El pasado fin de semana centenares de miles de personas protestaron en las calles en más de 1.200 ciudades estadounidenses (algunas fuentes hablan de 1.400). Un verdadero estallido que refleja el descontento contra la política adelantada durante más de ocho años. Comenzada por Trump, seguida por Biden y ahora continuada, más profunda e intensamente, por su iniciador.
La protección es una respuesta natural del imperialismo estadounidense. Los primeros avances del capitalismo se sustentan en el surgimiento de los Estados nacionales. Que suponían mercados capaces de realizar la producción nacional y requerían la protección del mercado interno y externo en cada caso. Revolución industrial mediante, Inglaterra se convierte en el país de mayor desarrollo: el más competitivo del planeta. Esto lo convierte en el oferente por excelencia de bienes y servicios de mayor calidad y menor precio, frente al cual no hay competidor. Eso hace que Inglaterra imponga el liberalismo a escala mundial.
El liberalismo va a persistir como política dominante hasta la segunda década del siglo XX. Pero en Estados Unidos, Alemania y otros países nunca desapareció la protección, pues buscaban desarrollarse e impedir que Inglaterra siguiera dominando sus mercados interiores. Cuando aparece el fascismo en Italia, el proteccionismo adquiere una dimensión todavía mayor. Eso no significa que antes no existiera proteccionismo.
Liberalismo y proteccionismo van juntos. Solo que se convierten en ideología dominante en un caso u otro. Por las necesidades de los ingleses desde mediados del siglo XVIII, el liberalismo se hace dominante, aunque ellos mismos se protegían frente a algunos rubros que podían producir, pero en los que perdían competitividad. En este contexto es que Marx realiza su célebre discurso sobre el librecambio. [https://www.marxists.org/espanol/m-e/1847/miseria/009.htm]
La situación de rezago de la economía estadounidense frente a los chinos es lo que los obliga a apelar a los aranceles. Es que el proteccionismo —dice Marx— es “un medio artificial de producir productores, de expropiar obreros independientes, de capitalizar los medios nacionales de producción y subsistencia”.
En el desarrollo del imperialismo, como fase superior del capitalismo, encontramos que los bloques y potencias imperialistas desarrollan las dos políticas. Pero se hace dominante la protección, cuando un imperialismo se convierte en hegemónico por contar con la mayor competitividad y el perdedor busca alcanzar al rival. La historia se repite. Impera el liberalismo desde la década de los 70 del siglo pasado hasta 2017, cuando Trump inicia una nueva época. A principios del año 2000 todavía imperaba la hegemonía estadounidense. A mediados de la segunda década del nuevo milenio, el imperialismo chino va a asumir la hegemonía en tanto que cuenta con mayor capacidad competitiva. China se incorpora a la Organización Mundial de Comercio (OMC) en 2001, luego de 15 años de negociación. A partir de allí se convierte en su valiente defensor, siendo la OMC una institución amamantada por el imperialismo estadounidense. Ahora le dan la espalda y la OMC pasa a defender a China.
De 2017 a la fecha, Estados Unidos lanza una ofensiva que deja perplejos a los teóricos liberales que ahora blanden armas contra Trump. Son muchos los que no comprenden este asunto, ya que se anclaron en la presentación metafísica de la tan propagada “globalización”. También la peregrina tesis de que el imperialismo había dado paso a una nueva etapa postindustrial. Que las fronteras nacionales se habían relajado y había emergido un imperio tal que no necesitaba territorialidad.
Pues Trump —sin conciencia de eso, claro está— acaba con varias tesis dominantes en décadas. Con las ideas liberales, tanto las relacionadas con el mercado, como las referidas a la política, a la democracia representativa y a su connotada “separación de poderes”. De allí la tendencia fascista que viene propagando, aspirando a alcanzar el proteccionismo facho de Mussolini y nazi de Hitler. Si algo queda claro, es que hoy el imperialismo más agresivo es el estadounidense, pues busca nivelarse y superar al chino que ya lo ha sobrepasado. Para lograrlo, necesita romper con los principios de la OMC.
Esta política es de tal tenor que los estadounidenses parecen dispuestos a asumir los elevados costos de su ejecución. El incremento de precios encarece el producto y le resta competitividad. Veamos lo relacionado con las tierras raras: de haber corrido con la misma suerte —ser pechadas en un 125 %—, provocaría el alza de todos los productos electrónicos producidos en EE.UU., en una proporción que los obligaría a estar en peores condiciones para competir en el mercado internacional. Igual sucede con todos los productos que requieren materia prima importada de China o de cualquier país asiático, los más afectados por los aranceles. Pero también las inversiones estadounidenses en China se ven afectadas. Hasta el mismo Elon Musk se ve afectado en la producción de los automóviles Tesla. El IPhone 16Pro fabricado en China cuesta hoy 550 dólares, con aranceles costará 850 dólares. A eso están dispuestos los estadounidenses. Se impone el sentido imperialista. Se impone el Estado como capitalista total ideal.
Resulta interesante constatar que, mientras aumentan los precios por arancel, baja la inflación. Es que no todo aumento de precios es el resultado de la inflación. En el caso que nos ocupa, este aumento es resultado del incremento de aranceles de los productos importados. Bienes finales y materias primas —al entrar en puertos, aeropuertos y aduanas— deben cancelar el arancel correspondiente. Eso nutre el tesoro y, al menos, apunta hacia la reducción del desequilibrio fiscal. Lo que a su vez fortalece el signo monetario. Pero los precios aumentan. No por inflación sino por los aranceles.
Ahora bien, esta respuesta masiva del sábado 6 de abril es vista desde los sectores liberales como el resultado de haberse violado los dogmas de su fe. Pero no, unos y otros son mandatos convertidos en fetiche que buscan abrirle paso al capital, en condiciones concretas. Los liberales: cuando la economía es competitiva y se complementa con el producto importado. A la inversa, cuando ha perdido la carrera de la competitividad, cuando se rezaga en composición de capitales: aplica los dogmas de la protección.
Quedan muchos aspectos liberales en la política económica interna estadounidense, pero ya las cosas se irán adecuando. Ya se dará paso a la realización de tendencias sociales propias de la protección, como se dieron en las potencias fascistas de la primera mitad del siglo xx. Hay que esperar un tanto. Los estadounidenses e ingleses requerirán de fuerza de trabajo calificada. Lo que requiere instituciones educativas de más libre acceso, entre otros servicios.
Lo que en realidad se pone de manifiesto es que estamos ya en una nueva época que se abre paso a trompicones. No es para menos que se hayan prendido las alarmas. Ya lo advertimos en 2017. Esta guerra comercial va creando condiciones para enfrentamientos de mayor tenor. Se impone la tendencia belicista. Y con efectos muchísimo más devastadores, si la comparamos con las dos grandes guerras del siglo pasado.
La respuesta de la gente es natural. El incremento de precios de bienes importados de consumo masivo conduce a la protesta. La desvalorización de los salarios, consecuencia de esa política, crea más descontento.
Toda esta circunstancia favorece a la dictadura. Encuentra en la respuesta de la gente contra la política de Trump un subterfugio para producir un decreto que apenas dice que se va a centralizar aún más el ingreso público. Nada más de lo que ya viene haciendo. Políticamente hablando, aprovecha Maduro para presentarse como víctima y seguir evadiendo la responsabilidad de la catástrofe que, desde 1999, se ha venido sembrando. Cosechada por Maduro con creces desde 2014 y que abruma cada vez más a los venezolanos, de los cuales una tercera parte ya buscó nuevas perspectivas fuera de nuestras fronteras.
Se avecinan tiempos cada vez más convulsos. Sembrarán mayor incertidumbre. Las reservas estratégicas en favor del pueblo venezolano deben ser cada vez mejor analizadas. Aunque siempre deberán estimularse las propias. En la lucha por mejores condiciones de vida. Por un nuevo reparto de la riqueza. Por elecciones libres. Por la libertad de los presos políticos y el regreso de los exiliados. Y, siempre, por un mundo sin explotados ni explotadores.