La condena a los actos terroristas, en medio de una guerra que no ha tenido fin desde hace al menos 80 años, requiere, cuando menos, una comprensión científica. La ofensiva militar sin precedentes ejecutada por Hamas el 7 de octubre, constituida en un acto de terror irrefutable que afecta población civil, no puede explicarse sin los antecedentes y sucesos que llevaron a esa cúpula islamista y reaccionaria, a ejecutar esta acción bélica despiadada.

Un escalado y permanente terrorismo de Estado por parte del régimen israelí, es el antecedente más evidente. Y más que un acto terrorista, es la consecuencia de una guerra fratricida atizada por los imperialistas y los bestializados grupos religiosos y reaccionarios que se enfrentan, arrogándose la «representación» de ambos pueblos.

Y como suele suceder, las primeras víctimas son niños, mujeres y jóvenes del pueblo trabajador. Desde los soldados hasta la población civil víctima de las mortíferas respuestas de ambos bandos, es sobre la sangre del pueblo trabajador que ambas facciones apoyan sus memorias y excusas, empujando al extremo la violencia que se desarrolla de forma objetiva, resultado del despojo que ejecutan los capitalistas y los imperialistas, sea por el mercado de ambas naciones, por su relación con todo el mercado árabe, por el petróleo o por el establecimiento de una correlación de fuerzas favorable a cada bando en disputa, dada la posición geoestratégica de esos territorios. Y es ésta tal vez la principal determinación en estos momentos.

El reparto de un mundo destrozado

El mundo está bajo disputa nuevamente, como lo estuvo en las dos guerras mundiales padecidas el siglo pasado. En un planeta en el que los ricos son menos, aunque más ricos que jamás, y los pobres son más, aunque más pobres que nunca, las leyes de la economía conducen inexorablemente al agotamiento de la ganancia media que en promedio se distribuyen los capitalistas.

En este contexto, las pugnas imperialistas se vuelven a encender como motor principal de las contradicciones en el planeta y, bajo la batuta desesperada de las cúpulas capitalistas de cada bloque, un nuevo reparto los empuja inevitablemente a una pugna salvaje y despiadada por mercados, mano de obra, materiales y correlaciones políticas y económicas, creadas con el fuego y la sangre de las clases desposeídas y los proletarios del mundo.

Otra víctima en el conflicto entre Palestina e Israel, además del pueblo llano, es nuevamente la verdad -propaganda mediante-. Los bloques imperialistas alinean sus fusilerías mediáticas con la falsificación de noticias, estimulando reflexiones viscerales e instantáneas en la población mundial, tal como sucedió en Ucrania. Y detrás de cada mentira van batallones de excusas y bayonetas de justificaciones para su barbarie. Y aunque la brutalidad del terror hace víctimas a israelíes y palestinos en este punto, no lo hace ni lo ha hecho nunca por igual.

Este momento de guerra, con actos de terror incuestionables e injustificables, hay que ubicarlo en su correcto contexto histórico, del que nadie sensato puede desprenderse a la hora de entender los procesos del mundo.

Nacimiento del terror

La escalada de barbarie y pérdida de todo sentido de humanidad, no inició con el ataque de Hamas el 7 de octubre. Tiene orígenes hondos que no se pueden evadir. La solidaridad con unos u otros no puede ser una reacción instantánea que evada una historia de barbarie y colonización, incitada y orientada por los imperialistas desde hace al menos 80 años.

Palestina ha sido víctima de un despojo injustificable, bajo el argumento religioso de un “mandato divino”. Y tal como el Estado iraní utiliza el recurso del Islám para la opresión, la oligarquía israelí echa mano del sionismo para justificar el despojo violento de la tierra. El terrorismo de la colonización ha sido brutal. Los colonos van como herederos sionistas, “merecedores divinos” de esas tierras, con “derecho” de desalojar a palestinos bajo el amparo de las armas y del Estado de Israel.

Es que los antecedentes histórico-religiosos han sido el instrumento ideológico con el que estas facciones han bestializado el conflicto por décadas. Es innegable que la violencia de la colonización israelí y el despojo de tierras a los palestinos, so pretexto de una «herencia de Dios», es fundamental. Pero no es religioso el asunto de fondo.

Las consecuencias de un asedio constante por parte del Estado de Israel, son ahora aprovechadas por las nuevas pugnas imperialistas que se desarrollan. África, Ucrania, Latinoamérica… todos bajo enfrentamientos atizados por nuevos “repartos”, tras nuevas fuentes de materia prima, mercados y dominación colonial imperialista.

Como era de esperar, EEUU declara su apoyo a Israel y Rusia a Palestina, pero particularmente a Hamas. Y un dato ideológico importante acá es que Hamas busca “purificar” (bajo el Islám) a la sociedad palestina y liberarla de las “ideologías de izquierda”, como paso previo a la liberación. Los sectores moderados y/o revolucionarios en ambas naciones, sucumben ante la incandescencia del extremismo. Un radicalismo estimulado, conducido, manipulado y financiado abiertamente, en ambos casos, bajo el manido discurso de la “libertad”.

La declaración del Partido Comunista de Israel lo confirma cuando denuncia que “los crímenes del gobierno fascista israelí, destinados a sostener la ocupación, están conduciendo a una guerra regional. Tenemos que detener esta escalada”, advierten. Pero también lo confirma la Autoridad Nacional Palestina (OLP), enfrentada políticamente a Hamas, que ha “advertido repetidamente contra las consecuencias de bloquear el horizonte político y no permitir que el pueblo palestino ejerza su legítimo derecho a la autodeterminación”, demostrando el estímulo externo que ha tenido la actuación del Estado israelí en el crecimiento y consolidación de Hamas en la Franja de Gaza y entre la población palestina.

En resumen, y siguiendo la declaración del PCI, se debe «luchar para poner fin a la ocupación y reconocer los derechos legítimos del pueblo palestino y sus justificadas demandas», como punto de partida de cualquier negociación de paz. Y esto supone destronar el fundamentalismo religioso.

«Justificando» la guerra

Ni la actuación de Hamas ni la del presidente israelí, Benjamín Netanyahu y su partido, resumen la voluntad de ambos pueblos. La propaganda y los efectos de una campaña sistemática belicista, afianzada por actos de terror bélico permanentes entre ambas naciones, estimulan respaldos en ambos pueblos a las acciones de guerra que pudieran escalar sin límites humanos y hacia niveles regionales. Poco le importan los pueblos a ambas cúpulas y mucho menos, a sus ideólogos y financistas imperialistas.

Los principales cañones se disparan desde los medios de comunicación al servicio de cada imperialismo. Misiles de noticias falsas, exageradas o fuera de contexto, como la “decapitación de 40 bebés israelíes”, entre otras.

Pero esta es una guerra urdida tras bastidores que puede sembrar el pasto de una guerra regional de alcance mundial. Es algo sobradamente evidente. EEUU, Rusia, China, Irán, Europa, todos los imperialistas incitan a cada bando, y su “mano invisible” transmuta su enfrentamiento hacia los países sometidos.

Por ello, los comunistas de Bandera Roja pugnamos por una salida revolucionaria y para ello, el paso previo es el reconocimiento del Estado palestino y el respeto de sus territorios.

Niños, mujeres y jóvenes del pueblo trabajador, ponen nuevamente su sangre. En su honor, no podemos dejar que muera la razón. Condenamos el terrorismo del Estado de Israel y de Hamas y condenamos una guerra empujada por la terrofagia del Estado de Israel, las facciones extremistas y el imperialismo. Apostamos por una solución racional, territorial, de justicia y respeto, que conduzca a la justicia y la paz para el pueblo palestino y en general para el pueblo trabajador de ambas naciones.

 

Comisión internacional de Bandera Roja

(13/10/2023)

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