El triunfo de Pedro Castillo sobre Keiko Fujimori forma parte del giro que viene dándose en el cuadro político de América Latina. Ese resultado no es extraño en un país donde los liderazgos vienen haciendo aguas —producto de la corrupción en la que se han visto envueltas muchas de sus principales figuras— y donde se han aplicado políticas impopulares y antinacionales. Frente a esto, la gente busca una alternativa esperanzadora. La diferencia de votos entre Castillo y Fujimori debió de haber sido mayor, pero ayudó poco la puesta en escena del profesor, aunque la unidad de los sectores más retrógrados hizo más.

El descontento es tal que anuncia procesos de rebelión. Van abriendo paso a situaciones turbulentas acá y acullá. Sin embargo, esta tendencia hacia cambios de fondo, verdaderamente revolucionarios, no va acompañada de dos determinaciones fundamentales para aproximarnos a cambios radicales. De una parte, las alternativas apenas asoman reformas con las cuales puede convivir la oligarquía financiera. En segundo lugar, no han aparecido vanguardias o agrupaciones políticas unificadas con capacidad de dirección suficiente como para orientar estos procesos hacia cambios de verdad. No se enarbolan programas políticos alternativos que pregonen una perspectiva nacional y popular para estos tiempos.

El mismo hecho de que se respeten esos resultados refleja los cambios en la correlación de fuerzas imperialistas en Latinoamérica. Ésta ya se ha configurado como un área en disputa de grandes proporciones. El tejido creado por los capitales financieros y mercancías de origen chino, y en menor medida ruso, hace lo suyo en la política. Si no fuese así, hace rato el régimen chavista hubiese sucumbido. Les resultó la jugada de venderse al diablo, representado éste en el apetito voraz de los chinos. Treta que para nada favoreció al pueblo venezolano y el interés nacional, como sí a quienes configuran la estructura del poder dictatorial chavista. Ésa ha sido la expresión más clara de este proceso. A partir del aumento de la penetración de capitales chinos —desplazando a los estadounidenses, europeos y japoneses—, la política ha cambiado. A su vez, la producción de varios minerales va a encontrar en la demanda de los asiáticos un atractivo que los convierte en su primer socio comercial. Es el caso del cobre y el zinc.

Esto no significa que los estadounidenses no intenten recuperar lo suyo. Algo hicieron en Bolivia. A la postre la cosa no les salió bien. Pero lo seguirán intentando con más brío. Por lo pronto parece que respetarán los resultados en Perú. Su opción no les resultó, aunque con tantas rayas a cuesta no salió tan mal.

Además, la oligarquía financiera no ve con malos ojos una alternativa que puede conducir al menos a correr la arruga. La crisis peruana, aun cuando no se ha manifestado con la contundencia de Colombia o Chile, puede estallar. A eso conducen las condiciones de vida de los trabajadores, la crisis política, la dependencia, el saqueo, a lo que se suma el trato brindado a la epidemia del coronavirus. Perú es el país con mayor índice de mortalidad producto de la pandemia.

La sucesión de presidentes corruptos es una de las determinaciones más importantes de la crisis. Hasta la señora Keiko Fujimori es reo del sistema judicial. Y, ante el agotamiento de los partidos burgueses, una opción que se presenta como de izquierda marxista se hizo potable en la medida en que en el camino abrió espacios a las demandas del capital financiero. Pese a esto, no se dejan a un lado las consabidas presiones, por lo que enarbolar el anticomunismo no está de más.

Es que la alternativa que encabeza Castillo no anuncia un cambio importante en Perú. Afirmación que no supone ninguna apuesta a su fracaso. Hombre que ciertamente viene del pueblo. Pero que no levanta un proyecto para el desarrollo y la independencia. Más cuando cuenta con Pedro Francke como asesor económico. Quien, a su vez, es asesor del Banco Mundial. Francke se opone, entre otras ideas de cambio, a la nacionalización de empresas.

A la postre, Castillo puede sumar al entierro de las políticas abiertamente liberales. También al cambio en la correlación internacional en pleno desarrollo. Puede agregar un eslabón a la cadena en torno del bloque chino, frente al decadente imperialismo estadounidense. No más.

En Perú, como en toda Latinoamérica, las inversiones extranjeras directas gozan de una protección que violenta su soberanía nacional, y como muestra veamos lo contemplado en el artículo 29 de la Ley de Promoción de Inversiones Extranjeras promulgada por Fujimori, padre de Keiko, en 1992, donde se establece el principio del trato igual de los capitales nacionales y extranjeros. En Venezuela le dieron un carácter constitucional en 1999. Perú se suma a los países que han eliminado la doble tributación, principio fundamental del liberalismo económico también contemplado en la ley anteriormente intencionada. A eso no da respuesta Castillo, por el contrario, insistió en que iba a respetar y ampliar lo contemplado en la materia.

Un asunto que nos indica que Castillo seguirá la misma política económica es la reivindicación que hace de las Zonas Económicas Especiales (ZEE). Si bien apenas hay cuatro de estas áreas en Perú, en el programa de Castillo se presenta como alternativa que: “Las regiones deben elaborar con autonomía real su propia ZEE, sin injerencia del gobierno central…”. Más liberal imposible. Recordemos que Perú cuenta con una fuerza de trabajo muy barata y disciplinada, vital para estos proyectos.

Es que las condiciones laborales en Perú son bastante precarias. Esa es la ventaja comparativa por antonomasia. La jornada de trabajo en promedio supera las doce horas diarias, por seis días a la semana. Circunstancia que se ha profundizado con la migración que han recibido desde Venezuela. La flexibilización laboral, la indefensión de la masa trabajadora, los bajos salarios, son parte de la crisis social que anuncia una gran tempestad. Ante esta circunstancia explosiva, una Presidencia que enarbola el “cambio”, no resulta un contrasentido.

Veremos si Castillo cumple con la promesa de fomentar leyes “para que los trabajadores, empleados, colaboradores y obreros tengan una vida digna y derechos universales que les permitan salir adelante y abandonar la pobreza”. Generalidad que bien puede ser atendida si logra consensuar en un parlamento variopinto leyes que se inscriban en ese espíritu. Sin embargo, la presión de los capitales, sobre todo chinos, seguramente frenarán la posibilidad de que esa ventaja comparativa se pierda.

A lo que sí puede contribuir Castillo es a favorecer la “ruta de la seda” en la correlación internacional, pues China es el principal inversionista en minería y en otros sectores, incluyendo manufactura y pesca. Perú resume condiciones que ambicionan las grandes potencias: en 2020 fue el octavo productor mundial de oro, contabilizándose 120 toneladas, cifra que no refleja la realidad, ya que es significativa la producción ilegal no declarada ni contabilizada. Después de México, en la producción mundial de plata se encuentra Perú. Además, es el segundo productor mundial de cobre, detrás de Chile, extrayendo 50 % de lo que produce el país austral. En igual posición se encuentra Perú en la producción de zinc. Y, de ñapa, es el tercer productor de plomo (2019).

La tendencia en América Latina

En general, con una supuesta confrontación entre derechas e izquierdas, Latinoamérica se enfrenta a cambios gatopardianos que enrumban a la región por caminos distintos para seguir igual. Mientras no se perfilen propuestas en verdad nacionales y populares, las cosas seguirán siendo, en esencia, similares como hasta ahora. La esperanza despertada puede conducir a una nueva decepción. La turbulencia de las luchas recibe un torrente de viento fresco que apenas airea. Luego despertarán los esperanzados en una realidad que desilusiona. Las más de las veces, en ese ínterin las fronteras entre izquierdas y derechas parecieran borrarse.

Castillo y las opciones chilenas de Daniel Jadue y Gabriel Boric, la de Petro en Colombia, Lula en Brasil, entre otras, se vienen presentando como esperanzas de cambio. Más probable es que tales cambios se expresen en la correlación en favor de la incidencia de China en América Latina, pero no en la atención a fondo de los profundos problemas de las sociedades latinoamericanas. Lo que sí dejan claro es la ausencia de programas políticos con propuestas que partan de la crítica a las determinaciones que conducen a la crisis y busquen desmontarlas y adelantar políticas soberanas para echar las bases del desarrollo, una nueva democracia y el bienestar.

Sin embargo, los pueblos —en eso somos optimistas basados en un análisis concreto— insistirán en la búsqueda de una verdadera solución a las crisis que se vive en el subcontinente. Seguirán presentándose condiciones para la configuración de fuerzas políticas para el cambio real… y allí estará la posibilidad de un triunfo del progreso, la equidad y la transformación revolucionaria.

Mientras, las políticas reformistas y revisionistas encuentran nuevos bríos. El triunfo de Castillo, en principio, favorece a la mayor estafa en la historia latinoamericana. Enano resultó el hombre, refiriéndonos a Chávez, frente a proyectos como el de Jacobo Árbenz de Guatemala. Tal vez el mejor ejemplo de proyecto verdaderamente progresista.

Por tratarse de una abstracción, eso de la izquierda, donde caben posiciones identificadas con las políticas liberales y continuistas, bien se pueden enarbolar “ideas de cambio”. En cualquier caso, no representan un atentado contra la propiedad privada de los medios de producción, de las inversiones extranjeras, de los intereses generales y específicos de la oligarquía financiera internacional. En definitiva, no son contrarias a las relaciones sociales de producción imperantes ni a las condiciones de dependencia de estos países.

Vivimos tiempos en los cuales las políticas liberales ya están más constreñidas a lo que en esencia son: ser garantes de la capacidad de crédito de cada Estado. Esto es, políticas que permiten que los Estados se hagan de los fondos suficientes como para honrar los compromisos contraídos con los organismos multilaterales, principalmente del Fondo Monetario Internacional, o con la gran banca de alguna nación, como es el caso de China, que se ha convertido en el principal acreedor planetario.

Sumado a que resultan políticas que garantizan el retorno ganancioso de las inversiones directas, sobre todo en minería y en las áreas que afianzan la dependencia y el papel en la división internacional del trabajo (DIT) de cada país.

Pero estos objetivos se pueden alcanzar con políticas que amplíen la capacidad de demanda social, por lo que bien pueden repercutir en una baja en las condiciones de miseria de las mayorías. O bien, que se amplíen algunos derechos ciudadanos que mejoran las condiciones de reproducción de la fuerza de trabajo, como es la educación, la salud, el transporte y vivienda. Todo lo cual ayuda en el proceso de explotación del trabajo. No siempre lo logran. El caso venezolano es emblemático.

Por lo que estas opciones, las indicadas líneas atrás, hasta ahora, no representan mayor peligro para el capital financiero. Se convierten más bien en opciones capaces de superar las crisis que se presenten en un país u otro. Ese camino lo señala Chávez claramente. Si se han presentado tantas contradicciones, obedece a la manera como se entregó el chavismo al bloque liderado por China. Además, la corrupción hizo algo en esa dirección. Pero, en ningún caso la crisis sobrevino por representar un atentado contra la oligarquía.

Es que no conocemos programa alguno que busque el desarrollo diversificado hacia la revolución industrial. Ya no se cacarea tanto aquello de la globalización. Pero hay cada vez más urgencia de políticas que propicien el desarrollo de las fuerzas productivas, cada vez más frenadas por el capital oligárquico, venga de donde venga. Trump, imposible de ser acusado de socialista, echo las bases de una política económica, nada original por cierto, para la superación del liberalismo extremo a escala internacional, con las medidas que reivindican el carácter nacional que debe tener la producción. Lo que se expresó en la imposición de aranceles a China y Europa. Más aún, desarrollan los estadounidenses, ahora también con Biden, otras medidas de protección de su mercado interno y del producto nacional.

Pero resulta que, en las actuales circunstancias en los países latinoamericanos, lo más subversivo es la propuesta política de independencia nacional. De la urgencia del desarrollo autónomo diversificado. De romper con los nexos que nos condenan a un papel en la DIT que impide el desarrollo diverso de nuestras economías. Sumado a la urgencia de rescatar el salario de los trabajadores, de la gratuidad de servicios fundamentales para la reproducción social.

En este escenario, de cumplirse la tendencia que marca Castillo y de seguirse adelantando la política de sucumbir frente al bloque imperialista que lideran China y Rusia dizque para enfrentar al imperialismo yanqui, el futuro es poco promisor para el desarrollo y el bienestar. Además, estará marcado por el atizamiento de guerras intestinas, enfrentando a un sector político, que cuenta con un aliado imperialista, a otro, cuyo aliado, es el rival de aquél. Ambos reciben los apoyos correspondientes. Por lo que, esta no debe ser la alternativa frente a los efectos de la crisis a las que han conducido las políticas liberales. Luego del sobreendeudamiento, de las aperturas a las inversiones que profundizan la DIT de cada país ajeno a los intereses nacionales donde se localizan los capitales, otro no puede ser el resultado, vengan las inversiones de uno u otro imperialismo.

Luego, la salida debe ser nacional y popular. De independencia y autonomía. Que sirva para echar las bases del desarrollo diversificado, que debe comenzar, y desarrollarse de manera progresiva, por la sustitución de importaciones por productos de factura nacional, aun cuando en las primeras de cambio, no sean competitivos con aquellos. Lo que supone una política de protección nacional. En vez de buscar el sometimiento de un imperialismo u otro, de lo que se trata es de saber aprovechar las contradicciones entre ellos que, bien atendidas, puede anular sus fuerzas.

Publicado en El Pitazo 

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