Siempre ha sido una mala política cuando afecta las condiciones de vida de la gente. Pueden llegar a tener eficacia, pero se revierten. Terminan favoreciendo a quienes combatimos. Es una tendencia. Sobre todo, en el largo plazo.
El caso cubano resulta emblemático al respecto. Ha terminado siendo un crimen. De eso no hay dudas. Pero, además, ha permitido que el régimen se sostenga y esconda sus errores.
La metamorfosis de sus efectos políticos la convierten en ayuda a quienes buscamos derrocar. No somos de los que se hacen de encuestas para establecer las tendencias del desarrollo de la economía y la política. Esas mediciones apenas pueden servir para corroborar lo que hemos predicho. Es que esa capacidad es condición de toda ciencia. Debe hacerse valer. De allí que era fácil prever que esta política se iba a desgastar, hasta revertirse contra la oposición y favorecer un tantico a la dictadura. Ciertamente no es mucho lo que ha avanzado en su favor. Pero es contraria a la oposición porque le resta, aunque no sume a favor del chavismo de manera directa. Pero sí neutraliza a muchos.
Las sanciones y su desarrollo
Son diversas las consecuencias que traen las sanciones en la economía y la política. Parece guiar el proceso eso que los economistas llaman costo de oportunidad. Por momentos, el costo es tan alto que la oportunidad parece diluirse. Es que la cosa trae consecuencias sobre todo cuando las medidas afectan demandas elementales para la vida. Medicinas. Alimentos básicos de la dieta. Energéticos.
Las sanciones no reflejan solidaridad humana. Ya eso las hace odiosas. Pueden inscribirse en un objetivo coincidente, lo que no supone intereses similares a los propios de los países que las aplican. Por eso, pueden ayudar a salir de un despotismo, cuando de eso se trata. En este caso a derrocar la dictadura chavista.
De allí que, por ejemplo, las sanciones en materia financiera, tal vez las más dañinas a la economía, impiden hasta la compra de medicamentos. La División de las Américas de Human Rights Watch (HRW) afirma que: “… las sanciones podrían exacerbar la ya grave situación humanitaria que atraviesa Venezuela por el riesgo de que instituciones financieras se sientan obligadas a cumplir con las sanciones en casos más allá de los previstos en la propia normativa (…) sin desmerecer el potencial impacto negativo que las sanciones podrían tener en el sistema de salud venezolano (…) las importaciones de comida y medicamentos disminuyeron antes de la imposición de las sanciones”. Cierto. Ya antes de las sanciones existía el problema, dada la crisis a la que condujo la dictadura. Pero las sanciones agudizan todavía más el problema.
La disyuntiva surge en el marco del correcto manejo de los principios. Más concretamente, la superposición de uno sobre otros, en cada circunstancia concreta, es una tarea fácil de dilucidar, cuando logramos ubicar el objetivo principal a ser alcanzado. El caso venezolano resulta claro al respecto. La defensa y lucha por la soberanía es un precepto que debe guiar siempre a quienes luchan por la libertad y el desarrollo. Asimismo, la autodeterminación de los pueblos es otro principio que debe ser levantado en todo momento. Pero, habida cuenta de los destrozos de la dictadura chavista, sanciones en su contra pueden ayudar. Por lo que este objetivo se superpone, más cuando ahora somos menos soberanos, sobre todo frente al bloque imperialista que lidera China y Rusia. Lo que no debe conllevar a hacer a un lado la reivindicación de una Venezuela soberana, cuya meta debe ser la autodeterminación basada en la construcción de una nueva democracia. Es que los chavistas han llevado a la gente a la ruina, aun tratándose de un país rico, y eso debe ser superado positivamente.
A su vez, salir de la dictadura ha llevado al desarrollo de una política unitaria, aunque no logra cuajar eficazmente, al menos en el último lustro. Concomitante con lo anterior, las definiciones de estrategia y táctica, en este mismo período, no han sido correctas y de allí lo errático de la acción opositora. O simplemente han estado ausentes o no han sido definidas con claridad. Por lo que la ofensiva política ha descansado en lo que se haga fuera de nuestras fronteras. Parece guiarnos una política de poca factura nativa.
Además, no se ha aprovechado el enfrentamiento al régimen chavista de buena parte de lo que se ha dado en llamar “comunidad internacional”. Sobre todo, no se han aprovechado correctamente las contradicciones interimperialistas. Particularmente las que se presentan entre EE. UU. y bloque imperialista que lidera China. No se han inscrito acertadamente en favor de la estrategia rebelde para salir de la dictadura. Se ha confiado apenas en las sanciones.
Esto se debió adelantar, además, en la defensa de la soberanía y el interés nacional, que parten, en primera instancia, de salir de la dictadura y superarla con base en un programa que apuntale el desarrollo, el bienestar y la democracia. Para ello se debe aprovechar la cuestión internacional.
De allí que las sanciones contra el régimen y buena parte de sus agentes y altos funcionarios, debía contribuir con ese objetivo. Hasta allí la cosa lucía bien. Pero cuando esas sanciones afectan a la población de manera sensible las medidas comienzan a colidir con el objetivo de salir de la dictadura. De allí que, si la eficacia se va anulando en la medida en que unifica al chavismo y les permite cada vez más esconder su responsabilidad en la crisis, ya pierden fuerza. Por esta razón, al menos, debieron al menos reorientarse, más cuando está claro que afectan a la población.
Se revierten en la economía
Pero las sanciones no solamente se revierten desde la perspectiva política. En el aspecto económico también tienen sus efectos contraproducentes. Son diversos. Una cosa son los efectos de las sanciones de estadounidenses y europeos contra Rusia y otra los que arropan a Venezuela. Pero, en ambos casos, terminan siendo contrarios a los objetivos que se persiguen.
En el primer caso, sucede que las sanciones han conducido a que los rusos hayan desarrollado aun más su economía, al tener que producir muchos bienes que eran importados. Desde el paté francés, hasta la ampliación de su industria automotriz. La industria cárnica recibió un envión importante. Igual sucede en microelectrónica, entre muchas otras. Sumemos los efectos negativos que esto trae a la economía europea que pierde ventas importantes de distintos bienes a Rusia, y además deja de recibir bienes rusos importantes para su economía. El balance del costo de oportunidad vale la pena hacerlo. Algo similar sucede en relación con Irán.
Es que el mundo contemporáneo ha cambiado y muchos parecen no haberse dado cuenta. Aferrarse a lo que se vivió y no poder ver que se han producido cambios importantes, por aquello del desarrollo desigual, lleva a errores. China busca afianzarse como hegemón mundial. La acompaña Rusia. Configuran un bloque que desplaza a estadounidenses y europeos. De allí que las sanciones contra Rusia e Irán favorecen a China y a Rusia. Y las acercan aún más. Afianzan su perspectiva como bloque.
En el caso de Venezuela esto se expresa de manera clara, pero en otro sentido. Es que se afianzó aún más la dependencia de China y Rusia. Otros países aliados de estas dos grandes potencias, como Irán y Turquía, también sacan provecho de nuestras circunstancias. Jugosos negocios hacen todos en detrimento del interés nacional.
Las importaciones de bienes finales que provenían de Estados Unidos vienen siendo sustituidos por los que traen de este bloque. Destacan las que provienen de Turquía en bienes agroindustriales, por ejemplo. Medicamentos desde India sustituyen los que antes venían de EE. UU. y Europa. Los medios de producción que proceden de EE. UU. no han sido sustituidos en la misma dimensión. En el largo plazo las nuevas relaciones tienden a cubrir esas necesidades de bienes y servicios. Se produce un proceso de reconversión.
Es que este tipo de sanciones debieron permitir en el corto plazo el derrocamiento del régimen. De no lograrse, se desgastan y se revierten política y económicamente.
En cualquier caso, aun no siendo tan severas como indican algunos, políticamente hablando, ya está obsoleta la política de sanciones. Hasta la ONU se ha pronunciado en contra de este tipo de sanciones. Como ya indicamos, Cuba resulta alegórica en la materia. Año tras año, salvo el voto en contra de EE. UU. e Israel, la ONU condena un bloqueo que dura ya más de 60 años. Bastante han golpeado a la economía cubana. Pero también han ayudado al régimen castrista a unificar al pueblo y a prácticamente todo el mundo civilizado en contra de un mecanismo que terminó convirtiéndose en un crimen de lesa humanidad. A su vez, año a año, son muchísimas las voces de intelectuales, gente de bien, instituciones, foros internacionales, académicos, que condenan lo absurdo que resulta a estas alturas semejante crueldad. Pero, a su vez, el régimen castrista unifica al pueblo en contra del bloqueo, logrando esconder sus desaciertos y sus extravíos. Además, como en este caso y el de Venezuela, las sanciones han estrechado la dependencia del bloque imperialista que lidera China.
Recordemos que las motivaciones de estadounidenses y europeos obedecen a recuperar o disputarse un área de influencia copada por el bloque chino-ruso. Ubiquemos que el imperialismo sabe jugar al desgaste, pero el de los demás. Hay casos en que sus motivaciones quedan claramente en evidencia. Pero no siempre las cosas les salen bien.
El estallido de la guerra civil española llevó a ingleses y estadounidenses a dejar hacer dejar y pasar, mientras los nazis enviados por Hitler y los fachos de Mussolini cometían las peores tropelías contra el pueblo español. Temían, ante todo, la influencia soviética sobre la República. De allí que apenas la Unión Soviética pudo brindar la solidaridad a los republicanos. Con la limitación que suponía una economía que se preparaba para la guerra, a la espera de la invasión nazi, los soviéticos enviaron carros de combate, aviones, armas ligeras, principalmente, y unos tres mil asesores y pilotos de aviones de combate. Pero nada pudieron los republicanos contra el poderío fascista. Además de las contradicciones internas del lado de la República, todo se les vino abajo. Más adelante, ingleses y yanquis esperaban que las hordas de Hitler llegaran a Moscú. Derrotados los nazis por los soviéticos, apuran el paso para evitar que Europa cayera en sus manos. Luego, perdonan a Franco y lo acogen bajo su férula para evitar la restauración de la República: ésa sí les salió buena.
Está brevísima historia da cuenta de que este asunto de la ayuda internacional debe apreciarse de manera objetiva. A Estados Unidos y Europa le importa poco lo que sufra el pueblo venezolano. Le importa menos aún que la economía sea llevada a la ruina. Mientras más se deteriore, mejor. Ellos podrán “reconstruirla” con sus inversiones directas e indirectas, como claman los apologetas de una nueva dependencia, que para nada aprecian las fuerzas propias ni el interés nacional y popular. Por lo que las sanciones y la ayuda internacional deben ser muy bien apreciadas y mejor asumidas.
En definitiva, las sanciones, ya en el largo plazo, es poco lo que han logrado que no sea profundizar la crisis venezolana y permitirle a la dictadura una excusa para esconder el desastre a que han conducido a Venezuela. Siempre debieron ser inscritas y orientadas a la denuncia en contra de la violación de los derechos humanos. A la restricción de negociados que afectaran el erario. Entre otras muchas, pero nunca para afectar la dieta de los venezolanos y su salud. Luego, no han doblegado las sanciones a la dictadura. Son pocas las concesiones que ha brindado el chavismo. Son varias las negociaciones adelantadas y es muy poco lo alcanzado. Veamos a qué se llega con las que andan en ciernes.
La situación del pueblo venezolano no justifica más torpezas de la oposición. Ya sabemos el carácter de la dictadura. Aquello de apoyarnos en nuestras propias fuerzas mientras sacamos provecho de las contradicciones interimperialistas, es lo que debe prevalecer en la política para derrocar la tiranía y edificar una nueva democracia.