El pragmatismo, en su sentido filosófico y doctrinario, no podía nacer en otro sitio que en Estados Unidos. No podía surgir en otra época histórica que en el período imperialista. Así, en 1896, el estadounidense William James (1842- 1910), acuña las ideas centrales de esta concepción destacando aquello de reducir «lo verdadero a lo útil» negando el conocimiento teórico en diversos grados. A esta nueva expresión del escepticismo contribuye sin dudas su personalidad depresiva.
Así, la cuna del pragmatismo (el mundo capitalista altamente desarrollado), vive permanentemente revolucionando los medios de producción para elevar la capacidad competitiva de la planta industrial en el mundo de la competencia a muerte entre los dueños del capital y entre las naciones imperialistas, y termina pues por abarcar la subjetividad en el sentido de adaptar el pragmatismo aplicado para la producción de la plusvalía -pasando por su adaptación a las ciencias-  finalmente a la política.

Desde la perspectiva de la oligarquía financiera y de sus apologetas, esto conduce a resultados apreciables toda vez que permite actuar en función de sus intereses particulares aunque para ello haya que mentir, condicionar la mente humana, entre otros, para afianzar el fetichismo de la mercancía sin el más mínimo empache; si no, veamos lo que se produce actualmente en Libia.
Eso no significa que antes de que el pragmatismo adquiriera el carácter doctrinario no existiese como práctica. Por el contrario, la sola búsqueda de eficacia con base en el oportunismo resume la posición pragmática en política. De igual manera, puede ser pragmático aquel que sustenta teóricamente esta corriente filosófica, así como también el más ignorante, pero lleno de afanes nada correspondientes con los intereses positivos de la humanidad.
Así, desde esta perspectiva, la política está sujeta a la eficacia que podamos alcanzar mediante la acción práctica, las maniobras y la capacidad de negociación. La idea del éxito, al resultado inmediato. Todo lo cual supone una nueva ética: la de colocar el logro por encima de todo, transgrediendo todo aquello que limite la eficacia. De allí la necesidad de dejar a un lado principios que, dentro de este juicio, obstan para «acelerar» el proceso. Por ello, partiendo del criterio según el cual la ideología burguesa penetra al partido revolucionario, encontramos que esta corriente encuentra no pocos defensores y apologetas en su seno. Desconoce el «pragmático revolucionario» que la estrategia y táctica del partido revolucionario, del proletariado, se sustentan en la lucha de clases, cuyas definiciones las extrae de la ciencia de la clase, de sus teorías en el ámbito del desarrollo social, de la economía, de la política, entre otras. Desprecia pues, el “pragmático revolucionario”, la teoría, se queda con el resultado. Ello no supone que se alcance la eficacia desde una perspectiva revolucionaria, por el contrario, al desviar al partido revolucionario del espíritu que resume los intereses de la clase que representa, al subsumirlo en la eficacia y el alcance del logro por encima de todo, lo convierte en un apéndice muchas veces necesario para el capital. Por ello, el pragmatismo es mucho más que la definición en relación con el alcance del logro, es un condicionante de la ideología del capital.
En esta perspectiva, es lógico que se cuelen categorías de la perspectiva burguesa en política revolucionaria, tal como lo de las cuotas de poder como resultado inmediato, inscrito esto en una “vocación de poder”, dejando a un lado la idea de que la estrategia revolucionaria se inscribe en la construcción de un nuevo poder basado en la democracia directa desde las asambleas populares como sustento superestructural de la implantación de nuevas relaciones sociales de producción.
De otra parte, el pragmatismo, en su sentido filosófico, a partir de su naturaleza metafísica, en su realización en el terreno de la ética científica, de la política, e incluso de la estética, cuenta con determinaciones generales y específicas que deben ser abordadas de manera concreta. En cada una de ellas haremos algunas consideraciones en próximas entregas.
Carlos Hermoso
Junio – 2011

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