Cada vez que se inicia un año surgen nuevas expectativas; en lo personal, familiar, social, político, económico, en todos los ámbitos de la vida. Pero, la natural alegría del venezolano, el optimismo que le caracteriza, pocas veces en la historia había sido tan vilmente golpeado por el desconcierto y el escepticismo. Y es que no es para menos, ni siquiera países sumergidos en manifiestas y cruentas guerras han sido cuna del dramático descenso en la calidad de vida de sus habitantes como Venezuela.
Vivir bien es un asunto restringido para un cenáculo de privilegiados que, metiéndole mano al presupuesto público y al erario nacional, se enriquecen cada vez más. Para los empresarios del sector financiero y bancario que sigue acumulando ganancias exorbitantes. Para quienes, desde posiciones de gobierno, sin uniforme y con él, se aprovechan de la aprobación, asignación, entrega o venta de bienes y servicios (productos de la línea blanca, vehículos, divisas, por ejemplo). También para quienes, sin pudor alguno, se aprovechan de la escasez y especulan, cual hampones, con los precios de medicinas, alimentos y cualquier producto, en una carrera grotesca por joder al otro.
No desconozco que muchos empresarios y emprendedores han sabido capear el temporal y a fuerza de empeño y tesón han sobrellevado la crisis, especialmente por la naturaleza de las actividades a las que se dedican, ubicadas en sectores económicos de los que, en medio de la crisis, son priorizados por la gente. Pero, también, son los menos.
A la mayoría de los venezolanos; porción que cada vez se extiende más en medio de la más feroz política neoliberal desarrollada por régimen alguno, nos tocará este 2017 extrañar las “bondades” del año anterior. ¡Sí! Aunque parezca difícil. Tocará, en términos generales, darle un mejor destino al dinero del que se disponga, jerarquizando la alimentación y aprendiendo, en medio de ello, a priorizar qué comprar y qué no, qué comer y qué dejar como lujo, así como emprender cualquier actividad productiva, por pequeña que sea, que permita complementar los ingresos. Es la realidad.
Ahora, lo que también toca a los venezolanos, a esa inmensa mayoría que día a día anhela un cambio en Venezuela, a esa mayoría que se siente angustiada por el futuro, a esa que no quiere regalar su patria a las mafias, es luchar, pero hacerlo más allá de lo que suelen responder cuando se les increpa acerca de lo que están haciendo para que esto cambie, más allá de lo que implica la sobrevivencia, más allá de lo que implica ya vivir aquí.
Si eres de los que se refugia en la religión, cualquiera que sea, es momento de hacer mucho más que orar o rezar. Si estas esperanzado en que Trump o alguna fuerza u organismo internacional nos salve, es hora de que entiendas que el verdadero doliente eres tú. Si esperas que un mesías surja entre la oposición y nos libere de la opresión, no has entendido aún la fuerza que anida en ti. Si crees que te tocará esperar ser convocado por la dirigencia opositora, sea cual sea, para impulsar los cambios, no has comprendido tu papel.
No basta ya con quejarse, con lamentarse y con exclamar; ¡aquí no pasa nada! ¡Esto no cambia! O con preguntarse: ¿Cuándo cambiará esto? Mientras se ve con desdén las luchas que a diario libran trabajadores, estudiantes, gente del pueblo, por decenas de razones. Es hora de disponerse a luchar, de luchar juntos, de unir las luchas para frenar el cercenamiento de conquistas y derechos humanos, pero sobre todo, para provocar la derrota de la dictadura y el cambio político inmediato.
Es hora de impulsar una nueva unidad, una unidad superior, con aliento y sentido histórico, que, comprendiendo la gravedad de las circunstancias, unifique bajo un Programa de Reconstrucción Nacional y un Plan de Luchas, a todas las expresiones políticas e ideológicas de la oposición venezolana, con partido o sin él, a los gremios, sindicatos, organizaciones de base, con amplitud y el propósito central de producir un cambio de régimen. Cualquier lucha distinta a esa tiene carácter subalterno en la Venezuela de hoy.
Pero, especialmente, ahora le toca al pueblo, insisto, luchar de manera decidida y firme, confiando en sus capacidades, organizándose en cada comunidad, en cada urbanización, en cada centro de estudio o trabajo, discutiendo en asambleas y movilizándose de manera permanente, para asegurar que las luchas que habrán de librarse conduzcan, sin vacilación alguna, hacia el cambio político. Es hora de estudiar y luchar, de trabajar y luchar, de resistir y luchar. Es hora de la rebelión democrática.