Las luchas que se libran en América Latina configuran una oleada que puede derivar en uno que otro episodio revolucionario. Se reiteran eventos de décadas pasadas, iniciados el 27 de febrero de 1989 en Venezuela, con el llamado Caracazo, que marcaron esta tendencia. Así, la sucesión de episodios de significación en Ecuador, Chile, Bolivia, Colombia, Haití, principalmente, parecen apuntalar un ascenso que pone en peligro, nuevamente, el orden imperante. En Venezuela, por su parte, las grandes mayorías han mantenido una disposición contra la dictadura chavista que una y otra vez se manifiesta en movilizaciones gigantescas, muy a pesar de la política represiva de la dictadura y de las falencias de la oposición.
Son varios y diversos los levantamientos producidos en América Latina. Tienen en común dos cosas.
De una parte, las contradicciones entre las potencias imperialistas atizan, en una dirección u otra, para hacerse del control de un país determinado. Se convierten, a su vez, tales contradicciones, en reserva estratégica para unos y otros. Saber aprovechar esto no es tarea fácil. Lo que no supone que los imperialismos tengan alguna diferencia en cuanto a las perspectivas que buscan labrar al país en disputa. Bolivia, en tal sentido, y por haberse manifestado su carácter de área en disputa, a raíz del golpe contra Morales, es emblemático. Tanto China como Estados Unidos luchan por hacerse del litio, principalmente, lo que afianzaría la condición extractivista de esa economía. No plantean la diversificación de su economía. Propician, ambos, hacerse de materias primas abundantes y baratas, mientras les hacen abrir las puertas de su mercado interno para colocar sus mercaderías. Igual sucede en otros países de la región.
En segundo lugar, la crisis es del orden imperante en medio de tales contradicciones interimperialistas. Por eso estallan por cuestiones de naturaleza estrictamente económica o bien, por cuestiones propias de la política. Esto es, la determinación principal en un momento dado, en un país u otro, puede ser política, económica o social. Pero, en general, las crisis vienen estallando por la relación dialéctica entre la presión de las nuevas formas de conciencia que van emergiendo ante los cambios en las condiciones de reproducción social, con la colisión que se produce entre los elementos estructurales y la superestructura imperante. A su vez, en última instancia, se imbrica lo anterior, al freno que crean las relaciones imperantes al desarrollo de las fuerzas productivas. De allí que detone la sociedad por una razón estructural, del descontento social, por ejemplo, o en la esfera de la política, o en alguna de sus instituciones.
La política liberal en la que derivan estas dos circunstancias, va a determinar una mayor agudización de las contradicciones sociales. Se cumple aquella sentencia de que el liberalismo lleva a la destrucción de fuerzas productivas a escalas extremas. Y es que colocar las economías débiles frente a las más competitivas, de igual a igual, lleva a la quiebra a buena parte de sus aparatos productivos. Para ubicar una de las determinaciones objetivas a la que conduce esta política. De allí la agudización de las crisis y la aproximación en la que nos coloca para la superación de las relaciones imperantes.
Además, la política del deudor es un asunto que no tiene doctrina. La cuestión es sencilla. Para pagar a toda costa, los Estados capitalistas pueden llegar a rebajar los sueldos y salarios de los trabajadores públicos, como en el caso de India. Todo en aras de honrar los compromisos adquiridos con la oligarquía del dinero. Hacia allá nos lleva el incremento de la deuda pública. Venezuela vivió esa experiencia en 1961 bajo el gobierno de Rómulo Betancourt, cuando rebajó los sueldos y salarios en un 10% a los empleados del Estado. La dictadura chavista hizo lo mismo, sólo que de manera mucho más abrupta y en forma indirecta mediante la inflación y la hiperinflación, al punto de que los empleados públicos ganan muchísimo menos que cualquier trabajador por cuenta propia o de la empresa privada. Además, se reducen las partidas en el presupuesto de gastos correspondientes a educación, salud, entre otros, garantes de la realización de derechos elementales de la ciudadanía. Todas, circunstancias que llevan la tensión social a niveles próximos al estallido.
Eso es lo que explica en buena medida los levantamientos populares en Ecuador, Chile y Colombia. De allí que sus consignas sean un tanto similares y apunten a movimientos que pueden ser radicales. Aunque sus posibilidades de triunfo están sujetas a que emerjan fuerzas políticas capaces de dirigir el descontento hacia objetivos de cambio verdadero.
Convertir las crisis latinoamericanas en reservas estratégicas en el combate contra la dictadura
Este ascenso de las luchas en América Latina, no han sido convertidas en reserva estratégica del proceso venezolano. Este es el resultado de cuestiones objetivas. Pero también propias de la política.
Las contradicciones entre las grandes potencias conducen a que contribuyan en favor de una corriente política u otra. La que esté a favor de los intereses particulares de alguna de ellas. Cuestión que se va tejiendo con base en las relaciones económicas. La articulación y penetración de capitales, dentro de la tendencia expansiva de cada potencia, va conduciendo a condicionar los desarrollos de un área de influencia determinada. De allí que va favoreciendo, cada imperialismo, a una corriente política u otra. Así, EEUU, junto a los países que de él dependen, terminan siendo reserva estratégica contra la dictadura chavista. En esa dirección marcha también Europa. Pero en dirección contraria marcha la influencia china y rusa. Configuran una reserva en favor de la dictadura.
Ahora bien, las luchas que libran los pueblos no son aprovechadas en favor del combate contra la dictadura. Pesa, la incomprensión de lo que significan como reserva estratégica para el objetivo de salir de la dictadura. Pero, lo fundamental, es el resultado de la naturaleza de clase de quienes mantienen la hegemonía dentro de las fuerzas políticas opositoras. Seguramente se ven reflejados no en las luchas de los pueblos, sino en la de quienes gobiernan. Salvo en el caso de Bolivia, se trata de movimientos contra medidas antipopulares o políticas ya insoportables.
Además, recordemos que se trata de expresiones políticas de la oligarquía financiera, e inclinadas en favor del imperialismo estadounidense. De allí la jerarquización que hace buena parte de la oposición acerca del peso que le brinda a la presión internacional contra la dictadura a partir de los gobiernos enfrentados a ella y aliados de los estadounidenses. Se explica así, en buena medida, la incapacidad de convertir estas revueltas populares en reserva estratégica contra la dictadura. Es una limitación que luce insalvable. Solamente una perspectiva popular puede desarrollar una política que haga valer la idea de: todas las luchas una misma lucha, por un mundo mejor.
Por eso, aún es tiempo de convertirlas en reservas en favor de la estrategia por salir de la dictadura. Pasa, eso sí, por brindar la mayor solidaridad con las justas luchas de los pueblos de Chile, Colombia y Ecuador.
Mientras, la dictadura sí trabaja por hacerse de estos procesos como propios bajo el engaño muy bien labrado del falso socialismo. Acercarnos a las luchas en estos países pasa, por tanto, por el desenmascaramiento de la dictadura y su naturaleza liberal, la misma que buscan derrotar estos pueblos en sus países.
Un continente convulso que demanda de la más amplia unidad de fuerzas populares apunta a la transformación social. Por lo que un programa que brinde perspectivas de desarrollo a sus pueblos y países luce similar al de Venezuela. En eso también podemos unificarnos con las luchas y levantamientos populares en Latinoamérica.