Los trabajadores siguen en la calle este 2023. Se generalizan excepcionalmente las protestas al inicio de un nuevo año y cada vez encuentran mejor cauce natural las exigencias, que se van unificando y se van simplificando en consignas, de forma proporcional al desarrollo de la conciencia de la clase trabajadora.

Las luchas dispersas por particularidades y requerimientos se van convirtiendo en una sola y definitiva, aunque no lo parezca: en la lucha de los trabajadores contra el sistema de trabajo asalariado. Sin embargo, el antecedente de ese grado de conciencia siempre irá atado a la consigna “¡Un salario justo por una jornada de trabajo justa!”. Y yendo a su estado más primitivo, a la lucha por el salario mínimo.

Sin embargo, este año son dos los grandes problemas que enfrenta la clase trabajadora. Nunca antes se había vivido una experiencia económica que resumiera de forma tan frenética y compleja, todos los males del capitalismo en un solo mapa y momento. La destrucción casi total de las fuerzas productivas trajo como consecuencia un fenómeno que, teniendo como base fundamental las mismas leyes del capitalismo, se materializó en Venezuela con una vertiginosidad que le imprimió una cualidad particular y concreta.

Y aunque, parafraseando a Marx, “las luchas de la clase obrera por el nivel de los salarios son episodios inseparables de todo el sistema de salarios”, es decir, del sistema capitalista, aclara el propio Marx que “el 99% de los casos sus esfuerzos por elevar los salarios no son más que esfuerzos dirigidos a mantener en pie el valor dado del trabajo, y que la necesidad de forcejear con el capitalista acerca de su precio va unida a la situación del obrero, que le obliga a venderse a sí mismo como una mercancía”. Esto empuja inevitablemente a la clase a una lucha económica y política por la subsistencia.

Pero la inflación, que apenas se asomaba en la Europa y el mundo de Carlos Marx, en nuestro suelo ha desbordado todos los récords en tiempo y dimensión. La hiperinflación, categoría moderna dada por economistas liberales a la vertiginosidad con la que se desarrolla este fenómeno, ha presentado nuevos problemas teóricos para los marxistas, noticia lamentable para quienes creían inmutable la teoría, o la tienen en consideración como un infalible modelo para armar. Pues no. Los marxistas tenemos muchos asuntos qué resolver, incluso quizás antes de la revolución. Y preferiblemente, diría yo, aunque el tiempo apremia.

Pero es vital aclarar que, siguiendo al alemán, “la lucha por la subida de salarios sigue siempre a cambios anteriores y es el resultado necesario de los cambios previos operados en el volumen de producción, las fuerzas productivas del trabajo, el valor de éste, el valor del dinero, la extensión o intensidad del trabajo arrancado, las fluctuaciones de los precios del mercado, que dependen de las fluctuaciones de la oferta y la demanda y se producen con arreglo a las diversas fases del ciclo industrial, en una palabra, es la reacción de los obreros contra la acción anterior del capital”.

Sin embargo, siendo deuda teórica el análisis (y por consiguiente la actitud de la clase obrera y los trabajadores frente a las condiciones actuales) -esto es, la forma en la que se manifiestan las leyes capitalistas-, y, además, faltando tiempo para producir teoría, apenas podemos asomar algunas ideas que no dudamos requieran de mayor profundidad. Pero la realidad dice cosas de forma estridente, como los dos grandes problemas que enfrentan los trabajadores en el país. Uno, la caída a niveles nunca vistos del precio de la fuerza de trabajo, esto es, de los salarios; y dos, la devaluación hiper acelerada del salario por efectos de la hiperinflación, que afecta de forma superlativa cualquiera que sea el monto que se logre conquistar en cada jornada de luchas.

Las demandas inmediatas lucen evidentes y simples: cómo conquistar un salario correspondiente a la jornada laboral, en primer lugar, y cómo mantenerlo en el tiempo (y cuando hablamos de tiempo nos referimos a apenas a semanas o pocos meses, porque ni hablar de años). Negar estos dos asuntos como problemas reales, es decir que el sol no saldrá mañana.

Finalmente, estos dos asuntos a resolver se han transformado en consignas, primitivas aún, en los últimos días. Y digo primitivas porque sobre el salario aún no se resuelve si será la exigencia del salario mínimo o la exigencia de salarios correspondientes al trabajo realizado, más ajustada a la de “salario justo por jornada justa” de los obreros ingleses, consigna que también criticaron Marx y Engels. Y menos aún se ha logrado unificar en torno de la forma en la que se pueda proteger su precio en moneda nacional, de acuerdo a los índices en hiperinflación.

Salario Mínimo

En relación al salario mínimo hay un consenso casi generalizado en la exigencia del cumplimiento del artículo 91 de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela. Y es que esta es la base de todas las escalas salariales. Sin embargo, los trabajadores no podrían solazarse con esa conquista, porque es un hecho machacante que han sido vulneradas todas las escalas salariales, principalmente en la administración del Estado, pero también en la empresa privada. Y esta es una particularidad política que hace limitada, como única exigencia, la de conquistar solo el salario mínimo.

Los cambios vistos en el desarrollo actual del capitalismo en su fase imperialista, esto es, monopólica, han traído distorsiones enormes y de mucha significación en la forma en la que se configura el trabajo y su relación antagónica con el capital. En Venezuela, su manifestación, que tiene diversos orígenes pero que es fácil evidenciar que la principal causa es la destrucción del aparato productivo, para adaptar al país a los requerimientos de una división mundial del trabajo en el marco de un nuevo reparto mundial, se manifiesta, entre otros males, en que el número de empleados improductivos y/o vinculados al Estado, supera de forma superlativa al número de trabajadores vinculados a la producción capitalista.

Esto, de por sí, cambia la forma en la que se enfrenta el trabajo al capital, principalmente en la forma que adquieren las luchas por el salario. Pero, además, los capitalistas, dirigidos por Maduro, no solo han destruido el salario en general, sino que han destruido casi totalmente la diferencia salarial entre trabajo simple y trabajo complejo. Esto es, la diferencia de precio entre el trabajo de un obrero y el de un profesional altamente calificado. En Venezuela, hoy, un obrero puede ganar significativamente más, y aún así estaría muy por debajo del salario mínimo de la región. La distorsión en general es de grandes proporciones y en todas las direcciones.

Pero ante el segundo problema, el de la vertiginosidad de la fluctuación de los precios de las mercancías, gritan algunos dirigentes: “indexación, indexación”, en su entendible desespero por buscar un mecanismo de protección de un eventual salario conquistado, de cara a la devaluación del dinero nacional como resultado de la hiperinflación. Esto se convierte en una demanda que acompaña, casi al unísono, las exigencias de las masas trabajadoras.

Pero qué es la indexación, demonizada por algunos y endiosada por otros. Primero, «una palabra se convierte en concepto [para las ciencias sociales] si la totalidad de un contexto de experiencia y significado sociopolítico, en el que se usa y para el que se usa una palabra, pasa a formar parte de esa única palabra» (Koselleck, 1993). Por tanto, toda categoría o concepto siempre tiene un carácter histórico de totalidad de su contenido. En el caso de la indexación, ésta hace referencia al método por el cual se vincula el cambio de una variable, a la evolución de algún índice. En este caso, del salario o cualquier otra variable, como papeles de la deuda u otros, a algún índice macroeconómico y/o monetario establecido. Generalmente, la tasa de inflación es la variable más usada para indexar salarios o papeles de la deuda.

Este mecanismo ha sido adoptado en varios países y fue elogiado y estimulado en su aplicación por economistas burgueses como Irving Fisher y Milton Friedman, en la década de los 70. Este concepto tiene utilidad histórica y una dimensión moderna que no puede endilgarse a una significación anterior y equivalente a momentos distintos. La indexación es, en la actualidad, la acción económica que busca alcanzar cierta nivelación sobre los índices diversos y sus fluctuaciones. Pero el contenido y quizás no la palabra en sí, ya se asomaban en el Marx de hace unos cuantos años.

Los más críticos de la indexación en el caso de los salarios, fueron también otros economistas burgueses, principalmente, quienes señalaron (para mí correctamente), que el establecimiento de salarios indexados producía un efecto de inercia inflacionaria. Aunque descriptivos en su crítica, obvian que, producto de la naturaleza capitalista de proteger e incrementar la plusvalía, sobre todo en momentos de caída de su tasa de beneficio, los capitalistas van a propender a descargar en el precio de los bienes y servicios, lo que pierden en las eventuales fluctuaciones del salario, induciendo a una espiral inflacionaria para proteger la caída de los beneficios ante la subida (por la indexación de salario) del costo de producción tanto en los precios de las materias primas como, y principalmente, en los salarios.

Pero frente a un proceso tan acelerado de devaluación del salario como el que padece el país, resulta obvio que los trabajadores luchen por preservar su capacidad de compra, esto es, su valor aproximado como fuerza de trabajo, reflejado en la cantidad de bienes y servicios que pueden obtener por determinada cantidad de dinero nacional, equivalente a su salario. Y es que es tan grande la devaluación del valor trabajo, que los capitalistas en Venezuela se han visto estimulados a aumentar, de forma independiente, el precio que pagan por esta mercancía, buscando frenar el efecto tan acelerado que produce el empobrecimiento y la disminución de la capacidad de compra del dinero nacional, que empuja a una caída abrupta de la demanda. Esto es, han tratado de indexar, pero no mucho, utilizando el índice más a la mano.

Una medida capitalista que no solo se ha limitado a proteger su tasa de beneficio, enfrentando mínimamente los efectos en la caída de la demanda producto de la inflación, sino que se ha ampliado a una forma de protección dineraria de la capacidad de compra de los trabajadores, pagando salarios en dólares como medida de protección indexada del salario a una tasa fija que refleja la inflación (el precio de una mercancía como el dólar), equivalente a lo que están dispuestos a pagar por la mercancía fuerza de trabajo, buscando no solo evadir la caída en la tasa de beneficio, sino buscando también aumentarla, aumentando la plusvalía de los trabajadores como lo hacen previamente durante el período de inflación anterior.

Esto equivale a que, en Venezuela, se deje de pagar en dinero nacional para pagarle a los trabajadores en oro o pepitas preciosas, saltando la equivalencia entre estas y el dinero circulante en la economía nacional. Pero vayamos al asunto. Marx explica en el libro Salario, Precio y Ganancia, lo obvio que resulta que los trabajadores exijan un ajuste permanentemente y durante las fluctuaciones del precio, del valor de su trabajo. Y aunque es un párrafo largo, es necesario colocarlo íntegro.

“Con el descubrimiento de yacimientos (de oro) más abundantes, etc., dos onzas de oro, por ejemplo, no supondrían más trabajo del que antes exigía la producción de una onza. En este caso, el valor del oro descendería a la mitad, al cincuenta por ciento. Y como, a consecuencia de esto, los valores de todas las demás mercancías se expresarían en el doble de su precio en dinero anterior, esto se haría extensivo también al valor del trabajo. Las doce horas de trabajo, que antes se expresaban en seis chelines, ahora se expresarían en doce. Por tanto, si el salario del obrero siguiese siendo de tres chelines, en vez de subir a seis, resultaría que el precio en dinero de su trabajo solo correspondería a la mitad del valor de su trabajo, y su nivel de vida empeoraría espantosamente. Y lo mismo ocurriría en un grado mayor o menor si su salario subiese, pero no proporcionalmente a la baja del valor del oro. En este caso, no se habría operado el menor cambio, ni en las fuerzas productivas del trabajo, ni en la oferta y la demanda, ni en los valores de las mercancías. Solo habría cambiado el nombre en dinero de estos valores. Decir que en este caso el obrero no debe luchar por una subida proporcional de su salario, equivale a pedirle que se resigne a que se le pague su trabajo en nombres y no en cosas. Toda la historia del pasado demuestra que, siempre que se produce tal depreciación del dinero, los capitalistas se apresuran a aprovechar esta coyuntura para defraudar a los obreros.” (Negritas mías).

Sin embargo, los trabajadores en este país no enfrentan la relativa estabilidad del valor y del dinero que Marx analizó en aquel entonces. Tampoco la relativa estabilidad de las formas dinerarias anteriores ni la vertiginosa devaluación actual del bolívar, además de la pérdida de capacidad de compra del salario real en bolívares respecto a la moneda dólar, que aparece como “nueva referencia” en todos los precios de los productos en todos los establecimientos comerciales del país.

Tampoco aquellos obreros de Europa padecían la diferencia entre obreros que cobran en dólares (o pepitas de oro) y los que cobran en bolívares, estableciendo presiones extraordinarias para la depreciación desigual de la fuerza de trabajo, principalmente entre los trabajadores del Estado. Y pese a las diferencias objetivas de la forma en la que aparecen las leyes del capital, no exigir y pretender conquistar el establecimiento de algún mecanismo de protección del valor del salario en su forma dineraria vigente, esto es, el bolívar, en estas circunstancias para los trabajadores “equivale a pedirle(s) que se resigne(n) a que se le(s) pague su trabajo en nombres y no en cosas”. Y es que existe una relación entre la velocidad de fluctuación de los precios del salario y la lucha de clases, que debemos resolver, dado que toda lucha económica, finalmente, se traduce en una lucha política.

Pero, continuando con el mismo treveriano y su mismo libro, rige un principio en el sistema capitalista que establece que “el trabajo solo es una mercancía como otra cualquiera. Tiene, por tanto, que experimentar las mismas fluctuaciones, para obtener el precio medio que corresponde a su valor. Sería un absurdo considerarlo, por una parte, como una mercancía, y querer exceptuarlo, por otra, de las leyes que rigen los precios de las mercancías”. Entonces, buscar “exceptuar” el precio del salario a la fluctuación del resto de precios, a lo menos es querer negar estrellas. ¿Habrá querido manifestar Marx que el salario debiera estar “indexado” a las fluctuaciones de precio del resto de mercancías? Claramente sí, aunque no usa la palabra por razones no solo históricas sino de desarrollo del concepto. Pero la búsqueda natural de los trabajadores por nivelar el precio del salario a los aumentos en los precios del resto de las mercancías, se manifiesta como una ley objetiva.

La diferencia entre la forma en que se da lucha de clases en momentos de relativa estabilidad, y la forma en que se manifiesta la lucha de clases en momentos en que apremia la vertiginosidad de los cambios en los salarios, afecta la lucha de clases inevitablemente. Esto es una relación evidente que cambia algunos asuntos políticos para la clase trabajadora. En una circunstancia en la que la velocidad de las fluctuaciones de precio esta objetivamente muy por encima de la velocidad con la que los trabajadores pueden conquistar mejores salarios, entonces, surge una necesidad política para la clase trabajadora y su vanguardia, que debemos resolver y que tiene derivaciones políticas importantes.

Pero, y lo explica magistralmente más adelante, la lucha de los trabajadores, entonces, no puede ser la lucha por la nivelación permanente del salario. Esto es, la indexación de su salario al índice de precios y a la inflación constante, propia del sistema capitalista. Esto sería equivalente a luchar por seguir siendo pobres y explotados eternamente y de la misma forma, en lugar de luchar de una vez por la emancipación de su condición de explotado.

No vamos a tratar aquí el asunto de si la subida de salarios necesariamente conduce a la subida de todos los índices de precios y la consecuente inflación, de la misma forma en que repercute la destrucción de las fuerzas productivas y la sustitución casi total de la producción por la importación. El mismísimo FMI nos ha simplificado bastante el asunto, señalando en un estudio en noviembre de 2022 que «en contextos inflacionarios la reducción del salario no necesariamente aplana la curva de la inflación, sino que, por el contrario, en momentos de crecimiento de salarios y precios en los que hay subidas de mensualidades en términos nominales, la inflación termina bajando de manera similar a cuando no los hay, con el agregado de que el poder adquisitivo de los trabajadores se recupera más y más rápido, con el consiguiente impacto positivo sobre la marcha económica. El estudio se basa en la evidencia de 79 episodios históricos a lo largo y ancho del mundo. (https://www.imf.org/en/Publications/WP/Issues/2022/11/11/Wage-Price-Spirals-What-is-the-Historical-Evidence-525073)

Pese a esto, ello no implica que no luchen los trabajadores por, al menos, evitar ser cada vez más explotados. Entonces, la lucha por determinadas formas de indexación (huelga repetir la forma en que se usa la palabra), en condiciones determinadas, no necesariamente es reaccionaria o burguesa per sé, sino que forma parte de la lucha natural de los trabajadores por la protección de su salario en condiciones de elevada inflación. Y con esto tampoco se exime de que siga siendo, de por sí, una lucha primitiva por mantener los mismos niveles de explotación y hasta peores, en lugar de luchar contra la explotación en sí. Y esto lo afirmamos buscando educar, en lugar de regañar a la vanguardia de la clase y a la clase.

El sobrevaluado artículo 91

Pero vayamos a un asunto más complejo. En el artículo 91 de la Constitución, se establece un principio general que es a su vez, contradictorio y confuso. Todo trabajador o trabajadora tiene derecho a un salario suficiente que le permita vivir con dignidad y cubrir para sí y su familia las necesidades básicas materiales, sociales e intelectuales. Se garantizará el pago de igual salario por igual trabajo y se fijará la participación que debe corresponder a los trabajadores y trabajadoras en el beneficio de la empresa. El salario es inembargable y se pagará periódica y oportunamente en moneda de curso legal, salvo la excepción de la obligación alimentaria, de conformidad con la ley. El Estado garantizará a los trabajadores y trabajadoras del sector público y del sector privado un salario mínimo vital que será ajustado cada año, tomando como una de las referencias el costo de la canasta básica. La Ley establecerá la forma y el procedimiento”.

Las negrillas permiten diseccionar el menjurje de artículo que revisamos. Primero, se establece en la primera parte un aspecto esencial de la teoría del valor, que explica el propio Marx, cuando señala que “el valor de la fuerza de trabajo está formado por dos elementos, uno de los cuales es puramente físico, mientras que el otro tiene un carácter histórico o social. Su límite mínimo está determinado por el elemento físico, es decir, que para poder mantenerse y reproducirse, para poder perpetuar su existencia física, la clase obrera tiene que obtener los artículos de primera necesidad absolutamente indispensables para vivir y multiplicarse. El valor de estos medios de sustento indispensables constituye, pues, el límite mínimo del valor del trabajo”. Esto es, el salario mínimo.

Y en la segunda negrita del artículo, se establece algo fundamental. Los períodos en los cuales se va a indexar el salario a las fluctuaciones de la Canasta Básica, indefinida hasta ahora ni siquiera por los propios trabajadores. En un mismo artículo se establecen dos principios que afianzan jurídicamente al sistema capitalista en relación con el salario. Se establece constitucionalmente el salario mínimo, en primer lugar, y en el mismo mandato, la medida de indexación (la Canasta Básica que finalmente se expresará, mecanismo mediante, en un monto determinado) y la temporalidad para el ajuste.

Pero esto, objetivamente, se queda muy atrás de la velocidad y la dimensión real de fluctuación del precio de las mercancías, en condiciones de hiperinflación, lo que hace inevitable que siempre el salario esté abismalmente por debajo del índice de precios y se reduzca vertiginosamente, empujando siempre a una permanente redistribución de la riqueza, también siempre favorable al capitalista, quien sí tiene la potestad de establecer fluctuaciones instantáneas en sus precios, además de la protección de “la referencia” dólar para proteger sus ganancias.

Aquí nos detenemos porque salta la evidencia de que, una conquista obvia para los trabajadores es alcanzar la misma potestad de los capitalistas en el establecimiento variable del precio de la fuerza de trabajo, como la de los capitalistas en cambiar y establecer nuevos precios (en bolívares) para las mercancías. Al menos forma parte de las exigencias primitivas de cualquier lucha por el salario, en las condiciones actuales.

En el caso del monto de la Canasta Básica, sobre el que ni siquiera se asoma un posible consenso entre los mismos trabajadores, el monto se convierte en una cifra difícil de mediar y definir en un acuerdo rápido. Requeriría, por tanto, una lucha adicional a las exigencias, que implica definir de forma tripartita (de dos contra uno) los artículos y gastos que conformarán dicha Canasta, además del precio final que se establecería. Mientras este potencial acuerdo sucede, los trabajadores pudieran perder el salario conquistado incluso mas del 50% de su valor. Esto es, a la mitad. Así de complejo y vertiginoso es el asunto.

Pero la lucha por el artículo 91 es casi la lucha elemental por la subsistencia, por la sobrevivencia precaria y en las condiciones mínimas de existencia y reproducción de los trabajadores. A este punto nos ha llevado la política ultra liberal del chavismo en 25 años de continuidad. Esto es, es la lucha que se erige como base y centro motriz de todo el movimiento.

Sin embargo, Marx nos deja otros consejos: “Si enfocásemos la lucha por la subida de salarios independientemente de todas estas circunstancias, tomando en cuenta solamente los cambios operados en los salarios y pasando por alto los demás cambios a que aquellos obedecen, arrancaríamos de una premisa falsa para llegar a conclusiones falsas”.

Esto es, la lucha por el salario no puede verse única y exclusivamente como la lucha por las fluctuaciones del salario. Mucho menos en una situación en la que las fluctuaciones son de dimensiones desproporcionadas y hasta distópicas. Esto, además, hace equivalente la crítica contra la lucha solo por el salario mínimo y la lucha por la indexación, como luchas que hacen depender las demandas de los trabajadores, solo a las fluctuaciones de su salario.

Marx explica, en relación con la lucha por un salario mínimo y su consecuente lucha por mantener su valor, que “el esclavo obtiene una cantidad constante y fija de medios para su sustento; el obrero asalariado, no. Este debe intentar conseguir en unos casos la subida de salarios, aunque solo sea para compensar su baja en otros casos. Si se resignase a acatar la voluntad, los dictados del capitalista, como una ley económica permanente, compartiría toda la miseria del esclavo, sin compartir, en cambio, la seguridad de éste”. Esto es, si el trabajador se limita a exigir las condiciones mínimas de subsistencia “como una ley económica permanente” de nivelación y de indexación a las fluctuaciones de las mercancías, tal como lo establece la Constitución, asumiría de una vez su papel de esclavo.

Pero hay otra contradicción. En este mismo artículo constitucional establecen dos tipos de salario, de forma desordenada. La definición de un salario de “subsistencia” y la de un salario “digno”. Y aunque, siendo que el principio universal de progresividad indica que se debe tomar en cuenta el mejor salario al que haga referencia cualquier ley, la exigencia no puede estar limitada, entonces, a un salario de subsistencia de una vida “digna”, que a renglón seguido se remacha como “de subsistencia” (artículo 91 en una misma línea), ni a la lucha constante (en este caso habría de ser prácticamente diaria), por nivelar el salario a las increíbles fluctuaciones del precio de las mercancías que requiere el trabajador y su familia para vivir, haciendo que su ingreso esté sujeto de una devaluación indescriptible y salvaje, por decir menos.

Lucha de clases y política

Pero nace aquí otro asunto de carácter político a resolver. Supongamos el caso en que los trabajadores, unidos, logran establecer el monto de una Canasta Básica, buscando hacer cumplir la ley, y luego definen un salario mínimo correspondiente. Siendo esta una conquista de todo el movimiento, inmediatamente producirá un fraccionamiento inevitable de todo el movimiento de trabajadores, empujando a cada sector a exigir salarios particulares y escalas propias a su trabajo, como ya sabemos, todas exterminadas durante el período chavista. Pero una fractura del movimiento simplemente puede conducir a una eventual derrota, visto que, habiendo conquistado un salario mínimo suficiente (algo bastante positivo si se toman en cuenta las condiciones actuales) el empuje que brinda la unidad de todos los trabajadores pasaría ahora a convertirse en una debilidad, dado que la inmensa masa trabajadora habrá conquistado ya su «nivelación» y su tasa de indexación correspondiente, la aún no definida Canasta Básica, representativa a su vez del índice de precios.

Entonces, qué pueden plantear los trabajadores que no sea, y en lo mínimo, un Aumento General de Salarios a todas las escalas, la negociación general de Nuevas Contrataciones Colectivas a todo nivel, y el establecimiento, al menos de forma emergente, de Medidas de Protección de sus ingresos a partir de los nuevos salarios conquistados, como base de toda la lucha actual, arrebatando al capitalista y al Gobierno de turno, la potestad de descargar sobre el salario, las fluctuaciones constantes de la economía y los cambios en el precio de los bienes y servicios con los que los capitalistas buscan mantener, en el peor de los casos, las mismas tasas de beneficio pero bajo condiciones de superexplotación. Es decir, excluyendo al salario.

No huelga decir que, reviviendo al genio alemán, las demandas de los trabajadores, en estas condiciones en Venezuela “son deficientes por limitarse a una guerra de guerrillas contra los efectos del sistema existente, en vez de esforzarse, al mismo tiempo, por cambiarlo, en vez de emplear sus fuerzas organizadas como palanca para la emancipación definitiva de la clase obrera; es decir, para la abolición definitiva del sistema de trabajo asalariado”.

Parecieran palabras actuales. Pero el deja vú histórico nos reta. Marx amplía aún más: “No debe olvidar (la vanguardia obrera) que lucha contra los efectos, pero no contra las causas de estos efectos; que lo que hace es contener el movimiento descendente, pero no cambiar su dirección; que aplica paliativos, pero no cura la enfermedad. No debe (la vanguardia obrera), por tanto, entregarse por entero a esta inevitable guerra de guerrillas, continuamente provocada por los abusos incesantes del capital o por las fluctuaciones del mercado”.

Es correcto que la vanguardia trabaje por deslastrar, por tanto, a la clase trabajadora, de una “guerra de guerrillas” permanente, que provocará un desgaste y una degradación inevitable de la lucha de clases para los proletarios. Por ello Marx continúa con el consejo a los trabajadores. “Debe(n) comprender que el sistema actual, aún con todas las miserias que vuelca sobre ella, engendra simultáneamente las condiciones materiales y las formas sociales necesarias para la reconstrucción económica de la sociedad. En vez del lema conservador de: ‘¡Un salario justo por una jornada de trabajo justa’, deberá inscribir en su bandera esta consigna revolucionaria: ‘¡Abolición del sistema de trabajo asalariado!’”.

Por tanto, la lucha por salarios en el país se acerca cada vez más a la inevitable lucha por la emancipación de los trabajadores del sistema de trabajo asalariado. Pero esta conquista pasa, primero y de forma inevitable, por deslastrarnos de régimen político de oprobio que rige en el Gobierno del Estado, y pugnar por el establecimiento, al menos, de un régimen de libertades que propenda a garantizar la progresividad de las conquistas y un nuevo reparto de la riqueza nacional, pero esta vez más beneficioso para los esclavizados trabajadores del país. Y que parta del principio de que urge aumentar esta riqueza, rescatando el empuje en el desarrollo de las fuerzas productivas que la crean, principalmente con el sudor y la sangre de los trabajadores.

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