El miércoles 26 había dos niños en la puerta de Salud Chacao. Uno vivía en una casa en Bello Monte, el otro no, o quizás solo me engañaban. “Vivo en la calle… en Chacaíto”, me dijo vacilante el más pequeño. El mejor ataviado esperaba a su hermanito de 16 años quien había llegado herido al lugar. Una cortada profunda en la cabeza se dejó ver cuando lo trajeron en moto. Ese día había sido asesinado Juan Pablo Pernalete y decenas de periodistas esperábamos los detalles de aquella muerte. Todo el estacionamiento estaba lleno de muchachos. Lloraban, exudaban una ira incontenible en la mirada, que a momentos les brotaba hecha sal.
A dos días de terminar abril se cuentan 34 asesinatos durante la rebelión popular que vive Venezuela. Desde el primer día del mes, ocho de esos asesinatos han sido por tiros certeros en la cabeza y diez con impactos mortales en cuello, pecho o espalda. En total, 17 han recibido balazos en sus cuerpos. Indudablemente asesinado, Juan Pablo ha sido el horrendo cierre de esta cifra, y aunque no entra entre los baleados, una marca honda en su pecho del tamaño de la moneda de cinco bolívares de nuestra infancia, muestra cómo una bomba disparada a quemarropa le partió literalmente en dos el corazón.
En el estacionamiento de Salud Chacao uno de los amigos de Juan Pablo narró, con un nudo en la garganta, cómo fue que trajeron a su compañero. “Llegamos en moto pero él todavía estaba vivo… todavía estaba vivo”, y apretó los dientes y los puños como queriendo contener la memoria. “Le dispararon en el pecho una bomba lacrimógena», dijo sin ambivalencias. El proyectil lacrimógeno disparado por un GNB, se le incrustó de tal forma en su pectoral que uno de los amigos pensó que había llegado con el pedazo de cartucho adherido a la piel.
La oscuridad de esta historia no está en la muerte. No. Últimas Noticias publicó una nota en la que afirma que una pistola de perno pudiera haber sido la causante del golpe mortal. Inmediatamente la propaganda oficialista concluyó una causa distinta a la acción de un GNB o de una lacrimógena disparada a corta distancia. El perno, que es más pequeño, no tiene el tamaño de la marca que quedó tatuada en el cuerpo de Juan. Pero el chavismo, con la experiencia de 18 años en el poder, sabe ennegrecer la verdad con una industria efectiva de propaganda, en la que la realidad es la que se impone por vía de la percepción.
Este ha sido un elemento determinante en la consolidación de la hegemonía chavista, y en general en la instauración de un régimen político concreto. No se puede confundir Gobierno con régimen político, que supone todas las relaciones y características superestructurales derivadas de una forma particular de ejercicio del poder político. Así, incluso en la oposición, se erigió una forma de «hacer política» y construir la «verdad». El liderazgo, por ejemplo, hoy no es el resultado del talento y capacidad de un dirigente, sino de su fama mediática. Así, vemos hoy que un artista de cualquier categoría puede llegar a ser alcalde, gobernador, o ser incluso un potencial candidato presidencial.
Todas las muertes comienzan a estar en duda. Incluso la de 17 baleados por la represión chavista. Seis meses rebeldes en 2014 costaron la vida de 43 venezolanos, pero en abril de 2017 y a solo 30 días del levantamiento, van 34. Aún así las dudas, cada vez menores, hacen difusa la dimensión que ha alcanzado la represión política. El uso exhaustivo de los medios en función de la propaganda, la construcción de narrativas subsecuentes, hacen de la realidad y la verdad un resultado del ejercicio de la comunicación de masas y la propaganda. A este drama se enfrenta un sociedad rebelada, pero aún informada mediante sistemas de comunicación relativamente controlados por las maneras y modos de un régimen hegemónico. La posibilidad de la autonomía en la organización popular y las asambleas que doten de independencia y estructura a la sociedad, aterrorizan a ambos bandos dominantes. Por eso dudo tanto que en el chavismo, al menos hasta último momento, haya la idea de un blackout comunicacional.
A pesar de tanto espanto, seguimos teniendo un cielo despejado. No puede haber luz que alumbre mejor que la que ilumina en la densa oscuridad y hoy, en plena rebelión, en la gente brota una convicción impermeable a la traición o el engaño, y brota junto a ésta una idea cada vez más clara de la necesidad de la organización más allá de lo dominante.
Aquellos dos niños en la entrada, sucios de asfalto, no pudieron pasar. “Somos niños y no nos dejan”, dijeron rabiosos mientras, descalzos, pateaban contra el piso sus callosos pies de hombres. Su amigo había recibido una puñalada en la cabeza por una disputa deportiva a un kilómetro de la protesta. «Se puso violento el chamo porque no sabe perder. Nosotros le ganamos porque somos más y quiso puñalearnos, pero mi hermano se defendió y nosotros lo hicimos correr», contó el pequeño. Nos pidieron 100 bolívares para comer pero no se los dimos. Mientras, dos policías pedían el paso para una furgoneta que llevaba el cuerpo de Juan. «A toda vida Venezuela», decía el rotulado de aquel carro blanco de la muerte.
Foto: Iván Reyes