita. La privada solamente es para privilegiados. Igual la pública, aunque en menor medida. Las perspectivas de trabajo siempre se mueven con base en la sobreexplotación y bajos salarios. De allí proviene en buena medida la rabia de la juventud colombiana contra el gobierno y su política.

Si algo favorece al gobierno de Duque es la descomposición moral de amplios sectores de la sociedad colombiana. La cultura de la droga ha calado en buena parte de los estratos menos favorecidos. La violencia aparejada a esa economía de igual manera atenta contra valores y principios positivos elementales. En su conjunto, la descomposición ética y moral de amplios sectores favorece al uribismo.

Pero, a la postre, la violencia política, el terrorismo de Estado, la violencia del narcotráfico que tantas víctimas deja, que tantos hogares ha enlutado, también han ido nutriendo la rabia de los colombianos y alimentan una perspectiva de cambio radical.

Papel de Uribe

Es fundamental analizar el uribismo para tener una mayor comprensión del momento político en Colombia. Es una determinación fundamental del proceso político colombiano desde hace décadas. Resulta inexcusable en el análisis de las razones que en Colombia motivan la rebelión. Las últimas cuatro décadas han contado con el protagonismo uribista. La centralización del poder en sus manos, forma parte de un proceso relativamente reciente con sus particularidades.

En sus tiempos tempranos, en el apogeo del cartel de Medellín, dada su amistad con Pablo Escobar Gaviria y los hermanos Ochoa, Uribe se va a catapultar en la política. Así, bajo los auspicios de su padre y de los narcos, con los cuales tenía una vinculación estrecha, va a ir escalando posiciones hasta llegar a la Presidencia de la República. Dos veces alcalde de Medellín, luego senador, hasta alcanzar la primera magistratura.

Según se refleja en documentos desclasificados del Departamento de Estado de EE. UU., Uribe y su padre estuvieron vinculados con los cabecillas del cartel antes indicado. De tal manera que el asunto se refleja en un espacio al cual los sectores oligárquicos, de acá o allá, le brindan una gran credibilidad.

El uribismo, desde allí, desde el poder político en su máxima expresión, va afianzando los vínculos con el narcotráfico, contribuyendo así con ese carácter adquirido por el Estado colombiano desde el mismo inicio de la economía de la droga. Lo que supone el fortalecimiento de los nexos del narcotráfico y su ejército particular con la fuerza armada y policial. También ha penetrado el poder judicial y toda la estructura de Estado.

Resulta insólito que este personaje haya alcanzado la Presidencia colombiana. Esto da cuenta del grado de penetración del narcotráfico en el Estado neogranadino. De allí podemos extraer buena parte de las cuestiones propias de la forma de dominación impulsada por Uribe Vélez.

En algo ha ayudado a develar la naturaleza del uribismo cierto periodismo democrático, que se ha convertido en una piedra en el zapato para lo establecido. De investigación y haciendo uso de los nuevos medios de comunicación, esta prensa deja claramente establecida esta denuncia. Desde 1977, más de 150 periodistas han sido asesinados por ejercer la libertad de comunicación. Ese es el costo que deben pagar por decir la verdad. Guillermo Cano Isaza, asesinado en Bogotá el 17 de diciembre de 1986, fue un periodista colombiano que denunció los crímenes cometidos por el cartel de Medellín, por lo que fue asesinado por sicarios del narcotráfico. Asimismo, el asesinato del gran Jaime Hernando Garzón Forero, el 13 de agosto de 1999. Fue un abogado, humorista, pedagogo, activista, actor, locutor, periodista y mediador de paz del conflicto colombiano. Ejerció como alcalde Menor de Sumapaz, localidad de Bogotá (1988 – 1990). Se convierten estos profesionales de los medios en emblemas de las víctimas del genocidio colombiano. Aun así, hay un periodismo que mantiene la denuncia y el desenmascaramiento del uribismo.

Las contradicciones dentro de la oposición venezolana

La posición que se asuma en relación con la rebelión del pueblo colombiano conduce a un debate encrespado. La perspectiva de quienes enfrentan la dictadura es diversa. En la oposición venezolana encontramos posturas que van desde quienes asumen la política con posiciones maquiavélicas hasta quienes asumen el comunismo como perspectiva histórica. De allí que la diatriba no se hace esperar.

El gobierno de Duque es extensión del uribismo. Es un gobierno terrorista. Es de los más vinculados al narcotráfico en el planeta. No puede ser de otra manera. Eso es un hecho con evidencias muy profusas. En la rebelión colombiana han asesinado más de 40 ciudadanos.

Desde la perspectiva ética de quienes se identifican con las luchas de los pueblos, un hecho cierto es que el análisis de la rebelión de los colombianos no debe desconocer la verdad. Es más, que se haga un análisis de rigor no va a conducir a que Uribe y el Presidente de Colombia cambien de opinión y de actitud frente a la dictadura chavista.

De igual manera, eso no impide que podamos seguir aprovechando esta contradicción que se convierte en reserva estratégica para la opción venezolana si la sabe utilizar con sentido estratégico.

Decir que la rebelión colombiana es producto de la política del foro de Sao Paulo o del gobierno de Maduro, es una afrenta al pueblo colombiano, tanto como la que hacían los chavistas de las rebeliones en Venezuela, afirmando que eran producto de la orientación estadounidense, de Uribe o Duque. En el mejor de los casos indicaban que era producto de la acción terrorista de algunos partidos opositores. Pero no: son rebeliones cuyas determinaciones se encuentran en el descontento de la gente que lucha para cambiar las cosas.

Ahora, bien, eso no significa que eso no pueda aprovecharse para potenciar el enfrentamiento contra la dictadura chavista. Igual sucede con el aprovechamiento de las contradicciones interimperialistas.

Aprovechar las contradicciones entre las potencias imperialistas no puede negar la naturaleza de Estados Unidos. Es una potencia imperialista que ha hegemonizado el dominio planetario de buena parte del siglo XX. América Latina ha sido su patio trasero, muy bien sintetizado en la expresión de Truman: “América para los americanos”. Lo que hace que, en el mundo entero, a los estadounidenses se les conozca como americanos, no por su nombre de Estados Unidos de América, sino por un reconocimiento de que ése es su dominio.

La rebelión de los de abajo

Una de las cuestiones que se ponen en evidencia es que la lucha política en Colombia -que encontró su epicentro durante décadas en la confrontación entre la guerrilla, el narcotráfico y el Estado colombiano- ahora se desplaza hacia el protagonismo del pueblo en sus luchas por un mundo mejor. Los trabajadores, los estudiantes, los campesinos e indígenas se empinan como fuerzas poderosas que apenas comienzan a manifestarse. En nuevos tiempos podrán desplegar más fuerzas y darán pasos que los aproximen a episodios que bien pueden escribir páginas en la historia.

La rebelión en Colombia sigue su desarrollo. Los alcances hasta ahora reflejan que la fuerza de la respuesta popular es de una magnitud no vista antes en el pueblo colombiano. El gobierno de Duque, tratando de frenar su expansión, ha hecho concesiones importantes. Que sientan precedentes de gran significación. El pasado sábado 15 de mayo, la respuesta de los colombianos, con todo y pandemia fue llenar la avenida Los Héroes, en protesta por la violación y posterior suicidio de una joven de 17 años. Con eso le dan continuidad al paro nacional.

Son muchos los retos y perspectivas que guardan los pueblos latinoamericanos. Las luchas contra sus opresores, por sus derechos y por un mundo mejor en ningún caso deben desconocer la verdad. Ningún embuste va a taparla. Tampoco van a frenar las contradicciones entre los gobiernos de Venezuela y Colombia. Mucho menos las de las grandes potencias imperialistas. Ellas siguen su curso porque obedecen a cuestiones objetivas propias de la economía, principalmente, cuyas repercusiones en la política se convierten en determinantes fundamentales.

Publicado en El Pitazo

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