Ganó Biden. Hecho más que noticioso, por cuanto crea la incertidumbre acerca de cuál será la política luego de que Trump hiciera un giro importante en la tradicional orientación estadounidense. De liberalismo dieciochesco a proteccionismo mercantilista.
Así, Estados Unidos, encontrándose en plena ofensiva mundial por rescatar áreas perdidas, que incluyen a Venezuela, espera por el nuevo timonel. Sin embargo, siendo una política de Estado, hemos de esperar que seguirá los pasos del derrotado. Y es que, mientras China desarrolla un proyecto ambicioso, jamás conocido, para la expansión de sus mercados y escala de producción, Estados Unidos ha adelantado una política de atrofia de la llamada libertad de mercados. La ofensiva de Trump, desde muy temprano, desmantela los proyectos del Pacífico y el Atlántico. Mientras, China promueve el libre comercio apoyada en su competitividad, con una franja una ruta.
De tal manera que, de antemano, Biden seguramente dará continuidad a lo iniciado por Trump, si nos basamos en la circunstancia del imperialismo estadounidense. Es una estrategia cuyo objetivo de rescatar su condición hegemónica, requiere de una política que va a contravía de la ideología que imperó durante décadas. El llamado neoliberalismo y la globalización, asumidas por el mundo capitalista como un credo, debe ser desmontado con base en medidas de protección. No le queda de otra a Estados Unidos.
Hay contradicciones, como es natural en todo período de transición. Por un lado, el sector hegemónico es la expresión del sentido nacional imperialista. Por el otro, las vacilaciones naturales de quienes siguen comprometidos con la tradicional política liberal, dadas las ganancias que obtienen de su articulación con capitales chinos.
Pero, desde la perspectiva de la oligarquía financiera con sentido imperialista, el gran mérito de Trump estuvo en haber iniciado una política de rescate de espacios perdidos, y eso debe ser continuado. De igual manera, fueron muchos los trabajadores que preferían a Trump como garante del rescate de la economía estadounidense con base en la repatriación de las unidades productivas localizadas fuera del territorio. A eso debe darle continuidad Biden.
El asunto es que Estados Unidos está obligado a actuar en función de dar cuenta de las tendencias que le pueden permitir mantenerse a flote en la competencia por la hegemonía mundial, que se centran, a su vez, en obtener una cuota de beneficios que supere o, al menos alcance, a la china.
Las incidencias de esta orientación en la política latinoamericana, no se hicieron esperar. El caso de Bolivia resulta emblemático. En Venezuela ha tenido un largo desarrollo, aunque fallido, por ahora.
Así, a pesar de que Trump contaba con las de ganar, las cosas se le voltearon. El plomo en el ala que se le montó con el manejo irresponsable del ataque a la pandemia socavó la ventaja. De no haberse presentado este fenómeno, sus posibilidades de triunfo hubiesen sido mucho mayores. Ni siquiera el problema racial y su condición de supremacista blanco lo afectó, si nos basamos en la información según la cual “Trump tuvo más votos de afroamericanos y latinos que en 2016… pero perdió el de los hombres blancos”.
La incertidumbre para Venezuela
Ahora bien, quienes se inscribieron en la idea de que Trump era más favorable a la perspectiva de salir de Maduro, dada su estridencia, subestiman a los demócratas. Y es que los tales, han sido tan o más agresivos y belicistas que los republicanos.
Se corre la especie según la cual John Fitzgerald Kennedy fue asesinado a partir de un complot de las altas esferas bajo orientación de los llamados halcones, precisamente por oponerse a la guerra en Vietnam, luego del fracaso de la invasión de Cuba, o invasión de Bahía de Cochinos, o Playa Girón. Muy bien plasmado en la película JFK, de Oliver Stone, todo indica que los tales halcones se encargaron de la tarea, toda vez que esa guerra era muy importante para apuntalar la economía, particularmente la industria de armas. Al menos es una de las teorías de mayor fuerza. Lo cierto es que la decisión del estado yanqui, era adelantar ese conflicto, por cierto, atizado al máximo por quien sucedió a Kennedy, Lyndon B. Johnson, uno de los principales accionistas de helicópteros Bell. La derrota, por el contrario, fue asumida por los Republicanos. Antes, bajo la presidencia de otro demócrata, Harry Truman, Estados Unidos participa en la guerra de Corea, conflicto que arroja más de tres millones de muertes fruto, muchos de ellos, de los intensos bombardeos con napalm de la aviación estadounidense.
La destrucción de Libia, la mayor participación en Siria y en otras regiones del planeta, fue obra demócrata. Barak Obama pasó a la historia: “…como un presidente que ha mantenido al país en guerra más tiempo que Franklin D. Roosevelt, Lyndon B. Johnson, Richard M. Nixon o incluso que Abraham Lincoln”. Pero los republicanos destruyeron a Irak. Como vemos, nada que envidiarse uno al otro.
En cualquier caso, son parejos en la materia. Son asuntos propios de los estados imperialistas. En nuestro caso del belicismo estadounidense, cuya industria de guerra es el motor principal de todo su aparato productivo. Son los conflictos bélicos los que ayudan en el crecimiento. Nunca han sido alcanzados los índices de aumento del PIB de Estados Unidos arrojados durante las guerras de Corea y Vietnam. Sea demócrata o republicano, la política es de Estado.
Ver la política como el resultado de una personalidad, sin tomar en cuenta las tendencias objetivas resulta erróneo. Aquella ley según la cual las condiciones objetivas determinan las formas de conciencia y que la personalidad es el resultado de circunstancias concretas, son herramientas fundamentales para el escenario mundial en la actualidad. Siempre lo son. Sólo que los cambios ocurridos son de tal significación que deben ser vistos de manera aún más rigurosa, o sea, bajo esta óptica.
Sumemos que la tendencia a hacer caso a la fraseología y la estridencia no es un pecado exclusivo en torno del chavismo. Los pequeños seres que pasan por héroes no se encuentran solamente en eso que llaman izquierda. Se encuentran por igual en uno u otro bando. Quienes se hacen eco de esa estridencia se encandilan muchas veces. Algunos se creyeron aquello de que Biden era comunista. Vaya tontería. Creerlo no resume mucha inteligencia y sí, mucho irracionalismo.
Las bravuconadas de Trump le permitieron ganar simpatías en mucha gente que busca la salida de Maduro desde una perspectiva nada nacional. De quienes reclaman, por ejemplo, salir de los chinos para entregar a Venezuela, nuevamente, a los gringos. Pero se equivocan. Trump no fue tan fiero como se pinta. Cuidado si Biden no lo supera en capacidad conspirativa.
En cualquier caso, la salida venezolana no debe descansar en la decisión de una potencia cuyos intereses son contrarios a los del pueblo venezolano. La salida de la dictadura debe ser cuestión de los venezolanos quienes, sabiendo aprovechar las contradicciones entre los paquidermos, pueden lograr su neutralización mientras alcanzamos el objetivo.
Así, la incertidumbre que sufren quienes apostaron a una salida con base en la participación directa de los estadounidenses en el proceso político venezolano, resulta natural. ¿Cuál será la actitud de Biden en relación con el proceso político venezolano? Está por verse. Es lógico que cambie la orientación hacia Cuba y rescate lo adelantado durante la presidencia de Obama. Pero es diferente el caso de Venezuela. La tendencia indica que seguirá, en lo fundamental, los pasos de Trump. Veremos si es más eficaz.
Pero sigue siendo una tarea de los venezolanos crear las condiciones para construir un proyecto de participación ciudadana, capaz de salir de la dictadura. Saber aprovechar las contradicciones entre los bloques imperialistas permite mayor eficacia en el desarrollo de la política. Contrario a actuar de manera entreguista.
El ruego que hiciera Maduro a los chinos resulta un verdadero emblema de docilidad frente a esa oligarquía, que es contrario al interés venezolano y estadounidense. Lo que hace coincidir intereses de quienes buscan salir de Maduro con la aspiración de Estados Unidos por recuperar una parte de su patio trasero. Coincidimos en la necesidad de salir de Maduro, pero no para que Venezuela reasuma la condición de semicolonia de sus antiguos amos. Allí está la línea divisoria.
Hay que denunciar la actitud de Maduro de querer entregar a Venezuela a los chinos como lo evidencia en alocución del 6 de noviembre, cuando ruega: “Invitamos a China, en toda su integridad, a todas las empresas públicas o mixtas y privadas de China para que vengan, a través de la ley antibloqueo, y tomen posición adelante en la inversión para el desarrollo en los términos de la cooperación estrecha entre China y Venezuela, en los términos de ganancia compartida”. Indica, en ese anuncio, que tales inversiones se realizarían en el marco de esta ley antibloqueo que “lo permite todo, hagámoslo”.
Írritos son los negociados que puedan darse con base en una ley aprobada por la espuria Asamblea Nacional Constituyente de Maduro. Entreguismo puro y duro.
Denunciar la dependencia de China y su naturaleza es tarea del orden del día. La urgencia de la liberación nacional se convierte en un objetivo clave, aprovechando la pelea entre elefantes, eso los puede anular.