“Ayudadme a ser hombre: no me dejéis ser fiera
hambrienta, encarnizada, sitiada eternamente.
Yo, animal familiar, con esta sangre obrera
os doy la humanidad que mi canción presiente.”
Miguel Hernández
Una mujer abordó mi vehículo en días recientes, para que la llevara a lavar la ropa y los uniformes de la semana. Era del interior. Funcionaria policial. Por instinto y por mi naturaleza investigativa comencé a preguntarle, en el trayecto, sobre sus ingresos, su trabajo, su vida y sobre cómo ve al país. Siempre lo hago cuando conozco a alguien que me puede brindar un panorama sobre las inquietudes y opiniones de la gente sencilla. Su discurso fue marcial, militaresco y recto, hasta que entró en confianza y me confesó su salario. Ahí comenzó la franqueza.
Con un tono lumpen y hombruno, trocado por la confianza, me espetó: “Yo te digo, mano, si uno encuentra a un tipo que lleva 3 kilos de coca y te dice que te da dos o tres mil dolaritos para que lo suelte, ¿tú crees que uno lo va a pelar? Para llevarlo a presentación en un tribunal uno tiene que gastar dinero de su propio bolsillo porque ni para los traslados hay recursos en el Estado. Y nosotros, cobrando 120$ mensuales, no tenemos de otra. Tú sabes que hay que sobrevivir, e igual a ese tipo lo van a soltar, porque así funciona esto. Entonces, o te ganas tú esos realitos o se los gana otro en el camino”.
Asentí, -Claro. Para que me siguiera contando. Un funcionario, cuya actividad laboral consiste en “hacer cumplir la ley”, sufre una fuerte contradicción entre la ética y la sobrevivencia si el pago por efectuar esta labor está justamente fuera de la ley. Más aún si su entorno está, de raíz, absolutamente corrompido. El primer asunto es que un funcionario del Estado debiera recibir, al menos, lo correspondiente con el precio de una Canasta Básica (Artículo 91 de la Constitución), que en anteriores escritos hemos podido promediar y que, con los ingresos extraordinarios que entrarán al país en 2022, pudieran cubrirse sin mayores esfuerzos.
Pero la corrupción o el corrompimiento del funcionariado del Estado, que en buena parte es susceptible de serlo, tiene su origen en la naturaleza del propio Estado, pero en primera instancia, en su salario. Cuando el beneficio que obtiene por cumplir con sus funciones, es superlativamente inferior al del resto de la sociedad o al precio/riesgo del ejercicio propio de sus funciones y cuando, además, se hacen comunes los caminos del enriquecimiento inusitado de muchos de sus pares, mediante la naturalización de la corrupción, el camino está libre para corromperse.
La oficial se estaba justificando. Sabía lo terriblemente malo del asunto y lo injustificable de su acción. Había conciencia. Pero, “o se lo gana otro en el camino”. Con aquella frase expiaba la culpa. Si todos lo hacen, por qué uno no.
La descomposición humana alcanza niveles de bestialización cuando el hambre se impone como norma y somos llevados como especie a la vulgar supervivencia. Entonces, somos fieras hambrientas y no humanidad. Son esas condiciones materiales las que imponen nuestro comportamiento social en primera instancia. A esto nos ha llevado el chavismo y su política económica. A actuar “como los tiburones, voracidad y diente, panteras deseosas de un mundo siempre hambriento”, tomando palabras del poeta español. Los venezolanos devorados por los venezolanos, con el pesar de haber sido un país de tanta solidaridad y humanidad.
¿Habrá acaso oportunidad de conocer a un funcionario que, con un salario miserable, esté dispuesto a arriesgar la vida por hacer cumplir leyes que nadie respeta, mucho menos quienes las hacen y le pagan el infeliz salario? La política económica de los últimos 22 años ha sembrado el hambre y la descomposición social a niveles nunca vistos. Venezuela es otra, ciertamente. Pero ni es mejor ni está mejorando. Pero “nosotros no podemos ser ellos, los de enfrente, los que entienden la vida por un botín sangriento”.