No es como piensan algunos: muchos de los que siguen siendo chavistas no lo hacen por mera irracionalidad. No nos referimos a los oportunistas. O a quienes ya forman parte de la estructura interna desde el irracionalismo. Tampoco a los que ven la cosa con convicción “socialista”, conscientes de que se trata de una farsa.

Nos referimos a gente con cierta convicción revolucionaria, de izquierda o progresista y que sigue aferrada a este sainete. Hay irracionalidad, ciertamente. Pero se esconde tras una lógica retorcida. También la fraseología y sus efectos en instituciones diversas justifican seguir amarrados al proceso, pese a las contundentes evidencias en varias materias. Terminan siendo cómplices de un régimen oprobioso como el que más.

En materia de entrega del país a intereses extranjeros, los chavistas superan todo lo anterior. El chavismo se ha convertido en el mayor freno para el desarrollo de las fuerzas productivas. Se expresa en la destrucción del aparato productivo, por lo que cuenta, y mucho, la migración de millones de venezolanos, muchos de ellos integrantes de la fuerza de trabajo calificada.

También se evidencia en el deterioro de la educación en todos los niveles. De su planta física y la fuga de muchísimos docentes. Unos a otros países en busca de mejores condiciones; otros, tratando de sobrevivir en labores distintas a la docencia. Las universidades saqueadas y abandonadas por docentes y estudiantes. Total: destrucción de fuerzas productivas.

Entonces, ¿cuál es la lógica del discurso en que se escuda este sector chavista? De una parte, la idea épica bolivariana. El fetiche juega un papel fundamental en esta lógica que expresa puro irracionalismo, pero le brinda algo de coherencia en su raciocinio. Continuación del bolivarianismo; Chávez como heredero.

La reducción del imperialismo al estadounidense, el “imperio”, también cuenta. En la mente del chavista, chinos y rusos son amigos. O, aceptando que son imperialismos, ellos juegan con nuevas reglas que los hacen amigos bajo el principio del beneficio mutuo.

Las crisis eléctrica y petrolera son el resultado —según este tipo de chavista— del cerco imperialista. Para nada observan la corrupción, el robo de los fondos de mantenimiento de ambas industrias y su desmantelamiento, desde mucho antes de las sanciones.

Además, afirman que, independientemente de que Chávez haya mostrado debilidades en circunstancias de peligro, eso no desdice de su condición de liderazgo. Cuestión cierta. Más allá de eso, alcanzó un gran liderazgo. Eso es indiscutible. Lo que no supone que ese liderazgo haya conducido a la edificación de una sociedad más avanzada.

No es el mismo caso de Perón. En los nueve años de su primer gobierno, Argentina alcanzó un importante desarrollo industrial y agroindustrial. Tanto que permitió brindar mejores condiciones a la clase obrera argentina. Se fortaleció el movimiento sindical corporativo, buscando acabar con la autonomía de la clase. Pero indiscutiblemente los trabajadores y el pueblo argentino vivieron años de conquistas fundamentales para el desarrollo.

En su gobierno se crean importantes empresas estatales, como Ferrocarriles Argentinos, Empresa Nacional de Telecomunicaciones, Aerolíneas Argentinas, entre otras, mientras se echaban las bases para el desarrollo de la industria pesada. El imperialismo estadounidense hizo lo que le correspondía: acabaron con el experimento de nueve años e iniciaron un proceso de desmantelamiento del aparato industrial, que encuentra en Menem, un peronista, su adalid.

El chavismo, por el contrario, desmantela el aparato productivo, sobre todo industrial, incrementa las importaciones a una escala que supera todo lo anterior, mientras desmantela la industria pesada, del petróleo, del aluminio y más adelante del acero.

El chavismo apenas queda en una personalidad. No en una obra. Las migajas que brindó al pueblo estuvieron siempre en correspondencia con el desmantelamiento del aparato productivo. Hasta la crisis, la renta petrolera alcanzaba para satisfacer la demanda interna, vía importaciones.

Este tipo de chavista se comporta como quien sufre maltrato en una relación marital. Como le señala el psiquiatra al paciente que es víctima de maltrato por parte de su pareja: “No le oigas cuando está arrepentido y pide perdón; ve sus actos”. Este chavista no puede ver los actos, ni los del difunto, ni los del heredero. Se queda con la palabra. Con la frase hecha. Con una épica forzada.

Han existido personalidades que combinan esa condición carismática, megalómana y narcisista. Veamos el señalamiento de Bertrand Russell: “El megalómano se diferencia del narcisista en que desea ser poderoso antes que encantador, y prefiere ser temido a ser amado”. Pero, a momentos, van juntos. Ahora bien, cuando alcanzan logros en el terreno de la política y el poder, se hacen valer, al punto de que cuidan su presentación de manera precisa. Es que requieren de esa corte de aduladores que alimenten ese espíritu retorcido.

El chavista en cuestión deja a un lado cuestiones fundamentales para un balance. No logra ubicar que las relaciones sociales de producción se sustentan, antes que nada, en la economía. Es que apenas lo oye, no observa lo que hace. El desmantelamiento del aparato productivo fue acompañado del 301 de la Constitución. De la eliminación del doble tributo con los países de alto desarrollo industrial y la ley de protección y promoción de inversiones extranjeras. Y, más recientemente, de las leyes antibloqueo y de zonas económicas especiales.

Parecen no ver los escándalos de corrupción. No aprecian que, en materia de tortura, el régimen alcanza al menos lo anterior.

Pero no. El chavista que aún conserva aspectos fundamentales de la ideología del cambio se queda apenas con la palabra. Con esa fraseología que hereda de los procesos revolucionarios. Aunque el país haya sido llevado a un atraso que parece haber sido calculado.

Dejar de oír esa palabra les pudiera permitir ver lo que pasa. De allí podrán enfilar las baterías contra esta forma de opresión y entrega de la soberanía sin precedente alguno.

Tomado de El Pitazo

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