Si existe un capítulo difícil en la historia venezolana es el que actualmente estamos viviendo, caracterizado, los últimos años, con el movimiento migratorio en aumento que en su mayoría optó por salir del país por tierra, por ser lo más económico posible y escogiendo por destino los países suramericanos Colombia, Perú, Ecuador, Argentina, Chile, Uruguay, Brasil principalmente. Siendo Colombia el principal puerto de salida del país del éxodo masivo, lo cual afianza además ser una de las fronteras más activas entre los países latinoamericanos.

Ahora bien, si hacemos ese ejercicio muy válido de la comparación, debemos también contrastarnos con otros pueblos en sus movimientos migratorios y más aún, con aquellos con los que coincidimos actualmente, como es el caso del pueblo de Honduras.

Los hondureños también han decidido emigrar, y su principal destino es lo que algunos llaman el “sueño americano”, ese afán de llegar a los Estados Unidos, y encontrar allí las condiciones de vida y trabajo aceptables para una vida más próspera. Para el caso de Honduras, la profunda crisis política, económica y social, la cual encuentra en la violencia uno de sus mayores problemas, promovió el éxodo masivo, ya que es mejor huir que morir en manos de la violencia irracional de las pandillas centroamericanas; las Maras, que son movimientos de delincuencia organizada, capaces de montar grandes redes de extorsión, cobrando lo que ellos llaman el “impuesto de guerra” y sometiendo su propia población al pago o la persecución, que implica también asesinatos.

En el caso de las Maras, su influencia principal existe en el triángulo norte centroamericano, formado por los países Salvador, Guatemala y Honduras. Pero los hondureños a diferencia de los venezolanos, encuentran en su camino una amplia frontera hacia USA, que implica pasar por México generalmente de manera ilegal.

¿Por qué? Existen compromisos adquiridos por los países Norteamericanos (México es parte), entre ellos el bloqueo del paso de los migrantes centroamericanos hacia USA. De tal manera que cruzar México es toda una odisea, no solo porque es un acto ilegal, sino porque las opciones para lograrlo son pocas, arriesgadas y humanamente terribles.

Encaminarse hacia USA, siendo hondureño e ilegal, implica tener condiciones físicas con las cuales soportar kilómetros de caminata bajo el sol o en la noche, soportar hambre y sed, pedir dinero en los lugares donde hace escala, arriesgarse a violaciones a derechos humanos, tener la agilidad para esconderse de la migra (migración), y la habilidad de montarse en un tren en movimiento apodado La Bestia, como también, tener la menor probabilidad de caerse en sus rieles. De ocurrir eso, implicaría muy seguramente la muerte por desangramiento, o de quedar vivo, quedar mutilado de alguna parte de su cuerpo.

Todo con la intención de apenas llegar a la frontera México – Estados Unidos, y por si hubiera sido poco todo lo ocurrido en territorio azteca, seguir el camino de mojados (ilegales) por la frontera, que implica someterse nuevamente a jornadas de caminata en el desierto, deshidratación, jugarse una moneda al aire con los coyotes (mexicanos principalmente, que cobran por pasar a los migrantes por trochas y caminos) e incluso, ser sometidos como “burreros o mulas” para el tráfico de drogas de los carteles mexicanos con destino a Estados Unidos, lo que ahora se conoce como narco-coyotaje.

Muy diferente a lo que ocurre con nuestros pueblos hermanos suramericanos, sobre todo Colombia, los requisitos son mínimos y los venezolanos en pleno movimiento pueden tomar bus en Colombia y partir hacia nuevas fronteras con pocas restricciones. No tienen que correr hacia un tren, y menos arriesgar la vida en sus rieles. Esa comparación debe ser parte para quienes ya se convirtieron en emigrantes venezolanos, o para quienes ven difícil ese tránsito por tierra.

Los hondureños, particularmente, en conversaciones reflejan esa inconformidad de cómo otro país latinoamericano que tiene un porcentaje alto de migrantes en el mundo (principalmente en USA), en sus normas no son solidarios con el tránsito de los migrantes centroamericanos, con los cuales además comparten mucha historia en común, costumbres y problemas. No ser solidarios con los hondureños es no ser solidario con los emigrantes en el mundo, y quienes hemos vivido esa historia de partir de nuestras tierras, compartimos esos sentimientos difíciles de dejar la familia, las costumbres y partir hacia un sueño que en nuestro terruño, no fue posible. Para los hondureños, los mexicanos la tienen más fácil, pues su frontera es común con USA y nada más es cuestión de encaminarse en pasarla.

Todo esto lo comento a propósito del movimiento migratorio más reciente, donde México permitió el paso de una caravana de migrantes por su territorio hacia Estados Unidos (organizada por la ONG Pueblo Sin Fronteras), y saltó en cólera Donald Trump, moviendo a tropas hacia la frontera sur como si los emigrantes fuesen delincuentes.

Algo que se aprende con las ONG de inmigrantes, donde la primera aclaratoria para todos es que ser emigrantes no es igual a ser delincuente, y que incluso en condición de ilegal, eso no te atribuye el estatus de delincuente. Entonces las declaraciones de Trump, no solo reflejan su ya conocida homofobia sino además una política anti migratoria, para un país que creció precisamente de inmigrantes durante su historia.

Para el caso venezolano, siendo este nuestro mayor éxodo vivido, la comparación nos puede dar un ejemplo que pese a las dificultades, el tránsito por Suramérica no es tan terrible como podemos imaginarnos, más fuerte es lo vivido por los hondureños quienes además demuestran valentía, una fuerte decisión y convicción de seguir a su destino, a pesar de las tantas dificultades del camino. Siempre es bueno comparar para valorar las dificultades que vivimos…

Desde sureste mexicano…

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