Luce esperanzador que se esté discutiendo algo que muchos consideramos de Perogrullo. Sí. Paradójica la cosa. Discutir acerca de estrategia y táctica —su conceptuación y realización concreta— sería un gran paso, luego de un largo período en el cual no se cuenta con un rumbo preciso, con un derrotero cierto.
Es que la oposición no solamente está dividida, a momentos se presenta perpleja. Luce confundida, atónita. Y esto cree resolverlo aumentando sus visiones y posiciones sectarias. Hay factores que buscan imponer una hegemonía censitaria. No brindan confianza ni ganan credibilidad. Además de dar pasos hacia la unidad, es tiempo de armonizar cuestiones fundamentales de la política como estos aspectos indicados. Pero la limitación principal, sin dudas, se resume en que la oposición no cuenta con una dirección estratégica, ni la definición de un camino.
Algo básico: “Mientras el fin de la estrategia es ganar la guerra (…) la táctica persigue objetivos menos esenciales, pues no se propone ganar la guerra tomada en su conjunto, sino tal o cual batalla (…). La táctica es una parte de la estrategia, a la que está supeditada, a la que sirve”. Estas definiciones, por demás clásicas en esta ciencia, deben ser asumidas de manera precisa, más cuando las condiciones indican las grandes posibilidades de triunfo sobre la dictadura.
Pero, ante todo, a la hora de definir la estrategia y la táctica del momento, se deben ubicar las condiciones objetivas y subjetivas en las cuales se van a definir. Comenzando por las cuestiones internacionales. La correlación en torno de la dictadura: las naciones y países que la apoyan y los que la enfrentan. Este panorama es muy claro. China y Rusia lucen como las potencias que le brindan más que apoyo a la satrapía; además de países que giran en torno de la órbita de este bloque que busca afianzar su hegemonía mundial. El bloque que lidera EE. UU. y el de la Unión Europea buscan salir de la dictadura.
Ubiquemos que Venezuela, más que un área en disputa, tiende a convertirse en país dependiente del bloque emergente. Este asunto es fundamental. Debe ser asumido de manera objetiva, estableciendo las conclusiones del caso a partir del nuevo orden mundial.
A renglón seguido, la economía venezolana. No solamente se trata de la crisis creada a partir de las consecuencias de una política en extremo liberal que durante décadas sustituyó producción nativa por importaciones. También se deben ubicar nuevas determinaciones a partir de analizar que se encuentra en la transición de convertir el país en productor de materias primas más allá del petróleo: el extractivismo, así lo mientan ahora. Al petróleo se le suman minerales estratégicos que reclaman las naciones desarrolladas. De allí el enconamiento de la disputa.
Con base en esas consideraciones, establecer las clases y sectores sociales que son reservas directas en favor del cambio. Qué fuerzas sociales se pueden sumar a la gesta. Es numeroso el ejército de pobres con que contamos. Adormecidos muchos. Indecisos, desconfiados. Pero deseosos y propensos a apoyar el cambio. Pero un cambio que les satisfaga. También son muchos los propietarios pequeños y medianos que se inscriben en esta corriente para salir de la dictadura. La intelectualidad. En general los sectores medios, a muchos de los cuales apenas les quedan las maneras ya que las condiciones de reproducción los ubican en el ejército de pobres.
Pero la dictadura no está sola. Con algunas reservas cuentan. Han configurado una estructura en torno al aparato de Estado que les sirve. La amamantan con el dinero público. Las corruptelas se han democratizado. El reparto de alimentos vía Clap, los colectivos que fungen como parte del aparato represivo, parte de la burocracia estatal favorecida, entre otros sectores, nutren el apoyo social a la dictadura. Pero resumen estos sectores una lealtad poco sólida. El mercenarismo es la nota dominante. Pero también les queda ese sector irracional nutrido por capas diversas; aunque es cada vez más reducido, algo cuenta.
Luego, la caracterización del régimen político imperante es un aspecto fundamental a ser considerado. Son cada vez más claras las evidencias de que estamos frente a un régimen dictatorial que cuenta con peculiaridades bastante originales. Una dictadura de rasgos fascistas que se presenta como inscrita en la “construcción del socialismo”. Ése ha sido un factor de engaño y confusión en la gente. Pero también ha conducido a que sectores opositores caigan en la trampa. Entretanto, el régimen ve con satisfacción que lo acusen de comunista. Mínimo, de socialista. Cuando en realidad es en extremo liberal y entreguista. Por tanto, esta caracterización debe unir la oposición en un solo discurso: se trata de una dictadura entreguista, antinacional, y punto.
Estas consideraciones permiten ubicar que el objetivo estratégico a alcanzar es, sin ambages, el derrocamiento de esta tiranía.
El camino a seguir debe ser considerado también con base en las consideraciones que nos preceden. Difícil pensar que la dictadura, contando con tal apoyo internacional esté dispuesta a una salida pacífica, por lo que no queda de otra que contar con esa poderosa fuerza que representa el descontento de millones de venezolanos hartos de un régimen de máscaras, criminal y entreguista de nuestras riquezas y soberanía a poderosas potencias imperialistas. Por lo que, hacia ellos, hacia esas famélicas figuras debe ser dirigida lo principal de la política, hasta configurar las legiones dispuestas a derribar con su fuerza a la tiranía. Sin descuidar a los sectores propietarios de medios, principalmente los pequeños y medianos. Se trata, por tanto, de erigir una amplia alianza de clases y sectores sociales afectados por la tiranía y dispuestos a reconstruir el país sobre bases sólidas.
No niega ese camino estratégico la combinación de las distintas formas de lucha, pacíficas o no, que han de adelantarse en el camino hacia el objetivo principal. De allí que los procesos electorales, con pocas o sin condiciones, pueden ser aprovechados, cuando así lo demande cada coyuntura política.
Pero dar curso a estas definiciones requiere de un mando. De una dirección centralizada capaz de dotarse de los instrumentos que se requieren. Con la facultad de definir las ofensivas o repliegues que demande cada momento. Depositaria de la autoridad brindada por las fuerzas políticas y sociales para dar orden a todas las fuerzas que se logren nuclear, hasta alcanzar el objetivo estratégico.
La conformación de esa dirección política debe forjarse de manera democrática y debe estar compuesta con los dirigentes más capaces, mejor formados y más dispuesto a ejercer el liderazgo, brindando confianza con base en una práctica democrática y persuasiva. Que cumpla con aquella máxima: “Definida la política democráticamente, los dirigentes lo deciden todo”.
Ciertamente, oteando la realidad actual, luce un sueño. Es que alcanzar esa meta de dotarnos de una dirección política requiere de una ética que no se ve a simple vista. Colocar los intereses supremos por encima de apetencias particulares o individuales parece mucho pedir. Subsumirse en un mando político capaz de guiar a los amplios sectores a la pelea pareciera imposible. Pero, de no hacerse, seguiremos dando tumbos que son aprovechados por un régimen que ha aprendido a moverse en aguas tormentosas. Es que cuentan con apoyos de consideración. Además del bloque imperialista emergente, ya son muchos los sectores de la clase pudiente que, por aquello de los negocios, lo nutren. Algo de apoyo le brindan.
Pero hay que destacar que se comienza a dar pasos en la dirección correcta.
La oposición debe dotarse de este instrumento fundamental para esta lucha política que requiere, en correspondencia, de un grupo de dirigentes capaces de crear confianza en todas las fuerzas políticas y sociales. La suficiente como para ponerse al frente del proceso que puede llevar a la realización de marchas y contramarchas; de maniobras políticas que a veces pueden confundir; de la combinación de formas de lucha que pueden ser percibidas como extremas, entre otros aspectos controversiales.
Un programa capaz de unificar las fuerzas motrices de este proceso es requisito sine qua non, además de ser un compromiso histórico para la reconstrucción futura. Debe contemplar objetivos y metas precisas que permitan una nueva democracia, el desarrollo nacional hasta alcanzar la revolución industrial. La soberanía agroalimentaria. La edificación de una sociedad en la cual prevalezca la ética del desprendimiento y la solidaridad. La honestidad en el manejo de la cosa pública. De no ser posible alcanzar un programa con estas letras, al menos acordarnos para salir de la dictadura hasta conquistar una nueva democracia, sus libertades y la liberación de los presos políticos y el retorno de los exiliados.
Condiciones objetivas y subjetivas sobran para el cambio. Se han acumulado hasta acallar cualquier duda escéptica. Quienes buscan ser alternativa frente al despotismo deben dar un paso al frente hasta definir una estrategia y táctica en correspondencia con las demandas populares y nacionales. Trabajar arduamente para configurar una dirección política que asuma las riendas de las briosas fuerzas con que cuenta el pueblo venezolano debe ser la tarea central del momento.
Mientras, muchos esperan que algo bueno salga de las reuniones de México. Aunque son pocos los esperanzados, es un escenario que no se debe despreciar. También se espera algo del proceso electoral pautado para noviembre. Pero, en cualquier caso, son las definiciones de una política autónoma lo que permitirá echar a andar la maquinaria en la que puede convertirse la fuerza popular. Estas reuniones de México o cualquier iniciativa nacional o internacional, así como el proceso electoral, deben estar inscritas en definiciones que apenas se comienzan a vislumbrar.