Esta afirmación maquiavélica parece haber alcanzado su máxima expresión en el espíritu de la política venezolana, a raíz del ascenso de Chávez al poder. El chavismo va a afianzar esta tendencia —natural en la práctica política de las sociedades capitalistas— usando la fachada de “socialismo”. Mayor engaño resulta difícil. No solo engaña a muchos de sus adeptos, sino también a sectores de la oposición. Otros de la oposición, nada engañados, usan la mentira para tildar de comunista al régimen creyendo que con eso lo debilitaban. El engaño se responde con otro engaño.
Al fariseísmo y la manipulación —parte de esta herencia maquiavélica, y elevados a su máxima expresión por el fascismo— los chavistas van a recrearlos, dándole un sello particular. El emblema del “incendio del Reichstag” y el de “la noche de los cristales rotos” son imitados a granel en pequeños y grandes eventos. Resulta difícil creer algo de la dictadura. Esto también es legado de Chávez, sin duda alguna.
Se trata de un pensador que sienta las bases de la política. Eso es algo positivo. Luego, no es que haya un Maquiavelo malo y uno bueno. Pero, siendo el primer teórico de la política moderna, su aporte hace época. Expresando los intereses de la naciente burguesía, brinda principios para el ejercicio de la dominación, al margen de la teología. Además, con Maquiavelo, “el estudio teórico de la política se liberó de la moral, y se proclamó el postulado de enfocar independientemente la política”.
Aporta Maquiavelo fórmulas para la realización de la política, desde la perspectiva de la preservación del Estado. De allí que se haya reducido su pensamiento, en buena medida, a pautas que, siendo vulgares y vulgarizadas, se han convertido en máximas del quehacer político de las distintas formas de dominación del capital.
Entre sus recomendaciones podemos destacar una que es muy bien asumida por el régimen chavista: la perfidia y la crueldad. Las cuales deben ser combinadas con la inescrupulosidad y el cinismo. Parte de la consideración, el florentino, de que la naturaleza humana, inmutable y absoluta, encuentra en la ambición y la codicia su más natural expresión. A partir de allí se configura el sustento de la política maquiavélica y nos da las pistas, desde esta perspectiva, en relación con el principio ético de la política: no existe nada por encima del régimen. Igual Mussolini, nada por encima del Estado. Para su preservación, todo.
Sin embargo, aquello de que la política es la expresión más concentrada de la economía, como señalara Lenin, nos ayuda a comprender la naturaleza de las ideas de Maquiavelo y de la manera como se la interpreta. Es que cualquier cuestión política expresa una determinada manifestación económica. El florentino era expresión de una época. Refleja en sus escritos los intereses de la clase emergente enfrentada a la decadente aristocracia y el poder eclesiástico. Además de que propugna el Estado nacional centralizado, base del mercado interior y exterior, imprescindibles para el desarrollo del capitalismo italiano, que encuentran en la decadente aristocracia un freno para su configuración.
Maquiavelismo chavista
En nuestro caso el asunto ha sido muy claro. Venezuela se encuentra en una transición que rompe con una época. Marcha de manera acelerada a convertirse en país minero. Petrolero sigue siendo, pero la minería ya hace lo suyo. Cambia la estructura económica y, por ende, cambia la política. La superestructura toda. Buen caldo para el ejercicio maquiavélico, aunque para nada se inscriba en una idea acerca de convertir a Venezuela en Estado nacional.
La política, por otra parte —aun siendo una expresión condensada de la economía—, se nos presenta como si fuese autónoma. En torno de ella también se configura un fetiche por el cual bien valen acciones, cualesquiera sean, que son justificadas a priori.
En cualquier caso, quienes asumen el oficio de la política, independientemente del interés que representen, buscan eficacia desde perspectivas éticas en correspondencia. El chavismo, por ejemplo, ha encontrado en el férreo control de los medios de comunicación un mecanismo fundamental para su propaganda engañosa y farisea. Anula así la libertad de prensa y opinión, burlada solamente por las redes sociales, que no es poca la fuerza que alcanzan para contrarrestar la hegemonía comunicacional de la dictadura.
Partiendo del principio según el cual el fin justifica los medios, expresión del espíritu maquiavélico, aunque no de su autoría, la dictadura miente y engaña a discreción. También asume el terrorismo de Estado bajo la premisa de que la dictadura está por encima de todo, aunque deba violar los derechos humanos, torturar, hambrear al pueblo…
Es indudable que el chavismo introdujo nuevos desarrollos en la política venezolana. Muchos de sus dirigentes se hicieron políticos sin fundamentación teórica alguna, salvo la perspectiva de ese sentido maquiavélico, con fraseología y mitos socialistas.
Hereda varias cuestiones del bipartidismo. Algunas las eleva a expresiones superlativas. El terrorismo de Estado es una suerte de principio de las democracias burguesas. La revolución francesa, bajo el liderazgo de Robespierre, instaura el instrumento, que tiene un desarrollo y permanencia indubitables. El chavismo va encaminado a superar todo lo dado hasta ahora en la materia.
Es que Maquiavelo “ofrece sugerencias y recomendaciones para la instauración y preservación de tal régimen”. Se echa mano de sus principios, dentro de la ética de que vale todo para sostenerse, independientemente de la naturaleza del proyecto en cuestión y de la entrega del país a intereses extranjeros.
Por eso, se ha generalizado eso que algunos llaman una forma de hacer política basada en el arte de engañar. Además, se parte de la consideración, que le da fundamento al oportunismo, de que se debe hacer lo que la gente quiere y decir lo que quiere oír. Más aún, se agrega la tesis según la cual el pueblo no se equivoca. Principio que encuentra en la realidad una tremenda negación.
Difícil pensar y creer que el chavismo vaya a hacer concesiones importantes para eventos electorales realmente democráticos. Que esté dispuesto a negociaciones que permitan una amplia participación de los partidos de la oposición. Esos asomos pudiesen ser maquiavélicos. Pudiesen ser nuevas expresiones del arte de engañar.
Quienes asumen la perspectiva opositora, al menos de quienes buscan salir de la dictadura, deben ser consecuentes con la idea de que el engaño no edifica, que la nueva ética debe descansar en la verdad y la razón, dentro de una actitud que coloca los intereses del pueblo y la nación por encima de particularidades partidistas y personales. De allí podremos construir la unidad que clama el momento histórico.