A solo días de que el año termine, el sosiego que los venezolanos buscaban, no llegó. Tampoco llegará mientras no se atine en la dirección correcta para alcanzar una salida verdadera a la catástrofe. La dirección opositora utilizó alternativas que no dieron resultados y, por el contrario, diluyeron el ánimo de la población que terminó en escepticismo.
La dictadura ha utilizado todos los recursos que ha tenido en sus manos para mantenerse en el poder. Incluso el de construir una pseudo oposición prêt-à-porter para legitimar la farsa electoral, una ruta que ha utilizado el régimen varias veces que les ha permitido vestirse de amplitud y democracia, disfrazados en el sufragio.
En esta última contienda electoral, el régimen se manejó en una estrategia clara y firme, usurpó las tarjetas de los partidos, los dividió a punta de dinero y aprovechó la abstención y la maquinaria, para arrasar una vez más con los puestos del poder local y regional. Además, estrechó lasos con el conglomerado empresarial más basto y destructivo, con el que destruye y saquea el Estado; se acorazó con una Fuerza Armada forrada en plata y poder, que defiende y apoya a la dictadura para pervivir en condiciones de privilegio. Es decir, el régimen tiene financiamiento de una oligarquía criolla e internacional, seguridad y apoyo militar, y una oposición de molde, dispuesta para ser derrotada.
A merced de esto estamos los venezolanos. Sufriendo la más terrible y feroz de las crisis, una condena indetenible a la miseria, la pobreza o la muerte. La emigración continúa, pese a las condiciones a la que se someten los migrantes, oleadas enormes de personas son atraídas por la esperanza que otras tierras serán mejor que estar en Venezuela. Crece, además, el desespero y la angustia, pues la circunstancias apremian. Cada vez es más difícil alimentarse, medicarse, que es elemental. En fin, podríamos decir que es difícil mantenerse vivo en este país.
En contraste, una realidad evidencia a dos Venezuela en un mismo país: los enchufados, alardean boyantes de recursos producto del saqueo y despilfarro del erario público y un grupúsculo pequeño que de alguna manera obtiene algo del goteo que derrama la soberbia proveniente de estos. Por otro lado está la población mayoritaria, sumergida en más pobreza y sorteando la vida entre remesas y rebusques para subsistir. Miles de familias venden hoy sus enseres, niños y adolescentes abandonan la Escuela e ingresan a trabajos de medio o de tiempo completo para colaborar con la economía familiar. Es decir, es un empobrecimiento económico, educativo y cultural.
La comparación con el que está peor, enfermo o en más miseria, es consuelo para el que lucha cada día sin obtener resultados, es el consuelo del afligido el poder medio comer o de tener un tanto de salud, o solo por que aún respira.
Pero a los venezolanos nos queda echar el resto. Los que nos quedamos y los que quieren volver. No se trata de generar esperanza sino más bien generar convicción de que es posible salir de la dictadura y dar paso para reconstruir el país. Pero toca construir una unidad verdadera y entre los iguales, entre los que sufren: los trabajadores, amas de casa, estudiantes, soldados honorables y comerciantes y empresarios honestos. Dar pasos gigantes hacia la construcción de un movimiento que tenga la sincronía y organización necesaria, con el potencial y determinación que sume victorias y gane terreno ante la dictadura, hasta desplazarla del poder.
Las festividades navideñas, atípicas hoy por la cantidad de venezolanos que no podrán llevar una hallaca a su mesa ni un pequeño obsequio para sus hijos, o por los que hoy se preocupan apenas de si habrá algo de alimentos para los días venideros, deben servir al menos para alentar y alimentar el ímpetu y la disposición de lucha para salir de la dictadura. La rabia también debe ser potencia que marque el camino de los que exigimos vida y libertad. Porque el futuro bueno es inexorable.
Que el cañonazo marque el compás de inicio para el cambio, la libertad y el futuro. Ahora más que nunca, la rebelión es el camino.