Recientemente, un consumado liberal afirmaba que Estados Unidos y China deberán desmontar las medidas de protección, ya que los perjuicios por violar los principios de la libertad de comercio los afectaban a ambos. Y que, por ser un error, estaban tratando de subsanarlo. Obligan tales afirmaciones a indagar en el asunto. Nos conseguimos con que la pugna sigue; unos y otros buscan ganar terreno. Es más, la cuestión ya se expresa en el terreno bélico, de allí los ejercicios militares en un punto u otro.

Las corrientes vulgares en economía —dominantes, claro está— se aferran a sus dogmas que para nada logran explicar las cosas. Les sirven para propagar ideas erróneas, acordes con los intereses de la clase que representan. Aun así, el pensamiento económico dominante, el de las clases dominantes, está enredado y no le queda más que apelar a la mentira y al engaño. A escala mundial, la ideología dominante es la de los países dominantes. De allí que el enredo se hace mayor, ya que no han logrado unificarse.

La tendencia a la guerra se hace preponderante en la fase imperialista. Muy superior incluso a la que impera en la fase previa de libre competencia, de allí que la circunstancia actual se inscriba en aquélla. Resulta Ucrania —y el despojo que hacen los rusos reclamando su área de influencia— un emblema de tal afirmación. Pero la cuestión más acuciante sigue siendo la lucha entre China y Estados Unidos por la hegemonía mundial. Los chinos lucen vencedores… por lo pronto.

El carácter orgánico de esta tendencia lo encontramos en el desarrollo desigual de la composición de los capitales (O’). A este respecto, China galopó con las inversiones extranjeras directas que fluyeron a su economía desde los países más desarrollados, que encontraron en Shenzhen, Hong Kong y Taiwán el pivote necesario, con la fortuna de poder frenar, durante décadas, la tendencia a la caída de la cuota media de la ganancia (G’). La baratura de la fuerza de trabajo y las materias primas chinas así lo permitieron.

A esto se suma la desregulación de las relaciones laborales, la creación de un sindicalismo paraestatal y la práctica desprotección del medio ambiente. Todo eso lo resumieron en la implementación de las Zonas Económicas Especiales, recomendación que ha seguido a pie juntillas el régimen chavista.

La tendencia al incremento de la O’ —frenando la caída de la G’— fue dominante desde 1980, hasta que se fue incrementando el salario de los obreros chinos en la segunda década del nuevo siglo y se fue reduciendo su mercado externo con las medidas tomadas por Trump. En ese lapso, China se convierte en la principal manufactura del planeta. Luego, una mayor competitividad fue acompañada del abordaje de ramas que requerían desarrollos importantes en ciencia y tecnología, siendo los sectores más emblemáticos telefonía, telecomunicaciones y tecnología de internet. Ahora van por la rama militar, y ya están obteniendo desarrollos importantes.

Es por ello que consideramos una tontería lo que plantean los liberales cuando afirman que EE.UU. y China deberán reconsiderar sus políticas de protección. Que —debido a los problemas “insalvables” que se han creado— deberán desmontarlas. Cuando en realidad ésa es una tendencia inexorable. Es la única salida que tienen los imperialismos rezagados, principalmente Estados Unidos e Inglaterra, para tratar de alcanzar a China.

Por otra parte, se dice que la inflación estadounidense, desde esta perspectiva, se frenará con el desmontaje de la protección. No ubican, quienes así propagan, que la inflación nada tiene que ver con esta circunstancia. Es más, el debilitamiento del dólar a escala planetaria puede encontrar en el proteccionismo un freno a su tendencia a perder fortaleza y espacios, puesto que la emisión de papel moneda por encima de la riqueza que representa no es un asunto atinente a las políticas de protección. Más bien, aumentar la producción y productividad en suelo estadounidense es el camino para recuperar el dólar.

Este asunto de la protección conduce a nuevas circunstancias bilaterales y multilaterales. Se propaga y ya abarca a todas las potencias económicas e incluso a las economías que, siendo desarrolladas, cuentan con un rango mediano en la escala de países avanzados. La protección china es una respuesta a la ofensiva estadounidense. Igual sucede con Europa. Brexit es una decisión soberana de Inglaterra al sofoco que ha sufrido frente al avance de los alemanes, hegemón de la Unión Europea.

Los cambios en la correlación de fuerzas dentro de los organismos multilaterales, en este contexto, conducen a la Organización Mundial de Comercio (OMC) a autorizar a China en enero del presente año a imponer aranceles a productos estadounidenses por el orden de los 650 mil millones de dólares.

Esta situación agudiza la tendencia a que las potencias imperialistas se engarcen por todo el planeta en una disputa por mercados y fuentes de materias primas abundantes y baratas. Es lo que puede permitir frenar la caída de la cuota media de la ganancia (G’), mientras elevan la composición de capitales (O’) dentro de sus economías. Recordemos que, al elevarse O’, se manifiesta la tendencia a la caída de G’, solamente frenable por la vía de ampliar el mercado, obtener materias primas más baratas, abaratar el precio de la fuerza de trabajo e incrementar la explotación obrera.

La dogmática liberal, al ver cómo se derrumban sus fetiches, busca construir realidades y recrear los dogmas como el de su santísima trinidad —posmodernismo, globalización y neoliberalismo—, otrora más poderoso que el de la cristiandad.

En este escenario se abren tendencias políticas que ya han afectado a Latinoamérica y sobre todo a Venezuela. Pero ya hace lo suyo en Colombia y en países que otrora parecían cotos cerrados de los estadounidenses. Lo que explica que Bolsonaro no diga nada acerca de Ucrania. Es que las cosas cambian hasta que se produzcan saltos cualitativos que no nos deben sorprender.

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