Más que analizar los resultados electorales ―no sorprendentes para nadie―, nos parece pertinente hacer un análisis del debate adelantado por los candidatos a la silla de Vargas. Es la segunda vuelta la que determinará quién se sienta en tan digno mueble. Aparece un nuevo espacio para ver si se expresan ideas en relación con lo fundamental de la universidad.

Tenemos la percepción de que en buena medida se centró el debate y las ofertas en un asunto propio del sentido común liberal. Conseguir plata para cubrir las deficiencias presupuestarias producto de las políticas gubernamentales y el descalabro nacional.

Además, los candidatos para nada se presentaron enfrentados a la dictadura. No sabemos si por aquello de que el miedo es libre, voceado por ese insigne sindicalista Antonio Ríos un Primero de Mayo, o por suponer los candidatos que ésa es una postura más académica y potable. Pero no, la dictadura actúa independientemente de que se le hagan carantoñas. Es un régimen cuya naturaleza le hace despreciar lo más elevado del saber. No solamente por el irracionalismo que lo nutre, sino porque las universidades de poco sirven frente a un país en ruinas, y con un plan esquivo de cualquier signo de desarrollo nacional.

Ejemplo han brindado los candidatos, unos más que otros, que poco tienen que ver con el aguerrido legado de quienes sembraron una universidad autónoma y con sentido nacional y crítico de lo establecido. Carlos Raúl Villanueva y Jesús María Bianco, insignes dirigentes de la renovación de 1968, dieron grandes muestras de ese espíritu. Su arquitecto y el rector magnífico parecen esos iconos que poco despiertan con su ejemplo. Es como ese Cristo que es muy poco imitado a pesar de haberse convertido en el fetiche por antonomasia. A eso nos negamos a creer. Por eso esperamos que en esta nueva oportunidad aparezca algo de este legado.

Los grandes asuntos de la universidad parecen temas de poco manejo o espinosos. Pero sucede que la autonomía es esencial en la circunstancia venezolana. Lo que nos queda de autonomía debe ser realizado para enfrentar la dictadura y desnudar su naturaleza antinacional y antipopular. Con la autonomía debemos denunciar al mundo a la dictadura corrupta que trajo la catástrofe. Es una búsqueda esencial para la universidad. Es su razón de ser y nos luce un contrasentido que la escondan para ver si podemos, mientras, conseguir recursos para mantenerla abierta a duras penas. Con sueldos de miseria y estudiantes sin beca. Con un servicio de comedor abierto solo para darle algo de sentido a la campaña de renovación de autoridades.

Si la universidad es fundamental para el desarrollo nacional, ¿cómo no denunciar un régimen que odia la cultura y la educación de su pueblo? Que hambrea a los educadores, sobre todo a los universitarios, mientras quienes gobiernan ostentan el oropel de la corrupción. Cómo no denunciar que el país está siendo subastado. Que la explotación de nuestra riqueza, fruto del saqueo, supone el más grande crimen ecológico de nuestra historia. Cómo no denunciar una dictadura que viola los más elementales derechos humanos. ¿Es que el asesinato de cientos de jóvenes en las revueltas de 2014 y 2017 no son asuntos universitarios? ¿No son temas a ser tocados por la majestad académica de quienes aspiran a las máximas representaciones de la UCV?

Parecieron partir nuestros candidatos de suponer que la comunidad universitaria, como fue definida en la Ley Orgánica de Educación, es mayoritariamente proclive al sentido liberal. Pero no. Es lo contrario. La gente ya sabe que éste es un gobierno liberal. Que algunos dirigentes hayan abrazado el liberalismo ―que incluso dirigentes sindicales, que vienen o andan en el chavismo, se identifiquen con la política que más daño le ha producido a la gente― no significa que la comunidad se haya convertido en liberal. Es como afirmar que han asumido la política de sus hambreadores desde 1989. Una de las políticas más degradantes del régimen de producción vigente.

Pero, suponiendo que se haya producido este pensamiento alienante en la gente universitaria, es deber de quienes buscan dirigir sus destinos educar. A menos que, como afirman algunos, el asunto sea más grave: los candidatos han asumido el liberalismo, por eso buscan privatizar la universidad y cobrar matrícula a los estudiantes, como reivindicó uno de los candidatos a vicerrector administrativo que pasó a la segunda vuelta.

Pero, repetimos, se abre una nueva oportunidad a ver si se atreven a decir algo denso en relación con la autonomía, la búsqueda de la verdad y el espíritu crítico. A ver si sustituyen ese discurso que busca torcer la misión universitaria, hasta dotarla de ese espíritu empresarial para emprender negocios, en vez de afianzar su carácter de conciencia avanzada de la sociedad, buscadora de la verdad científica y cultivadora de lo más universal de la estética humana. La UCV debe brindar algo del espíritu de Prometeo. Alguito al menos, pues.

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