«no sólo nunca he cometido este crimen, sino que nunca he cometido violencia en toda mi vida, sino que estoy realmente convencido de que estoy condenado por cosas de las que soy culpable: radical e italiano; y si pudiera renacer después de mi ejecución sería radical e italiano de nuevo y haría lo que he hecho con mi vida y me ejecutarían una segunda vez por lo que he hecho».

Bartolomeo Vanzetti


Corría el año 1921 y en los EEUU se producía un gran cambio económico producto de la segunda revolución industrial. Había una gran masa de desempleados, eran los albores de la gran depresión. Las pequeñas empresas quiebran debido a la competencia que no pueden soportar. Aumentan los oligopolios que cuentan con ayuda gubernamental, se establecen barreras arancelarias y otras medidas proteccionistas.

El movimiento obrero, que se había fortalecido desde 1918, estaba siendo fuertemente reprimido. La gran fiesta del consumo estaba en su apogeo. Eran los locos años veinte. Los principales beneficiarios eran las élites, sin embargo, el número de consumidores no aumentaba tan rápidamente como la producción y las ventas disminuyen. La desigual distribución de la riqueza y la saturación del mercado de bienes de consumo acumulan contradicciones que desembocarían en el gran crac de 1929.

El miedo a los rojos, comunistas, socialistas y anarquistas se une a un sentimiento anti emigrante, el nacionalismo estadounidense temía a su nuevo enemigo: la Rusia bolchevique y la culpaba de las grandes huelgas que se desarrollaban en 1918 y 1919.

En este contexto fueron detenidos dos anarquistas italianos acusados de un robo, Nicola Sacco y Bartolomeo Venzetti. Dos días antes de la detención, otro anarquista que estaba prisionero fue asesinado. Lo lanzaron de una ventana de la Oficina de Investigaciones, su nombre era Andrea Salcedo. Juzgados por un jurado xenófobo, conservador, en un clima enrarecido por una campaña electoral en Massachusetts, Sacco y Venzetti fueron condenados a muerte por electrocución. La indignación internacional hizo que la ejecución se retardara varios años, sin embargo, aun siendo inocentes debían ser castigados, según palabras del juez en el caso, Webster Thayer: «Este hombre, aunque no haya en realidad cometido ninguno de los crímenes que se le atribuyen, es sin duda culpable, porque es un enemigo de nuestras instituciones».

Se hizo caso omiso de todas las pruebas presentadas de su inocencia, la decisión política ya estaba tomada. Fue el 23 de agosto 1927 cuando fueron asesinados los dos anarquistas inocentes de los crímenes que los acusaban.

Esta historia, que ha sido llevada al cine, tiene semejanzas con la Venezuela de hoy. Recordemos a Fernando Alban, opositor al régimen que muere al ser lanzado del piso 10 del SEBIN. Asimismo, la clase trabajadora ha salido a las calles articulando sus luchas en defensa de sus derechos laborales conculcados por el régimen de Maduro. En respuesta, Maduro persigue y detiene a quienes dirigen, acompañan y luchan con los trabajadores. Un ejemplo de esto es la detención, a principios de julio,  de probados luchadores sociales y dirigentes sindicales. Alcides Bracho, Reynaldo Cortés, Alonso Meléndez, Néstor Astudillo, militantes de Bandera Roja, y los sindicalistas y defensores de los derechos humanos, Gabriel Blanco y Emilio Negrín, hoy se encuentran tras las rejas por órdenes de la dictadura.

Tarek William Saab, quien funge como fiscal general del régimen, afirmó en un programa de la TV que estos 6 luchadores sociales eran culpables porque supuestamente se reunían en una plaza y tenían vínculos con un grupo de atracadores de Apure. Este personaje funesto, quien cumple el rol de verdugo de una dictadura sanguinaria, no tiene prueba alguna de lo dicho. Además ninguno de los delitos por los cuales se les acusan han sucedido. Es decir, Tarek tiene dones de pitonisa, y ordena a sus fiscales acusar a los luchadores, que son presos políticos, de asaltar un alistamiento militar en Mérida con 120 fusiles, secuestrar a los padres de Tarek El Aisami y realizar actos de sabotaje el 5 de julio contra Nicolás Maduro.

En forma paralela, en Carabobo, un juez deja en libertad a seis Guardias Nacionales acusados del asesinato del adolescente de 16 años Rubén Darío González Jiménez, hecho ocurrido el 10 de julio del 2017, mientras el joven se encontraba en la acera de su casa, junto a otras personas manifestando pacíficamente. El teniente GNB Gregori Adolfo Casanova, se encuentra prófugo desde entonces y es señalado como el autor material del asesinato. Los Guardias Nacionales que estaban con él también dispararon, sin embargo, en esta oportunidad el aparato tribunalicio del régimen dictaminó que eran inocentes, pues no había pruebas contra ellos.

Llama la atención que el mismo día haya habido dictámenes tan diferentes donde unos, los luchadores sociales, sindicalistas y defensores de derechos humanos, hayan sido pasados a juicio sin ninguna prueba y mantenidos en cautiverio, negándoseles la libertad; mientras que en el caso de los Guardias Nacionales, donde sí hubo si hubo delito, asesinato, existen testigos, los esbirros son declarados inocentes y puestos en libertad.

La justicia venezolana actúa al parecer en el mundo al revés de Alicia en el país de las Maravillas.

¿Qué deberíamos hacer los ciudadanos comunes? ¿Acaso es buena decisión permanecer silentes? Pienso que no es la solución y solo nos pondríamos al mismo nivel de maldad del régimen opresor. Creo que la solución viene primero por denunciar las injusticias y aberraciones jurídicas por todos los medios posibles.

En segundo lugar, soy una convencida que debemos hacernos sentir fuertemente. Soy de la idea de realizar un cacerolazo contra las torturas, contra el abuso. No quiero ser cómplice, ni morir llevando en mi conciencia el hecho de no haber denunciado la injusticia.

Les comparto un poema de Martin Niemoller, sacerdote protestante alemán, quien estuvo en un campo de concentración nazi durante la Segunda Guerra Mundial:

Primero vinieron a buscar a los comunistas y no dije nada porque yo no era comunista.
Luego vinieron por los judíos y no dije nada porque yo no era judío.
Luego vinieron por los sindicalistas y no dije nada porque yo no era sindicalista.
Luego vinieron por los católicos y no dije nada porque yo era protestante.
Luego vinieron por mí pero, para entonces, ya no quedaba nadie que dijera nada

 ¡BASTA DE INJUSTICIAS, BASTA DE TORTURAS!

 

 

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