A propósito de un forochat interno acerca del materialismo y el idealismo, en el que se recordó la célebre frase de Marx acerca de que “la religión es el opio de los pueblos” para hacer un comentario en su relación con el idealismo, surgieron algunas opiniones controversiales. Sirvan de excusa para emitir algunas opiniones al respecto.

En primer lugar, si partimos de que las ideas dominantes son las ideas de las clases dominantes —planteamiento marxista incontrovertido—, es lógico que la religiosidad y la idea de un ente supremo prevalezcan en las sociedades divididas en clases. En el capitalismo, esta circunstancia asume un carácter más sofisticado en forma progresiva. Ubiquemos que se desarrolla y realiza en medio de avances importantes en todos los campos de la ciencia. Por lo que, además de apoyarse en la fuerza de la costumbre y la tradición cultural, desarrolla sinuosidades y sofisticaciones que incluso llegan al campo del panteísmo.

Este asunto es de primer orden en el debate filosófico, más cuando se trata de la exposición de la contradicción entre idealismo y materialismo, desde la perspectiva del marxismo leninismo, base teórica fundante del partido. Contradicción que expresa la lucha de clases, la lucha de ideas elementales. Cuestión nunca escondida por los comunistas marxista-leninistas.

Lo que no debe conducirnos a convertir este aspecto en una contradicción de tal magnitud, que no se corresponda con las circunstancias del partido y de la lucha de clases en Venezuela. Aun así, creemos que vale en todo momento el debate para dar cuenta de esta cuestión, con la franqueza y seriedad del caso. De manera rigurosa.

Aunque la discusión es en torno de las cuestiones filosóficas, no está de más ubicar el carácter criminal de la religión en su desarrollo histórico. Expresiones que van desde las más bárbaras —esas que se manifiestan por igual en la antropofagia practicada por los aztecas, entre muchas otras sociedades, pasando por la Torquemada cristiana— hasta las modernas y sofisticadas formas de represión cristiana, musulmana o judía, para referirnos a las monoteístas. Las politeístas parecen tener menos sangre en su historia. La literatura ha dejado una huella tremenda en esta historia. Desde estas latitudes se cuentan un sinnúmero de obras que dan cuenta de esta sangrienta historia. Ensayos como El espejo enterrado, de Carlos Fuentes, merecen la pena. De García Márquez traemos ese bello cuento largo: Del amor y otros demonios. Saramago va más allá y nos pinta a Dios de manera muy clara en su célebre novela Caín. De las últimas del escritor que, mientras más viejo, más claramente pintaba los efectos y realidades de la religión. Algo deja también en La piedra que era Cristo y en El cerco de Lisboa.

Uno de los episodios más sangrientos es el exterminio de decenas de miles de judíos y la expulsión de otros tantos que se produce en España en 1494, el mismo año en que Colón llegaba por estas tierras y, a su vez, que se producía la derrota de los árabes en Granada y su expulsión de la península. Muchos judíos tuvieron que convertirse para salvar el pellejo. Aun así, una buena cantidad de conversos corrieron la misma suerte por la desconfianza que reinaba entre los cristianos. No escatimaron en edad. Niños por igual pagaron por ser creyentes de la religión responsable de la muerte de Jesucristo. Qué decir de las cruzadas, que significaron el saqueo de ciudades y el exterminio de herejes. Una guerra comercial amparada en la mitología creada por la cristiandad. ¿Y la conquista y colonización de América? Son tantos los episodios que podemos sintetizar el asunto en una expresión: el cristianismo, desde que se hace religión oficial del Estado esclavista romano, es una historia sangrienta.

Miles de dioses han existido en la mente de los hombres. La afirmación de Marx, superando a Feuerbach, según la cual “los dioses no son originariamente la causa, sino el efecto de la confusión del entendimiento humano”, es clara al respecto. Por lo que no vayamos a creer que la cosa se reduce al cristianismo. Cada religión cuenta con una mitología. Desde las más a las menos primitivas, reflejan que sus dioses son los verdaderos. Las más antiguas eran menos respetuosas de la exclusividad. Pero las monoteístas terminan por asumir la condición hegemónica que, aunque cuenten con el mismo dios —Yahvé, Dios y la santísima trinidad, y Alá— le pintan rasgos de personalidad que los hacen construcciones distintas. Es que cada una surge y se realiza obedeciendo a estructuras económicas diferentes. La religión judía siembra una tradición que Marx la sintetiza en La Sagrada familia al afirmar: “¿Cuál es el fundamento secular del judaísmo? La necesidad práctica, el interés egoísta. ¿Cuál es el culto secular practicado por el judío? La usura. ¿Cuál su dios secular? El dinero. El cristianismo se fue adecuando hasta la modernidad, siendo factor de legitimación de todas las sociedades divididas en clases. Sirvió al esclavismo, al feudalismo; llegó con su cruz a santificar el proceso de conquista, colonización y exterminio en las tierras americanas; sirvió de base al proceso de acumulación originaria de capitales, del comercio triangular, que fue base de la esclavización de negros en América. El anglicanismo y el protestantismo, van a jugar un papel fundamental en el proceso de acumulación originaria de capitales en Inglaterra y Europa, mediante la expropiación de los bienes eclesiásticos, la entrega de tierras a los terratenientes, base fundamental para el cambio de las relaciones sociales de producción feudales. Expresiones religiosas que se inscriben dentro de lo que el autor burgués Weber llamó el espíritu del capitalismo. Así, religión y creencia, base fundamental en la idea calvinista y luterana o protrestante de que el creyente no necesita la iglesia o la religión como estructura, sino su fe y relación directa «libre» con dios. Sentando las bases del liberalismo ingles y estadounidense. Hoy día, el cristianismo en todas sus expresiones sirve a los intereses de la oligarquía financiera internacional. Alá luce más déspota ya que obedece precisamente a ese tipo de relaciones. De allí esa cultura musulmana, que se aferra a una tradición que la ata y la presenta como sinónimo del atraso, aunque también se ha adecuado y hoy sirve a los intereses del capital, aunque siguen mostrando su atraso criminal en sus posturas contra la mujer y contra el avance cultural. Las tres religiones cuentan con una misma raíz. Es que el cristianismo es una bifurcación del judaísmo, cuya historia no viene al caso. Por su parte, los musulmanes se desprenden del judaísmo y el cristianismo, por lo que las tres no solamente reconocen al mismo dios, sino también al arcángel Gabriel. Mismo que determina al mesías Jesús y a Mahoma. Las religiones abrahamánicas, pese a nacer de la misma raíz, hacen una interpretación particular del mismo dios. Lo que las lleva a configurar una estructura distinta de su personalidad. Yahvé, Dios y Alá lucen con rasgos claramente distinguibles.

El amor nace de una relación concreta. Por lo que resulta difícil amar una deidad con la que no existe relación alguna, salvo la que se crea en el cerebro del creyente. Una forma de fetichismo que demanda una capacidad de sublimación elevada. Cuestión contradictoria con la idea de temer a Dios como camino a la verdad, vista desde la perspectiva judeocristiana.

Siendo miles y miles los dioses, resulta un tanto cuesta arriba poder privilegiar a uno en relación con los otros, si nos salimos del fanatismo irracional. Por lo que debemos respetar a quienes creen en uno u otro dios. O militan en una u otra religión.

Para entrar en materia puramente filosófica, debemos recordar a Marx en su ruptura con Hegel, cuando escribe su Introducción a la Filosofía del Derecho de Hegel, que comienza afirmando: “… en resumen, la crítica de la religión está terminada y la crítica de la religión es la premisa de toda crítica”. Es precisamente en esa introducción donde Marx acuña la expresión, pocos párrafos más adelante, de que “la religión es el opio del pueblo”, que al parecer es muy odiosa para cualquier creyente.

En los Manuscritos económico-filosóficos de 1844, establece la relación entre la alienación de la producción capitalista y la religión: “Todas estas consecuencias están determinadas por el hecho de que el trabajador se relaciona con el producto de su trabajo como un objeto extraño. Partiendo de este supuesto, es evidente que cuanto más se vuelca el trabajador en su trabajo, tanto más poderoso es el mundo extraño, objetivo, que crea frente a sí y tanto más pobres son él mismo y su mundo interior, tanto menos dueño de sí mismo es. Lo mismo sucede en la religión. Cuanto más pone el hombre en Dios, tanto menos guarda en sí mismo. El trabajador pone su vida en el objeto, pero a partir de entonces ya no le pertenece a él, sino al objeto. Cuanto mayor es la actividad, tanto más carece de objetos el trabajador”.

En el mismo orden de ideas, al establecer la relación de la propiedad privada con el trabajo enajenado, la extiende al de la religión como fundamento. Indica Marx: “Pero el análisis de este concepto muestra que aunque la propiedad privada aparece como fundamento, como causa del trabajo enajenado, es más bien una consecuencia del mismo, del mismo modo que los dioses no son originariamente la causa, sino el efecto de la confusión del entendimiento humano. Esta relación se transforma después en una interacción recíproca”.

En Sobre la cuestión judía, es lapidario cuando afirma que “la existencia de la religión es la existencia de un defecto”. De lo que saca un principio fundamental que debemos asumir los comunistas: “La religión no constituye ya, para nosotros, el fundamento, sino simplemente el fenómeno de la limitación secular. Nos explicamos, por tanto, las ataduras religiosas de los ciudadanos libres por sus ataduras seculares. No afirmamos que deban acabar con su limitación religiosa, para poder destruir sus barreras seculares. Afirmarnos que acaban con su limitación religiosa tan pronto como destruyen sus barreras temporales”.

Dejando a un lado sus aportes a este asunto en varias de sus obras tempranas, yendo a aspectos medulares de la ciencia económica, podemos apreciar la manera cómo recrea la crítica a la religión. En el capítulo I, del tomo I de El capital, refiriéndose al fetichismo de la mercancía, establece un parangón que nos sirve para establecer el carácter radical del asunto, cuando afirma: “… si queremos encontrar una analogía a este fenómeno, tenemos que remontarnos a las regiones nebulosas del mundo de la religión, donde los productos de la mente humana semejan seres dotados de vida propia, de existencia independiente, y relacionados entre sí y con los hombres”.

Argumentan algunos camaradas que atender este asunto de la religión de la manera como se abordó en el foro —así como en conversaciones en las cuales se habla de estas cosas desde el punto de vista marxista— ahuyenta a la gente y les impide comprender el problema. Seguramente afirmarán lo mismo refiriéndose a este escrito. Cabe recordar que los rusos y los miembros de otras nacionalidades que conformarían más adelante la Unión Soviética eran mucho más creyentes que los venezolanos. Había más arraigo en esa cuestión. Sin embargo, eso no limitó a los bolcheviques a mantener una posición marxista en relación con las cuestiones religiosas, distanciándose de los anarquistas, que propugnaban la guerra contra la religión.

Aunque citaremos algunas de las ideas de Lenin al respecto de su artículo Actitud del partido obrero hacia la religión, recomendamos su lectura íntegra. Es que resulta fundamental para dar cuenta de este asunto de manera concreta. Afirma allí: “La base filosófica del marxismo, como declararon repetidas veces Marx y Engels, es el materialismo dialéctico, que hizo suyas plenamente las tradiciones históricas del materialismo del siglo XVIII en Francia y de Feuerbach (primera mitad del siglo XIX) en Alemania, del materialismo incondicionalmente ateo y decididamente hostil a toda religión. Recordemos que todo el Anti-Dühring de Engels, que Marx leyó en manuscrito, acusa al materialista y ateo Dühring de inconsecuencia en su materialismo y de haber dejado escapatorias para la religión y la filosofía religiosa. Recordemos que, en su obra sobre Ludwig Feuerbach, Engels le reprocha haber luchado contra la religión no para aniquilarla, sino para renovarla, para crear una religión nueva, “sublime”, etc. La religión es el opio del pueblo[1]. Esta máxima de Marx constituye la piedra angular de toda la concepción marxista en la cuestión religiosa. El marxismo considera siempre que todas las religiones e iglesias modernas, todas y cada una de las organizaciones religiosas, son órganos de la reacción burguesa llamados a defender la explotación y a embrutecer a la clase obrera”.

No deja lugar a dudas respecto de la base filosófica de los comunistas marxistas. Lo que no significa en ningún momento actuar de manera arbitraria contra quienes profesan ideas religiosas dentro y fuera del partido. En eso hemos sembrado una tradición en Bandera Roja, respetando a quienes profesan ideas religiosas e incluso militan en alguna de ellas en específico. Monjas, novicios y curas han militado en nuestras filas y han prestado un gran servicio a la lucha revolucionaria. Todo esto inscrito, claro está, dentro de la lucha de ideas y la formación doctrinaria propia de los comunistas. Es un asunto del desarrollo de la vida militante.

De allí que Lenin también afirmara en el artículo antes indicado que: “Engels requería del partido obrero que supiese trabajar con paciencia para organizar e ilustrar al proletariado, para realizar una obra que conduce a la extinción de la religión, y no lanzarse a las aventuras de una guerra política contra la religión”.

Establece también que “la socialdemocracia considera la religión como un asunto privado con respecto al Estado, pero en modo alguno con respecto a sí misma, con respecto al marxismo, con respecto al partido obrero”. Es que la labor de educación dentro del partido debe aproximar al militante al materialismo dialéctico, nuestra base filosófica. Conscientes de que una cosa es la asunción de la política del partido, de su programa mínimo, lo principal en las actuales circunstancias, y otra la asunción plena de su base filosófica.

Eso, a su vez, no debe llevar a acusarnos de conciliadores en este asunto. También recurrimos a Lenin cuando enfrentó a quienes así lo acusaban. Para no tener que forzarnos a ideas que permitan enfrentar una eventual acusación al partido de tal tenor, nos valemos de la capacidad argumentativa de Lenin, al referirse a este debate, con las siguientes palabras: “Tal la historia externa de las manifestaciones de Marx y Engels acerca de la religión. Para quienes enfocan con negligencia el marxismo, para quienes no saben o no quieren meditar, esta historia es un cúmulo de contradicciones absurdas y de vaivenes del marxismo: una especie de mezcolanza de ateísmo <consecuente> y de <condescendencias> con la religión, vacilaciones <carentes de principios> entre la guerra revolucionaria contra Dios y la aspiración cobarde de <adaptarse> a los obreros creyentes, el temor a espantarlos, etc., etc.”. En definitiva: “Constituiría un craso error pensar que la aparente <moderación> del marxismo frente a la religión se explica por sedicientes razones <tácticas>, por el deseo de <no espantar>, etc. Al contrario: la línea política del marxismo está indisolublemente ligada a sus principios filosóficos también en esta cuestión”.

Dentro del partido hay quienes, asumiéndose marxistas y dialécticos, evitan los debates y controversias, sin ver que una de las leyes del materialismo dialéctico es la unidad y lucha de contrarios. La contradicción conduce al desarrollo. Este asunto de la religión no debe ser colocado a un lado desde esa perspectiva. Una polémica natural, por demás. ¿Cómo no discutir sobre la religión cuando es la forma más acabada, históricamente hablando, como se manifiesta el idealismo?

No es un asunto de dogmatismo dentro del partido, como han señalado uno que otro a propósito de ese debate que se reabre a raíz del foro antes indicado. O del señalamiento que se hace respecto de la célebre expresión de Marx sobre la naturaleza y derivación de la religión en general.

Se respeta, como al que más, a los militantes con convicciones religiosas. La religión y la religiosidad son asuntos históricos. Como tal debemos atenderlos. Pero eso no debe llevar a esconder la naturaleza del partido.

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