No se atreven a hacerlo de forma diáfana, seguramente porque cuando la información se comienza a esparcir mediante rumores y fuentes anónimas, se diluye. Con el tiempo, toda constatación queda un entredicho de incertidumbre que hace difusa la construcción de una opinión. Desde periodistas, analistas o dirigentes sociales, cualquiera evadirá alguna sentencia para evitar ser desmentido más adelante. Luego llegará, anunciada por cierto para pronto, la declaración oficial, poniendo el acento en otros asuntos.
Pero si algo confirma el nombramiento de Omar Barboza (UNT) como encargado de coordinar al grupo de los cuatro partidos (G4) que se han apropiado de la representatividad opositora, con la legitimación que gustosamente les brinda Nicolás Maduro como aval, es que su objetivo estratégico se limitará al campo electoral. Esto es, hasta 2024, fecha en la que posiblemente se realicen unas presidenciales en Venezuela.
En Panamá fue la reunión del cogollo. En ese encuentro se trató solo la posición del G4 sobre las negociaciones en México, el reglamento de funcionamiento interno de la Plataforma Unitaria y las normas sobre las elecciones primarias para seleccionar un candidato presidencial unitario de cara a 2024, confirmando la ruta escogida.
Los acuerdos más significativos del G4 en esa reunión secreta, de acuerdo a lo dicho por periodistas bien informados y medios que han publicado algunos detalles sobre el encuentro, no están referidos a definiciones claras sobre táctica o estrategia para enfrentar la dictadura, sino más bien limitadas a “consultas” sobre lo que ellos llaman “estrategias” para enfrentar a Maduro; y a una especie de acuerdo para escoger “su gallo” de cara a las eventuales presidenciales.
El anuncio referido a “un proceso de reunificación” de las fuerzas opositoras en torno de la jefatura de este grupo es más preciso. Lo condensa la lapidaria frase que el propio Barboza expuso al periodista Gustavo Ocando Alex para el medio La Voz de América: la oposición “estará abierta a la participación de otras fuerzas o sectores de la sociedad civil que compartan nuestros objetivos”. Esto es, no se trata de unificar a los adversarios del enemigo principal, el régimen de Maduro y su camarilla, para desplazarlos del poder, sino de unificar a los que compartan los objetivos previamente definidos por este grupo.
Ahora, los objetivos parecen estar claramente definidos solo que no de forma unitaria. Cada uno tiene una convicción diferente, según se desprende de una reunión que propició recientemente el Parlamento Europeo con dirigentes de partidos y organizaciones autoproclamadas opositoras a Maduro. Destaca la afirmación de Capriles, quien considera innecesario sacar a Maduro para realizar cambios en el país. Para María Corina Machado lo más importante es elegir una dirigencia opositora en unas primarias. De estos extremos se desprende la insistencia de Juan Guaidó en empujar el “diálogo en México”, para definir un cronograma electoral (aunque esto está constitucionalmente definido y es en 2024, salvo que una fuerza realmente beligerante imponga un cambio eñde fechas). Así, el debate interno de los propietarios de la oposición parece alejarse cada vez más de los venezolanos.
Y mientras el alto rechazo que algunas encuestadoras le adjudica a estos grupos opositores parece equiparar al rechazo acumulado contra el régimen de Maduro, los trabajadores de Sidor paralizan la producción en reclamo de salarios; los trabajadores de la basura en Caracas amenazan con huelga si no les pagan lo justo por su trabajo; los viejitos paralizan las calles del país en exigencia de pensiones equivalentes al artículo 91 de la constitución nacional; y las manifestaciones de la sociedad por luz, agua y servicios elementales parecen abarcar el campo visual, casi de forma absoluta, para el resto de la población. Nadie tiene ojos para ese liderazgo ni el hambre puede aguantar hasta el 2024.