Ya resulta una vileza el emolumento que recibe el trabajador público por su trabajo. Y es que el salario ha desaparecido. Lo que recibe es una migaja que no sirve siquiera para la adquisición de pocos rubros de la canasta alimentaria. Para más nada. Ni siquiera permite costearse el transporte para asistir al puesto de trabajo

A pesar de tan lamentable hecho, resulta interesante analizar fenómenos como este, sin parangón en la historia. La desaparición del salario de los empleados públicos en Venezuela, es el ejemplo más resaltante. No tiene parangón en la historia económica. La reducción del salario de los trabajadores públicos en un 10%, en 1960, por parte de Rómulo Betancourt, es el antecedente más drástico conocido. Allí se inicia la crisis con la que nace la democracia bipartidista militarizada. Allí nace también la lucha armada en Venezuela. Pero acabar con los sueldos y salarios de los trabajadores al servicio del Estado venezolano, es cosa única no solamente en nuestra historia, es un precedente universal.

La cosa no es ficción. Es real. De allí el deterioro de la vida del empleado público y de los servicios.

Trabajo productivo e improductivo

El salario del trabajador productivo e improductivo, incluso el vinculado a la estructura estatal, se determina con base en las condiciones generales de reproducción de la fuerza de trabajo. Las mismas que brindan la del trabajador productivo para que se reproduzcan él y su progenie, en al menos condiciones mínimas, son las que, en general, deben imperar para el resto. Por lo que debemos partir de la conceptuación del salario. La dada por Adam Smith y David Ricardo, sirven un tanto para estos efectos. Ambos ubicaban que el salario debía establecerse en los límites de la subsistencia. Ricardo en eso era más claro. Si el salario se ubica, según el autor, por encima de la escala que permite la reproducción del obrero y su familia en mejores condiciones, se incrementaría la oferta de fuerza de trabajo. Aumentaría la población. Luego, hay que bajarlo.

Pero, en rigor, el salario es el pago al trabajador productivo por el uso de su fuerza de trabajo. No de su trabajo. Y es que parte de su trabajo es apropiado por el capitalista en forma de plusvalía. No es un asunto subjetivo al estilo de Smith y en menor medida de Ricardo. Es un hecho objetivo. El salario es lo que se paga por la mercancía fuerza de trabajo, cuyo valor de cambio se resume en el conjunto de bienes y servicios que requieren el trabajador y su familia para reproducirse. El valor de cambio de ese conjunto de mercancías es el valor de cambio de la fuerza de trabajo. Luego, ese valor de cambio, tiende a ubicarse en esas condiciones mínimas de reproducción. Pero debe contar con la posibilidad de reproducirse en condiciones históricamente determinadas.

Las leyes de la economía, de las relaciones sociales de producción y de cambio, son tan duras, como las propias de la naturaleza o las matemáticas. Sólo que se realizan de una manera diferente. Son tendencias, cuyo carácter absoluto a momentos parece difuminarse por su comportamiento relativo. Sin embargo, para el caso que nos ocupa, la cosa se manifiesta de manera muy clara y rápida. Es el caso del salario del trabajador productivo. De lo contrario, la caída de la producción sería aún mayor, como resultado de la inanición en la que se encontrarían los obreros. Pero el trabajador del Estado parece no importar. De allí que en Venezuela un obrero de una empresa que produce bienes, gana muchísimo más que un docente, que no tiene salario.

Recordemos que la nueva forma de esclavitud, requiere, como en la antigüedad, que el trabajador tenga las condiciones para cumplir con la jornada. Si no come, no se viste, no logra transporte, no adquiere lo suficiente para reproducirse, no brinda las condiciones para producir lo mejor posible. Para arrojar nuevo valor en el proceso de revalorización del capital. De allí que, sobre todo a raíz de la dolarización, ya no podemos hablar de salario mínimo con base en la determinación del gobierno. El salario mínimo habría que calcularlo en términos reales. Lo que determina el gobierno a estas alturas es una tontería. En la empresa privada apenas sirve para el cálculo de las prestaciones. El empresario, ciertamente logra sobreexplotar al obrero en las actuales condiciones, pero está obligado a darle mucho más, en relación con lo que recibe el empleado público. Aunque es muy poco en comparación con los otros países de la región.

Mientras, el trabajador improductivo es aquél que no produce plusvalía. Podemos ubicar dos tipos de trabajador improductivo. Los denominados trabajadores por cuenta propia, por un lado. Y los empleados públicos.

Muchos profesionales, quienes realizan un oficio, vendedores ambulantes, entre otros, no son trabajadores productivos. En una economía dolarizada como la nuestra, en que el precio tiende a colocarse en torno del valor, dejando a un lado el bolívar, se produce, de manera natural, un proceso a partir del cual este trabajador busca hacerse de las mejores condiciones posibles. Si hay demanda por sus servicios, lo puede alcanzar de manera relativa.

Recordemos que las condiciones de reproducción son objetivas. Comida, transporte, educación, salud, vivienda, entre otros bienes y servicios, la resumen. Un profesional, médico, abogado, entre otros, que quiere realizarse con base en esas condiciones, a su vez, trata de hacerlo de manera relativamente decente. De allí que cobre en dólares por sus servicios ajustado a la oferta y demanda. Igual sucede con quienes practican un oficio. El plomero, carpintero, mecánico, entre otros.

Ahora bien, el trabajador improductivo vinculado a la estructura estatal tampoco produce plusvalía, pero es quien garantiza las condiciones de reproducción de la sociedad en su conjunto. No crea plusvalía, no está directamente vinculado a la reproducción de los capitales, sino a las condiciones en las cuales ella se realiza. Pero no goza del privilegio de hacerse de las condiciones por cuenta propia. Está atado al emolumento del Estado que, a su vez, lo saca del fondo para tales efectos del presupuesto nacional, quien lo hace de manera relativamente discrecional. No ajustada a oferta y demanda alguna. Además, la cancela en bolívares, no en dólares. Así, siendo este trabajador el que garantiza todas las condiciones para la reproducción del orden, no cuenta con un salario. Siendo quien pone a andar ese inmenso edificio jurídico, político, judicial, policial, militar, educativo, sanitario, entre otros, no tiene salario. Siendo quien garantiza en buena medida los derechos humanos elementales, no tiene salario. La dictadura usa el presupuesto, ante todo, para pagar deuda externa. Sumemos la corrupción.

Luego, si lo que recibe no alcanza para cubrir las condiciones elementales para vivir, no recibe un salario. Es un mendrugo lo que le dan.

El educador público, quien trabaja directamente con los niños y jóvenes que andan en proceso de formación como fuerza de trabajo, no cuenta con un salario. Recibe unos tres dólares al cambio de hoy. El policía no llega a tres. El profesor universitario, el de mayor escalafón, formador de la fuerza de trabajo calificada, llega a 10.

Luego, la desaparición del salario de quienes dependen del Estado, lleva a varias consecuencias. De una parte, no hay condiciones siquiera para que el trabajador se transporte a su centro de trabajo. No se alimenta bien sin salario. Luego, los servicios se deterioran como nunca.

El educador, por ejemplo, se ve forzado a retirarse de su función. Es que no tiene siquiera para comer. Menos para hacerse de las condiciones que demanda un educador en estos tiempos, como un medio de transporte, bibliografía para mantener su formación, computadora, conexión a internet, entre otras. Por lo que requiere de un salario muy superior a los mil dólares mensuales.

Así, aquello de la minimización del Estado ha sido uno de los logros del chavismo. La pandemia le ha brindado una ayuda. Queda en pie, eso sí, la maquinaria represiva. Les permiten a los policías, guardias nacionales, funcionarios de los tribunales, entre otros, que expriman a la ciudadanía que se ve forzada a acudir a esos servicios. El policía vive de lo que “martilla” en la calle. Igual el funcionario de tribunales. Del Cicpc. Pero la máquina represiva y de tortura recibe emolumentos extraordinarios de todo orden. Además, bien equipados. Suma, que sus delitos quedan en la impunidad.

Así, la corrupción en toda la estructura estatal y paraestatal, campea de una manera generalizada, empujada ahora más por la inexistencia del salario. Aquello de que en el capitalismo todo es mercancía, alcanza una expresión diáfana en Venezuela.

Salir de la dictadura. Luchar por un mejor mundo
Esta circunstancia agudiza la crisis. Lo que explica esos brotes de rebeldía de las masas, muchos de ellos espontáneos, en lucha por las cuestiones más elementales para la vida. La gente está a la espera de una dirección política. Ese es el reto de quienes buscan dirigir la lucha opositora. Aunque no lo sepan. No se trata de acompañar a las masas en sus luchas. Se trata de dirigirlas hacia una lucha por el cambio y la edificación de un mundo mejor.

Los brotes rebeldes, sobre todo en Chivacoa, representan la mejor expresión del descontento popular. La gente le ha perdido el miedo a la represión chavista. Tomando las medidas de rigor por la pandemia, la gente se convoca y asiste a actos de masas que resumen lo que será el futuro inmediato en toda Venezuela.

Otra cosa que deben asumir quienes buscan dirigir las luchas del pueblo venezolano y de la oposición, es que no puede haber más de una estrategia. La dirección estratégica no puede ser dejada al libre arbitrio de una que otra fuerza o parcialidad política. Debe ser el resultado del análisis de las condiciones objetivas y subjetivas del momento actual. El que vive la sociedad venezolana no deja lugar a dudas. Vivimos una revolucionaria. De cambio radical en perspectiva. Saliendo del escollo que significa la dictadura, podemos entrar en una fase de luchas por un nuevo mundo. La reconstrucción de Venezuela, de no suponer mejoras en las condiciones de vida de la gente, dará paso a otra etapa. De eso debemos estar seguros. La gente no lucha solamente para salir de la dictadura corrupta. La gente busca un cambio. De no lograrlo con quienes se aventuran hoy a dirigir las luchas, rápidamente se volcarán en su contra y, ahí sí, la cosa será radical.

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