Nada más contrario a Marx que eso que llaman izquierda hoy día. Y parafraseando a Mario Benedetti, nada más peligroso para el mundo que una derecha diestra y una izquierda siniestra.

Pero los temores del poeta uruguayo hoy se materializan frente al peor de los escenarios, que condena y empuja circunstancialmente a los verdaderos revolucionarios y al marxismo en general, a la incomodidad de coincidir con las terceras vías, a pesar de cualquier voluntad purista.

Hay evidencia de que la izquierda, esa particularmente siniestra, se hizo dominante en este comienzo de siglo y hoy recupera terreno en el continente, a pesar de los reveses obvios producto de sus primeros resultados.

La llegada de Chávez a la presidencia de Venezuela a final del siglo pasado, dotó, engaño mediante, a un sector resentido de la burguesía y de los abyectos especuladores del capital financiero, de un discurso y de una nueva revancha por el poder.

¿Por qué vuelven a copar la escena continental?

Sus sustitutos de la derecha, en este caso muy poco diestra, no se diferenciaron prácticamente en nada en el relevo, salvo en el discurso, y ni siquiera en todo.

Las políticas económicas y los acuerdos con el imperialismo chino y ruso han llegado a tal nivel en Latinoamérica, que ni Joe Biden ha podido escapar de repetir la política de su némesis Trump respecto a nuestros países. Ni siquiera su política económica de hecho se diferencia.

Para esa izquierda, caso radicalmente contrario a cualquier idea marxista o leninista, su instrumento orgánico ha sido el pueblo resentido y las minorías excomulgadas. Y viendo la efectividad de esa “vendeta social” disfrazada de revolución, la burguesía “progresista” y de naturaleza oportunista y especulativa, la gran banca sus aliados (y no así toda la burguesía industrial), vuelven a apostar por abrazar el “proyecto bolivariano” y sus pares en casi todo el continente. Esto es un hecho. Porque es un asunto de efectividad.

¿Ganan las minorías?

Ni Marx ni Engels colocaron en entredicho las ideas de sentido de comunidad, organización social, sindical, educativa, de salud, normas y leyes de convivencia y orden; en general, de la organización natural de la sociedad en cada etapa del desarrollo.

Mucho menos hay una idea en Marx, Engels o Lenin de destrucción de una nación y/o de freno al desarrollo de las fuerzas productivas en favor del propio país. Al contrario, es propio del marxismo reivindicar y apostar por el avance de la organización social y de la producción, que encuentran un freno natural en la sociedad de la “libre concurrencia”, que debe ser superado.

Pero la eficacia política que produce de la disgregación social en minorías, y sus “demandas” absolutistas, sigue teniendo un peso mayor actualmente.

Así, la “reivindicación” de los “derechos” de mujeres, pueblos originarios, homosexuales, leyes particulares de minorías de todo tipo, se convierten hoy en una corriente variada que clama sus venganzas particulares y es justamente esa suma de vendetas las que aprovecha esa cosa llamada izquierda, para avanzar.

No ven esas minorías (y se les oculta en el discurso que los estimula) que el origen general de la desigualdad, que se refleja en la esfera de la distribución, nace, quieran o no, en la producción. La forma en la que se organiza la producción social de una nación y/o del mundo, determina todo, incluso las diferencias salariales entre un hombre y una mujer. Es una cuestión de “libertad” en la competencia. Es por ello que sin cambiar lo anterior, las relaciones de producción, no es posible la igualdad social.

Falsa dualidad

Hoy Chile es un ejemplo emblemático. Rechazaron una Constitución, elaborada con representantes electos por aplastante mayoría. Y esa misma mayoría rechazó su producto.

Es que eligieron un discurso y cuando le vieron rostro a lo que habían votado, se echaron para atrás. Pero nada tiene que ver ese proyecto con un ápice de alguna idea marxista, pero el disfraz de izquierda le sirve.

En Colombia vemos el mismo camino, un proyecto político que avanzó sobre la revancha social que deja la brutal desigualdad de la sociedad capitalista, pero que utiliza la venganza como fuerza social para negociar el poder político para una minoría, nada más. Sustituyen momentáneamente a la derecha, para repetir lo mismo.

Tampoco hay diferencia entre Lula y Bolsonaro. En los primeros días de gobierno, el presidente brasilero ratificó, mantuvo intactos, e incluso amplió, todos los proyectos de expansión del capital chino y ruso sobre suelo brasileño. Lo demás es historia.

Hoy asistimos a una nueva puesta en escena, la misma pugna entre los Montesco y los Capuleto del gran capital. Nada ganan los pueblos. Pero es momento de unirse para derrotar a esa izquierda siniestra, y a su par inmaculado, la nada diestra derecha.

Tomado de El Pitazo

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