Los videos de agresiones colectivas en los colegios no paran de invadir las pantallas de los aparatos tecnológicos que ahora son nuestra fuente de información. Es atormentante la vorágine de situaciones de agresiones, violencias, malos tratos que saturan las redes.
Es demasiado y es agobiante, porque demuestra que el problema es mucho mayor. Es estructural. Es la base la que está podrida y, obviamente, todo lo que nazca de allí vendrá con la misma podredumbre. Pero la naturaleza es sabia y siempre hay un resquicio de sanidad, que usado a tiempo, puede transformar la realidad.
Como venezolanos estamos obligados a asirnos de esa débil y agonizante sanidad, para intentar invadir con una nueva manera de convivencia todo el destrozo de la sociedad.
No se trata de una persona, de un chamo, de un funcionario que actuó mal. Es un sistema y una cultura que te empuja y te seduce para que actúes de determinada manera, que se traduzca en reconocimiento, para ser aceptado, para ser parte, para pertenecer a un grupo.
Freud y Moscovici ya hablaron del efecto de las masas y, de maneras diferentes o con justificaciones diversas, analizan por qué el comportamiento humano se distancia tanto de los que algunos llaman “sentido común” para hacerse lo más miserable y reprochable de la humanidad. Claro, cuando es la conciencia la que se impone, entendemos esas conductas como reprochables, pero no siempre es así.
La masa: un animal suelto
Para Freud, las masas se acompañan para actuar con base en las emociones, lo que supone una regresión intelectual de la civilización. Es decir, se duerme la conciencia y se despierta la animalidad, la emocionalidad, el individualismo, el reconocimiento y el aplauso como el motivo de la vida, generando satisfacción, no por lo que hace, sino por lo que los otros ven y reconocen en ese acto.
En esta lógica, desaparece la responsabilidad social y los individuos son sujetos fáciles de la influencia, de la que se apropian cómo conducta para sentirse reconocidos y están desprovistos de contenciones sociales.
Retomando estas ideas, Moscovici describe el funcionamiento de la psicología de las masas como «el animal social que ha roto su correa. Y también una fuerza indomable y ciega, capaz de superar todos los obstáculos, de desplazar montañas o de destruir la obra de los siglos».
Hay una sensación de fuerza y de poder que se desarrolla y no mide consecuencias porque no hay raciocinio en ese momento de éxtasis. Pero esas expresiones de agresión son a fin de cuenta, el espejo de lo que la sociedad estimula. Esos niños, niñas y adolescentes son nuestra construcción como sociedad.
Son un grito de auxilio de la propia sociedad, de despertar y darnos cuenta que lo que hemos estado haciendo no está funcionando, está funcionando mal o simplemente responde a unos intereses mezquinos e individuales, pero jamás colectivos y de convivencia.
La familia
Hay diversas responsabilidades. Cuando se trata de niños, niñas y adolescentes, la primera mirada va a la familia. Y es que la familia juega un rol fundamental en la construcción de los valores sociales. Es el primer mecanismo de control social que tienen los NNA.
De allí que, cuando estas situaciones de violencia colectiva se presentan, la mirada a la familia es obligatoria. No porque lo hayan estimulado adrede, sino porque no construyen los muros de contención que evitan que la emocionalidad supere la racionalidad y la conciencia.
Como familias debemos esforzarnos en brindarle a los NNA experiencias afectivas que le doten de seguridad en su realización personal. Que no sea necesario salir a buscarla en la calle. Pero también debemos promover como valor sine qua non el respeto por la dignidad de los otros, el apoyo y la solidaridad, estimular la idea de protección al vulnerable.
No es una tarea fácil, pero tampoco es imposible. Se logra a través de mensajes, de prácticas y de reflexiones éticas, más que morales.
La escuela
Después de la familia, los NNA tienen a la Escuela, que ha sido epicentro de la acción agresiva de la que hablamos. Lo que resulta esperable, porque es allí donde se crean las relaciones sociales básicas con los pares.
Si hay algo que es determinante en la construcción de la personalidad de alguien son los pares. Los que te abrazan y te hacen sentir parte de un grupo; los que te dan reconocimiento y te hacen sentir importante, no por la obligación del vínculo familiar, sino porque se genera ese reconocimiento. Es más genuino y por eso, más importante. De allí la relevancia de las acciones que nacen en el grupo de pares, para bien o para mal.
El último video difundido en redes del colegio Bellas Artes, que sirvió de motivo para este artículo, es la mejor descripción de lo que se plantea aquí. Unos niños que utilizan su poder físico y social, para agredir a uno más débil.
Niños que graban y editan un video con la intención ─obvia─ de hacerlo público, en la idea de engrandecerse y mostrar a todos el poder que han logrado conquistar. Es la racionalidad esfumada de sus vidas y la emocionalidad y la búsqueda de reconocimiento en grandes dimensiones. Es querer ser importantes.
Esos niños y niñas, que actuaron en esa acción deplorable, no actuaban con conciencia. La dignidad del otro no existía como problema, pero tampoco tuvieron control institucional. No hubo ni amigos ─pares─ que pusieran freno a la agresión, ni personas adultas que hicieran lo correspondiente. Estaban haciendo eso porque querían y podían, y sabían que nadie los frenaría.
El papel de la Escuela es educar para la civilidad. Parece que ese fin último de la educación se ha perdido en la incertidumbre de lo que somos como país, de lo que somos como sociedad.
La Escuela se ha venido a menos, y no es un resultado sin objetivo. Es el resultado de un sistema que espera que la sociedad sea así, sin controles sociales sobre el bien común y la convivencia, porque es una sociedad que promueve la competencia, el éxito individual sobre cualquier cosa, el poder de sojuzgar como el mejor logro y la aspiración social.
El Estado
Pero no se queda allí la cosa, porque el Estado, institución llamada a establecer el control, tampoco aparece. No es crear una ley y sancionar al agresor lo que “debe” hacer el Estado. Lo que es obligatorio y urgente que haga es prevenir la agresión. Es poner los controles para que la agresión no se dé.
Naturalmente, el Estado es aquí, como en cualquier país del sistema capitalista, el principal exponente de la cultura del poder, de la explotación y de la opresión. El uso de la fuerza para hacer y deshacer a su antojo sin nadie que limite su acción.
Como lo vimos en el hecho repudiable de Mérida contra las estudiantes de la ULA por un «colectivo chavista», o como lo vemos en la acción sin control de cualquier cuerpo de seguridad del Estado o de cualquier funcionario público.
Ya han publicado en redes que las autoridades del colegio Bellas Artes tiene vínculos con el poder gubernamental. Veremos ahora cómo se mueve el Poder del Estado. Veremos si hay una atención adecuada.
Es necesaria la aplicación de medidas de disciplina para los NNA participantes, pero es aún más necesaria la atención y medidas de las personas adultas que debieron estar para evitar que esa situación se presentara.
Como sociedad requerimos que el sistema cambie, de raíz. Mientras tanto, nos toca exigir que el Estado asuma su obligación de generar mecanismos de contención. No solo con la creación de leyes y la mano dura judicial, porque la Educación no depende de la fuerza pública.
Para que haya educación en el país es necesario que se invierta en capital humano que garantice que el proceso de socialización de los NNA se dé, por lo menos, en el marco del enfoque de los DDHH.
La escuela tiene que volver a ser un espacio de protección para los NNA. Se necesitan protocolos, mecanismos, acciones preventivas, es necesario que renazca la conciencia colectiva de la convivencia. No como eslogan sino como acción humana verdadera.