Que el marcador West Texas Intermediate (WTI) haya caído muy por debajo de cero en su precio, hasta -37 dólares por barril, ha motivado alarmas y asombros. Unas, en relación con la cuestión económica, y no es para menos. Otra, despertó la polémica acerca de la teoría del valor y el precio. Ambas cosas interesantes.
La caída de los precios y de buena parte de las materias primas es generalizada. Pero a esta escala es única. Tiene sus particularidades. Como hemos indicado, a la crisis se le superpone la pandemia. El resultado es que el proceso de destrucción de capitales viene alcanzando una magnitud inusitada. La recesión va camino a la depresión que muchos vaticinan será peor que la del 29 del siglo pasado. Al caer la producción cae la demanda de materias primas. Aquellas que son refugio del capital, sin embargo, incrementan su precio. Así, el oro, la plata, platino, paladio y rodio, vienen alcanzando precios récord en medio de la crisis.
A diferencia del café, que era tirado al mar cuando su precio caía por debajo del costo de producción y de su valor, el petróleo que no vendes debes almacenarlo. No puedes lanzar el crudo al océano. A principios del mes de abril, en Canadá y Estados Unidos, es mucha la leche que han vertido los productores en los campos, ante la caída de su precio. O sea, mientras la leche la podemos botar sin dañar la naturaleza, el petróleo no. El petróleo debes almacenarlo. Sólo que el almacenamiento tiene un tope, luego de lo cual se crean serios inconvenientes.
El petróleo WTI es un marcador cuya venta se realiza mes a mes y se cotiza en Nueva York, mientras que su entrega se realiza en Cushig, Oklahoma. El lunes 20 de abril, los futuros a mayo cayeron a precio negativo. Pero en virtud de la caída de la demanda, se produjo un abarrotamiento de los depósitos de almacenamiento. A partir de lo cual quienes venden petróleo ya no podrían recibir más crudos a ser almacenados y estuvieron dispuestos a pagar hasta 37 dólares para que el comprador estuviese dispuesto a recibirlo.
Luego, o buscamos la explicación en los hechos objetivos, o llegamos a la conclusión subjetiva de la utilidad negativa a partir de la cual se está dispuesto a pagar al comprador para que se lleve el producto. Lo cual es simplemente un absurdo.
La leche que botan los productores en Canadá y EEUU, ante la caída de precios por debajo de su valor, supone destrucción de riquezas. Destrucción de valores. El petróleo que no se vende y que el productor está dispuesto a pagar para que lo reciba el comprador tiene un valor de cambio que, como no puede ser destruido, puede ser recibido y luego, como medio de producción, sirve para producir otras mercancías. Ese petróleo no puede ser destruido como la leche. Y es que el valor puede ser destruido, pero si sigue existiendo sigue poseyendo valor, tiene trabajo objetivado. Esto, independientemente de que su precio no se corresponda con el trabajo socialmente necesario cristalizado en la mercancía en cuestión, como resultado del comportamiento antagónico de la fuerza de la demanda y de la oferta.
El fetichismo y la ciencia
El proceso de producción deriva en el acto de intercambio de la mercancía en el mercado. Media entre su inicio y el cambio, el proceso de trabajo, de valorización del capital, luego del cual, el producto es llevado al almacén o las tiendas, para referirnos a la rama industrial. Hasta llegar a manos de quien compra. Del proceso de trabajo sale la mercancía a ser depositada hasta ser mercadeada y poder llegar a quien compra. Ya está valorizado el capital. La mercancía final, en nuestro caso, el petróleo como materia prima, arrancado de la naturaleza, se realiza en el acto de compra venta. Media un proceso entre el momento en el que se produce y en el que es entregado como mercancía. Muchas veces este proceso supone un incremento del valor de la mercancía.
El precio de esta y de cualquier mercancía gira en torno de su valor. Las fluctuaciones del precio obedecen a la fuerza de la oferta y de la demanda. Tienden a anularse hasta ajustarse al valor de la mercancía. Pero muchas fluctúan en su precio como resultado de los vaivenes del mercado o de la cartelización del precio, tal es el caso del petróleo. De allí tiene el origen la Opep, un buen ejemplo.
Por su parte, esta circunstancia permite que se afiance en los seguidores de la teoría subjetiva la errónea idea de que esto demuestra que la teoría del valor trabajo es nula. Mientras, la teoría subjetiva, aquella que indica que el precio obedece a una cuestión psicológica tiene vigencia. Se demuestra, una vez más, según ellos, que la teoría del valor trabajo marxista no tiene ninguna pertinencia. Que el precio lo determina la necesidad y no el trabajo. Claro, al caer a una escala negativa, llegaríamos a la conclusión de que se trata de que este petróleo cuenta con una utilidad negativa. ¡Vaya absurdo!
Es bueno destacar que la teoría del valor trabajo, si bien quien la profundiza hasta la raíz es Carlos Marx, sus precursores son los grandes economistas ingleses, William Petty, Adam Smith y David Ricardo. Marx toma de ellos la parte positiva de sus adelantos. El trabajo como fuente de valor. Los economistas ingleses, dignos representantes de la burguesía industrial si algo debían demostrar es que la fuente del acrecentamiento de la riqueza no es el intercambio, tesis mercantilista, sino el trabajo. Eso es lo que los aproxima a la ciencia económica. Pero quien descubre la plusvalía ─la parte del nuevo valor que agrega el trabajo humano, de la cual se apropia el capitalista como dueño de los medios de producción─, es Marx.
El precio es expresión del valor de la mercancía. Esto es, el precio refleja el tiempo de trabajo socialmente necesario para la producción de una mercancía. Básico, en esta afirmación, es la definición del mercado. En eso coinciden todas las corrientes del pensamiento. El mercado es el encuentro de muchos demandantes con oferentes. En el mercado hay demandantes y oferentes, en plural. Tienden a pujar en relación con el precio. Sin embargo, tienden a anularse la fuerza de la demanda con la fuerza de la oferta. Cuando el precio de una mercancía se coloca por encima de su valor, los capitales se desplazan a la producción de ese bien más ganancioso. Pero a la postre, terminan por incrementar la oferta buscando un mayor beneficio, que va a anular la fuerza propulsora anterior, cuando se elevó el precio por encima del valor de la mercancía.
Los subjetivistas buscando demostrar cosas absurdas distorsionan la idea del mercado. Sacan al individuo de la miríada de demandantes y oferentes del mercado. Lo colocan en el desierto. Hacen que las mercancías se hagan escasas. Definen un mercado a su arbitrio. Es la única manera de demostrar que un vaso de agua en el desierto tiene una utilidad que lleva a quien lo demande, a darlo todo cuando se hace escasa. Pero en el mercado, el que es, el agua tiene un precio como expresión de su valor de cambio.
El mercado venezolano tampoco es buen ejemplo. La presión de demanda como resultado de la hiperinflación, del comportamiento del precio del dólar, de la escasez y de la especulación, conducen a que el precio se coloque muy por encima del valor de las mercancías. Pesa también el hecho del amparo que brinda el gobierno a la trampa especulativa.
A la inversa de lo anterior, en las crisis de sobreproducción, la caída de la demanda en forma drástica hace que la fuerza de la oferta sea superior a la demanda, con creces. Luego, caen los precios. Pero ese desequilibrio se restaurará cuando pase la crisis.
Así, la teoría del valor sigue gozando de muy buena salud. Sólo que aquello de las distorsiones produce confusiones que son aprovechadas por los fetichistas para atacar la ciencia.
En medio de todo esto, es bueno destacarlo, China llena sus depósitos de petróleo barato y edifica muchos más. Mientras Venezuela ve caer el precio de su crudo por debajo de los diez dólares, más crisis para los venezolanos.