Cayó la pobreza en Venezuela respecto a 2018, según la encuesta de Condiciones de Vida del venezolano (ENCOVI), realizada por el Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales de la Universidad Católica Andrés Bello. Sin embargo, se trata de un logro espurio, aunque algo de verdad guarda. Pero requiere explicación.
Una de las determinaciones de este resultado es que somos cada vez menos los venezolanos. Ha disminuido la población en unos cuantos millones. Según ENCOVI, estaría en el orden de los 5 millones los venezolanos que se han ido. Pero, según la agencia de la ONU para los refugiados (ACNUR), para junio del presente año hay: “7,1 millones de personas refugiadas y migrantes de Venezuela en todo el mundo”.
Esta circunstancia ya es suficiente razón para calificar de desastre lo alcanzado en Venezuela por el régimen chavista. Sirve, a su vez, como parámetro respecto a la magnitud del freno que ha representado el chavismo al desarrollo de las fuerzas productivas del país.
Esta impronta permite establecer el carácter del crecimiento. Una cosa es el crecimiento con unos 35 millones de habitantes y otra con la población que hoy tiene el país que alcanza apenas a 28 millones.
Se agrava el asunto, pues la natalidad ha disminuido. Además, “se incrementó el número de defunciones y tenemos un déficit de nacimientos”, revela ENCOVI. Podemos concluir que la demografía no refleja un mero estancamiento. Es una catástrofe en toda regla.
Al ser menos los venezolanos en el país, se crean espejismos. La riqueza —muy a pesar de que se distribuye de la manera más desigual que en toda nuestra historia— alcanza para un tantico de mendrugos para la pobrecía. Así, aunque ha habido algo de incremento en el ingreso familiar.
Según ENCOVI: “Venezuela (…) es el país más desigual de América. Nuestro nivel de desigualdad se compara con el de Namibia, Mozambique y Angola”. Compite, pues, para ser el más desigual del planeta. ¡Vaya socialismo! Clara evidencia de la gran farsa.
Nos muestra ENCOVI la manera cómo ha mejorado el ingreso de la familia. No como resultado de una política económica que apuntale un incremento del salario real en la perspectiva de mejorar las condiciones de vida. El ingreso de la familia se ha incrementado, ciertamente. Más de 30 % de los trabajadores realizan faena por cuenta propia. Ésos son quienes mejores ingresos perciben. Por lo que los oficios y el comercio, al minorista y mediano, se han visto estimulados.
Los trabajadores de la empresa privada, incluyendo la clase obrera industrial, han visto incrementar su salario. Pero siguen siendo de los más bajos de América Latina y el mundo, pero algún incremento han recibido. Con la inflación galopante, pierde poder de compra, por lo que la explotación se incrementa todavía más. Al aumentar la inflación, se modifica la distribución de los componentes del valor de las mercancías.
Supongamos que, en seis meses, el aumento de precios por inflación conduce a un incremento de la inversión en materias primas, desgaste de la capacidad instalada, materias auxiliares, entre otros. Pero el salario se mantiene estancado.
Mientras, la plusvalía se incrementa más que proporcionalmente a la inflación y el capitalista obtiene una plusvalía extraordinaria que le permite soportar una eventual caída de la demanda. Es de allí que el keynesianismo —con su idea de crecimiento con inflación—conduce a mayor explotación del obrero.
Los más golpeados en este lapso, sin duda alguna, son los empleados públicos, cuyos salarios se ven desmejorados por la inflación y las políticas perversas del gobierno que sacan de su bolsillo buena parte de lo que les corresponde, vía ONAPRE e inflación, que no es más que un impuesto indirecto.
Ante esto, mucha gente ha revivido estrategias de supervivencia. Más miembros de la familia abandonan los estudios y se lanzan al trabajo para incrementar el ingreso familiar. Eso pasa principalmente entre las familias de los empleados públicos.
La desaparición del salario en este sector condujo, además, a una disminución de su participación en el total de los trabajadores. Hoy día apenas llega a 20 % del total de los empleados formalmente. Esto es, se ha minimizado el aparato estatal, uno de los sueños de los liberales.
Todo lo cual refleja el fracaso del proyecto chavista de cara a su oferta de acabar con la pobreza y mejorar las condiciones de vida de la gente. La migración y la pobreza son emblemas claros.
Aun siendo menos los habitantes, la miseria campea. Las posibilidades de ascenso social se truncan. La desigualdad en la distribución de la riqueza aumenta.
Estas circunstancias fuerzan cada vez más a levantar una plataforma de luchas para dar un vuelco a esa injusta distribución de la riqueza. A eso debemos apostar, más cuando el espíritu unitario parece prender en sectores diversos. Lo que va sumando a quienes, sin distingos ideológicos y políticos, se disponen a la pelea.
Es una tendencia que luce indetenible. Se avizora el protagonismo de los sectores desposeídos. De los asalariados. De los trabajadores. De los que crean la riqueza y hacen funcionar la inmensa máquina del Estado, por ende, de los servicios públicos.
Son tiempos de acercamiento en escenarios unitarios diferentes a los que han prevalecido en el campo de la política. Esto puede convertirse en una palanca capaz de levantar un movimiento de masas con fuerza suficiente para derribar la dictadura.
Los trabajadores lucen cada vez más dispuestos a luchar por sus aspiraciones inmediatas e históricas. Sin descuidar el espacio electoral, el acento debe estar en las luchas. La gente anda dispuesta.
Además, comienzan a despuntar líderes al calor de las luchas. Son cambios importantes en la situación política que hacen renacer la esperanza por el cambio en favor de las mayorías. Alerta los poderosos, estén donde estén.