La decisión tomada por el Tribunal Supremo de Justicia de la dictadura, a propósito del nuevo Consejo Nacional Electoral, que a pocos sorprendió, deja claras dos cosas. De una parte, que el chavismo no puede medirse sino de manera fraudulenta. En segundo lugar, que va con todo.

Esta decisión, lejos de reflejar fortaleza, indica claramente la gran debilidad del régimen. Se sabe perdedor en cualquier acto comicial limpio. No encuentra apoyo que no sea el de la estructura política montada con base en bandas, tarifas e irracionalidad.

La mayor fortaleza del régimen sigue siendo la fractura de la oposición. Muy a pesar de que puede captar la simpatía de la mayoría de los venezolanos, la oposición, como conjunto, se niega a dirigir el descontento por el camino que deja el gobierno al cerrar la vía electoral.

Sin embargo, Maduro no puede hacer nada con Guaidó; ni Guaido termina de sacar a Maduro. Eso es un hecho incontrovertible. Relativo equilibrio.

La cuestión internacional

Uno de los soportes más importantes de la dictadura es el apoyo de China y Rusia. Juntos, configuran el bloque emergente en la hegemonía mundial. Además de que todo indica que China, muy a pesar de los problemas creados por la pandemia en desarrollo, se consolidará como hegemón mundial.

Estados Unidos, por su parte, busca rescatar espacios perdidos de manera un tanto apurada, dadas las claras muestras de haber perdido la hegemonía y verse rezagado en la tecnología que bien puede convertirse en la palanca de una nueva fase de la revolución científico tecnológica, como lo es la red 5G. Pero, por lo pronto, puede equilibrar cosas.

Esta circunstancia internacional es lo que a fin de cuentas permite que en Venezuela haya un poder paralelo. Ninguno busca cambiar las relaciones sociales de producción. Maduro se enfrenta a una situación de difícil parangón en la historia. Es la correlación de fuerzas a escala internacional lo que permite esta circunstancia. Un poder sostenido por el bloque encabezado por China y otro por Estados Unidos. La oligarquía nativa, fracturada, pero con muy buenos negocios con la dictadura, con los chinos, gringos, entre otros, luce expectante. Apuesta al “mejor”. Contribuye con este equilibrio.

El monopolio de la violencia está en un solo lado. Las políticas gubernamentales, económicas, sociales, en salud, entre todas, siguen estando en manos de la dictadura. Aunque, las finanzas públicas están fracturadas. Una parte las administra Guaidó.

Sin embargo, esta circunstancia no supone dualidad de poder. Categoría que en la historia guarda una gran trascendencia e importancia y supone el tránsito de relaciones sociales de producción agotadas a otra. Emblemática resulta al respecto la existencia en Inglaterra de una reina cuyos ingresos provienen de propiedades ancestrales. Aunque sólo sirve, la tal reina, de emblema, sin mayor peso en la toma de decisiones. Es un símbolo del sui géneris resultado de la guerra civil de mediados del siglo XVII. Las fuerzas terratenientes, parlamentarias, lideradas por Oliver Cromwell, se enfrentan al poder regio. La cámara de los comunes pasa a jugar un papel absoluto que desplaza el del rey Carlos I, quien es ejecutado. Media un proceso muy nutrido de determinaciones y hechos que hacen que la dualidad de poderes derive en el despotismo de Cromwell.

La dualidad de poder en Francia, con todo y la restauración iniciada por Napoleón, deja pocos vestigios a diferencia del caso inglés. Y es que las cosas entre los galos fueron más radicales sin posibilidad de convenimiento. El período revolucionario en Francia va a encontrar dos oportunidades en las que se pone de manifiesto este asunto. El que se presenta entre los Estados Generales, la Asamblea Nacional y la Asamblea Nacional Constituyente, sucesivamente, y la corona. Luego, entre la Asamblea Nacional y las comunas, lo que motivó una cruenta represión contra los comuneros que eran expresión de los sans culottes, de los trabajadores, campesinos, artesanos y pequeños propietarios. Poderes que contaban con proyectos de clase diferentes. La burguesía fue sorteando estos dos eventos hasta imponerse a sangre y fuego sobre la aristocracia y las clases subalternas.

De la sociedad feudal a la sociedad capitalista las cosas en Europa resultan diversas. En varios casos la dualidad de poder y la debilidad de los sectores feudales, que se transforman en terratenientes, comerciantes e industriales, da como resultado ese vestigio un tanto cursi de una aristocracia que aún aparece en revistas de moda y de farándula.

Así, hasta llegar a la Revolución de octubre en Rusia. Agotadas las relaciones feudales, la burguesía, sin contar con fuerzas suficientes, permiten al poder soviético, de los obreros, campesinos, soldados, la intelectualidad progresista y revolucionaria, convertirse en alternativa estratégica. Durante un breve período se enfrenta a la Asamblea Constituyente y al gobierno provisional de Kerenski, hasta derrocar su poder y asumir los destinos del nuevo Estado soviético. Así, la crisis revolucionaria, en la cual se va consolidando el nuevo poder desde las bases de la sociedad, da paso a la insurrección y el nacimiento de nuevas relaciones sociales de producción.

La dualidad de poder es un asunto propio de la sustitución de una clase por otra del poder. Es el inicio de un nuevo poder. Al poder feudal despótico, lo sucede el poder burgués en sus múltiples manifestaciones. Al poder burgués lo sustituye el poder de los trabajadores y campesinos, en el caso ruso al menos.

Son episodios de una trascendencia en la historia que merece la mayor atención al poner la categoría en cuestión, al lado de lo que sucede en Venezuela.

La crisis venezolana es de tal grado que se erige un poder paralelo que no busca cambiar las relaciones sociales imperantes, ni expresa los intereses de los obreros, campesinos y trabajadores en general. Se erige por una coyuntura internacional que fuerza a la dictadura a respetar la figura de Guaidó. Pero en torno de Guaidó no se levanta una estructura siquiera de masas. Puede dar paso, sí, a una dualidad de poder si se desarrollan embriones de un nuevo poder. Los procesos revolucionarios pueden adquirir un carácter ininterrumpido que puede desembocar en saltos cualitativos en breve tiempo.

No significa que la presidencia interina de Guaidó sea poca cosa. Pero por rigor científico, debemos ver las cosas de manera muy concreta respetando la profundidad de la categoría en cuestión. Motiva sí, aprovechar la circunstancia en desarrollo, para realizar una política que permita acelerar la caída del régimen. Maltrecho y con claros rasgos de desgaste, lanza ofensiva tras ofensiva buscando ganar tiempo y aprovechar cualquier cosa, como esto de la pandemia, para adelantar maniobras que dejan a la oposición, a momentos, perpleja. Como es el caso de imponer un CNE ilegítimo.

Quiebres y gambetas sin goles

La oposición no es una sola. Hay varias oposiciones. O varias corrientes. Desde aquella extremista, hasta la que colabora, pasando por la que anda enfrentada al régimen de manera radical, aunque versátil. Matices demás, son varias las oposiciones. El asunto es cómo unirse. En cada hecho de significación, buena parte de la oposición parece confundir al enemigo principal. Ante cada maniobra o política, del gobierno o de la oposición, salen tres cuatro o más posiciones, disparar contra el menos indicado.

Mientras, el gobierno responde de manera unificada. ¿Qué une al gobierno? Mantenerse a toda costa en el poder. Eso lo han aprendido. Por dentro se pueden odiar y luchar por diversos asuntos. Pero se expresan unidos. Cuando hay disidencia la acallan manu militari. Cuentan con un mando único.

Mientras, esa “oposición”, la que colabora, parece tener un espacio, garantizado por el gobierno. A cambio de lo cual lo ayuda en su política. Ganar tiempo. Darse algo de legitimidad.

A lo que debemos sumar que en la mayoría de los factores que conforman la oposición, no está clara la idea de una estrategia común claramente definida, ni el concepto de la combinación de las distintas formas de lucha. De allí que los factores de la oposición, las distintas corrientes, terminan por enfrascarse en diatribas que llevan a descuidar al enemigo a vencer, sin atender el problema principal antes dicho, el de la estrategia para salir de la dictadura.

Sobran condiciones

En Venezuela siguen presentes las condiciones para un levantamiento popular. La pobreza, el desempleo, las desigualdades sociales y políticas, principalmente, son hechos objetivos que apuntalan esta afirmación. Además, el cercenamiento de las libertades democráticas, de expresión y de prensa, de movilización, de participación ciudadana, unido a la represión, la tortura, el asesinato, suman en este cuadro levantisco.

Con ese contexto y cerrada la salida electoral, no queda de otra que asumir el principio de la rebelión. El mismo que nació en la crisis feudal y dio nacimiento a la democracia burguesa, la democracia parlamentaria. También base de la revolución de octubre y episodios propios del tránsito del capitalismo al socialismo. Ese principio, fundamental para legitimar el levantamiento contra el despotismo, hoy cobra vigencia de manera plena. Sobre esa base debe erigirse una corriente política que se nuclee y se convierta en dirección política.

Resulta manido el clamor por la unidad. Fastidiosa la cosa. Desentrañar las razones por las cuales no se alcanza, siendo muchas, resulta interesante, aunque lamentable. La sociedad venezolana, por lo que sufre, de repente pujará para que los factores de la oposición logren la unidad. Que se entronice alguna idea y un liderazgo que logre imponerse al resto de factores parece imposible.

Por lo que debemos insistir en la necesidad de la unidad. Dadas las limitaciones de la oposición, su heterogeneidad de clases, políticas e ideológicas, la base programática no puede ser otra que: conquista de la democracia y de las libertades y principios que la sustentan, libertad de los presos políticos y regreso de los exiliados.

Es impostergable nutrir una corriente que apuntale la idea de la unidad. De que se fragüe una dirección política que, definido el objetivo y la estrategia, dirija al pueblo hacia la victoria. Sectores intelectuales, opinadores de medios o creadores de opinión, independientemente de que uno que otro siga manteniendo la posición de francotirador, o de orientador, todos podemos contribuir con esta demanda nacional. Para todos debe imperar el principio ético de colocar el interés nacional por encima de opiniones que, siendo muy respetables, muchas veces dejan poco para la unidad.

Publicado en El Pitazo

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