Logro importante del chavismo ha sido llevar el deterioro moral a escalas superlativas. Paradójico con el discurso de una sociedad más avanzada. Evidencia de la parodia que sufrimos.
Hay raíces, en lo esencial de la sociedad, capitalistas. Pero también hay un sello particular. El sello de los tiempos. De una forma de dominación que, bajo la farsa del socialismo, ejerce una cruel dictadura.
Dos cuestiones fundamentales dan origen a la base ética y moral de la sociedad. De una parte, la explotación de los obreros para extraer plusvalía. Vende el obrero su fuerza de trabajo. Por el tiempo en que se vende, literalmente, pertenece al dueño de los medios de producción. De allí emerge el individualismo.
La prepotencia como conducta política y social encuentra una de sus raíces en el propio proceso de producción. El obrero vende su fuerza de trabajo al dueño de los medios. Durante el proceso de trabajo, del proceso de valorización del capital, el capitalista y sus agentes son quienes ejercen la dirección, la voz de mando manu militari de este proceso. El obrero le pertenece y se convierte en un apéndice de la máquina. Debe trabajar el obrero a un ritmo determinado. Con todo y que en Venezuela la empresa trabaja muy por debajo de su capacidad instalada, el ritmo lo determina el interés del dueño del proceso. Extraer la mayor plusvalía es su ley. Puede hacerse más o menos intenso el proceso, de acuerdo a la necesidad del patrón.
Pero la realización de la plusvalía se da en el mercado. El acto de la venta supone un vendedor, sea el propio capitalista industrial, en el caso que nos ocupa, o un intermediario que recibe una parte de la plusvalía para atizar el acto de la venta. Compra barato, por tanto, para vender caro. Si las condiciones del mercado se lo permiten, vende muy por encima de su valor, sea la mercancía que sea. Desde aquella que satisface una necesidad básica, hasta aquella que permite salvar la vida de un ser humano. No vale en este asunto el sentimiento, la solidaridad. Por eso, en Smith cabe la conjugación de lo que plasma en Teoría de los sentimientos morales y La riqueza de las naciones. El odioso egoísmo “natural” del ser humano, según Smith, se debe morigerar.
De allí que los principios imperantes se desprenden de las leyes de la producción y la circulación. De la producción y la venta de la mercancía. Explotar y vender. Explotar al máximo al trabajador y darle algo para que sobreviva. Comprar barato para vender caro. De allí se erigen los principios éticos del capitalismo.
Pues bien, estos principios, sobre todo en la esfera de la circulación, en el acto de la compra venta, en Venezuela, han llegado al extremo, al punto de la deshumanización. Bandas chavistas venden productos Clap a precios exorbitantes en relación con el que pagan. Hasta medicinas provenientes de las ayudas humanitarias son vendidas a precios muy elevados en relación con el que fueron adquiridas al sui géneris intermediario. Y es que la oferta de bienes y servicios se realiza en medio de condiciones inmejorables para especular. Mucha necesidad, poca oferta.
No es el caso de los países de mayor desarrollo capitalista y de un relativo avance de la civilidad en la cual el consumidor cuenta con derechos de protección. La elevada competencia y oferta de bienes conducen a que incluso la protección de consumidor por parte de los oferentes, permita que haya respeto y una relativa garantía de la realización de las mercancías en su valor de cambio y de uso. Cuestiones hasta ahora nunca impensables en Venezuela y menos en la actual.
Igual sucede en relación con los servicios públicos. Tanto en el transporte, donde la ciudadanía se ve atropellada por el conductor de la unidad, como de los trámites ante organismos oficiales para obtener algún documento. Licencias de conducir, pasaportes, apostillamiento de documentos, entre otros papeles a ser tramitados, son pechados por el funcionario público. De lo contrario, difícil tramitar nada. Con suerte, puede obtenerlo al cabo de un tiempo mucho mayor.
La descomposición es tan grande que parte del movimiento sindical se encuentra secuestrado por organizaciones delictivas. Así, el principio de que el trabajador vende su fuerza de trabajo al mejor postor, que el sindicato permite que tal venta se realice en las mejores condiciones posibles, se ve vulnerado, al punto de que mafias sindicales venden la fuerza de trabajo a un precio que despoja al trabajador de parte de su salario. Resabio del esclavismo, período en el cual la venta de la fuerza de trabajo esclava la realiza un tercero. Este fenómeno encuentra en la construcción una expresión emblemática.
Claro, el chavismo es emblemático de aquello de socialismo de palabra. Solo de palabra. Para los suyos, para los seguidores del régimen, el ejemplo nada tiene que ver con el discurso. No es de extrañar entonces, episodios como el de la Cota 905, el 26 de julio pasado, que deja en evidencia que hay bandas criminales que forman parte de las nuevas instituciones. Sus equipos superan con creces el convencional de las fuerzas policiales. Parece que El Coqui, es una importante personalidad en esta institución delictiva capaz de hacer valer su ley.
Venezuela y la alternativa ética
Así, el proceso de deterioro moral y espiritual en nuestro país se profundiza con el chavismo. De eso no hay dudas. De una parte, la lumpenización, iniciada durante el régimen bipartidista, va entronizándose en las mismas condiciones objetivas. Las circunstancias van dando como para que sean muchos quienes viven sin que deban trabajar. Además, aparecen nuevas instituciones que se convierten en vitales para procesos específicos. Los pranes parecen fundamentales para mantener cierto orden en varias cárceles del país, así como amplias zonas populosas de las ciudades. También operan en el campo.
Más adelante, ya afincado el régimen, se van generalizando valores retorcidos hendidos en el surco que va dejando el ejemplo de los jefes del “proceso”.
La generalización de la pérdida de la condición humana se expande. Pero hay fuerzas en la gente sencilla del pueblo que, además de luchar, hace gala de sus reservas morales y se defiende a dentelladas para hacer valer lo positivo de la humanidad. Así, el espíritu de lucha, la solidaridad hace destellos acá o allá. Se resiste el venezolano a seguir el ejemplo de quienes gobiernan o hacen de la política un negocio.
Son períodos históricos en los que la lucha entre eros y tanatos parece favorecer la muerte. Pero más temprano que tarde se impone la bonhomía. Lo dominante tiene que ver con aquello de las formas de conciencia que emergen de un ser social concreto. El espíritu imperante es dual. De una parte, esa minoría ominosa que, por el ejercicio del poder, aquel que nace de la explotación y del estafador, parece dominante, luce como triunfante. De otra parte, el espíritu de quienes sufren las condiciones a las que nos ha llevado el régimen, quienes se resisten a ser como ellos. Quienes buscan una salida donde reinen otros valores. Esto se da a momentos de manera instintiva. A momentos en forma consciente. Pero prende siempre de manera espontánea la solidaridad y el apoyo a la acción humana.
Un conocedor de la clínica en el campo de la psicología me comentaba que, así como la bondad está esparcida entre los humanos con un desarrollo desigual y entronizada en la mayoría de la gente, las patologías también andan esparcidas como el herpes entre buena parte de los seres humanos. De allí que las manifestaciones de humanidad o maldad se realizan acá o allá con base en las condiciones objetivas y subjetivas que viva una sociedad. Lo que no escapa de aquello de que el ser social determina las formas de conciencia.
La unidad y la solidaridad son de una urgencia y una exigencia tal, en las actuales condiciones políticas y sociales que vive Venezuela, que deben convertirse en centro para el ejercicio de la política, si nos colocamos al lado de los intereses nacionales y populares.
El rescate del movimiento sindical como instrumento de combate de los trabajadores por la lucha y en defensa de sus intereses inmediatos y mediatos dentro de la idea de la solidaridad, autonomía y democracia, debe ser la cuestión principal de quienes buscamos crear una corriente política que en verdad enfrente de manera radical este estado de cosas. Sin negar en ningún momento la más amplia unidad contra el régimen.
El afianzamiento de la solidaridad en las organizaciones populares, que de manera natural brotan en la sociedad, debe ser tarea fundamental de quienes buscan rescatar la ética del compromiso solidario. De allí la participación en todos los espacios que existen, muchos de los cuales se encuentran secuestrados, en los más de los casos por el chavismo. En otros, los menos, por sectores opositores, que parecen practicar la doble moral.
La reivindicación de la militancia política como expresión del esfuerzo desinteresado por un mundo mejor y no por la obtención de prebendas económicas para el enriquecimiento. Luchar por una mejor Venezuela no debe ser trampolín para la obtención de prebendas y espacios para la figuración, como camino para el enriquecimiento. Debe ser plataforma sí, para dirigir de la mejor manera la lucha contra la dictadura en favor de los oprimidos de siempre. Debe ser imagen del personaje Esteban, de la novel de Emile Zolá, Germinal, y de su sacrificio y espíritu de combate, quien de manera desinteresada lucha con esperanzas porque, “… allí abajo también crecían los hombres, un ejército oscuro y vengador, que germinaba lentamente para quien sabe qué futuras cosechas, y cuyos gérmenes no tardarían en hacer estallar la tierra”.
La inmensa mayoría de venezolanos somos víctimas, no victimarios de estas tendencias deshumanizantes. La minoría descompuesta, de manera consciente, guiados por una naturaleza humana concreta, la de la ética del estafador o del explotador y de sus colaboradores, no puede definir el espíritu del venezolano.
La reconstrucción de Venezuela supone iniciar una política para rescatar elementos fundamentales de un cambio para el progreso, la soberanía y el bienestar de las mayorías. Esto es, desde ya estamos obligados a crear una corriente que asuma el compromiso de rescatar valores y estimular la participación democrática con base en una ética cuyos principios son la solidaridad, la unidad y el sentido nacional.
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