La incertidumbre en la política venezolana parece estar despejándose. Quienes ejercen la hegemonía del sector opositor han redefinido la estrategia. Cuestión que se observa claramente en la idea de la negociación con la dictadura para realizar procesos electorales, puja mediante sobre las “condiciones”. Son varias las determinaciones para haber escogido este camino. No basta con constatar las carencias políticas de la oposición. Para una mayor comprensión de esa postura, debemos indicar algunas de las orientaciones provenientes de Estados Unidos y en menor medida y fuerza de Europa. Asimismo, la dependencia de la dictadura del bloque liderado por China se convierte en determinación fundamental en sus definiciones políticas.

Antes que Lenin, la categoría “imperialismo” la acuñó en 1902 el economista inglés John Hobson, en su obra Estudio del imperialismo, fruto de una investigación acerca del desarrollo del capitalismo inglés, sobre todo fuera de sus fronteras. En 1909, Rudolf Hilferding escribe su trabajo El capitalismo financiero, en el que desarrolla tesis sobre esta fase superior del capitalismo. Se adelantan a Lenin en unos cuantos años. En buena medida, Lenin critica y supera sus planteamientos en su ensayo El imperialismo, fase superior del capitalismo.

En la última etapa de la modernidad, junto al neoliberalismo, la globalización y el posmodernismo, se negó la vigencia de las tesis sobre el imperialismo, coincidiendo las ideas emergentes en aspectos señalados por Hobson y Hilferding acerca de una etapa ultraimperialista. De allí viene la tesis de “Imperio” de Antonio Negri y Michael Hardt, replicada en otras teorías, igual de idealistas, que en general plantean un poder supraimperialista sin territorialidad y el agotamiento de las contradicciones nacionales dado el poder superior del Imperio.

En los últimos años, la realidad nuevamente demuestra de manera fehaciente la vigencia de las tesis sobre las cinco tendencias señaladas por el líder bolchevique: a) hegemonía de los monopolios en la economía; b) predominio del capital financiero y la oligarquía financiera; c) exportación de capitales; d) formación de asociaciones internacionales monopolistas de capitalistas que se reparten el mundo; y e) reparto territorial del mundo entre las potencias capitalistas. Estas verdades se corroboran cada vez más evidentemente. Los últimos tiempos son escenario de la agudización de las contradicciones entre bloques y países imperialistas, dado el desarrollo de esas tendencias. Por aquello del desarrollo desigual, al haberse rezagado Estados Unidos frente China, hoy día la hegemonía mundial está en disputa. Alemania, al frente del bloque europeo, también tiene lo suyo y busca más.

Esas determinaciones conducen a que cada potencia, cada bloque, busque incidir políticamente en todos los espacios del planeta. Ninguna nación, ningún país se ve libre de esta circunstancia. En todo momento es así, pero en las actuales condiciones esa tendencia se hace más aguda. Se eleva a su máxima expresión producto de la exacerbación de las contradicciones por mercados y fuentes de materias primas. En general, se agudiza la lucha por áreas de influencia. Es un asunto orgánico en la lucha por aumentar la competitividad frente al rival. Eso es lo que explica la mayor incidencia política de las potencias en la situación venezolana.

Lo internacional: contradicciones entre potencias y sus apetencias por Venezuela
La categoría “imperialismo” durante un tiempo entró en un relativo desuso. La ofensiva ideológica en contra de su uso no es gratuita: es el resultado de una etapa de liberalización del mercado mundial en favor de las economías más competitivas. La globalización es la ideología que va a apuntalar ese proceso que no requiere del manejo de un término que va en contravía del libre mercado. Debido a ello, la categoría imperialismo —usada indistintamente por comunistas y socialdemócratas, e incluso por sectores de derecha— comenzó a ser echada a un lado. Recordemos que quien acuña dicha categoría no es Lenin. No son los comunistas quienes desarrollan las primeras aproximaciones acerca de la nueva fase del desarrollo capitalista.

El BRICS —bloque encabezado por China, seguido de Rusia e India, y que cuenta con aliados importantes y crecientes áreas bajo su influencia— lucha por consolidar su hegemonía recién alcanzada. Por su parte, Estados Unidos trata de recuperar sus áreas perdidas, lo que lo hace más agresivo y belicista. Europa no se queda atrás. Bajo la égida alemana que trata de consolidar lo que posee, este bloque también trata de ampliar espacios aprovechando el rezago de EEUU.

Preámbulo suficiente como para adentrarnos un tanto en su incidencia en la política venezolana, contando con las evidencias que se aprecian en las últimas decisiones políticas.

Los cambios en la política venezolana

La estrategia de desalojar al usurpador de la Presidencia, dentro de un criterio más general, parece ser cuestión pasada. Al menos para la oposición encabezada por el G4, lo acordado —aquello de buscar una salida constitucional que contempla cualquiera de los caminos allí planteados— parece ser dejada de un lado. El Pacto por el Restablecimiento Constitucional, proveniente de la consulta del 12 de diciembre pasado, hace resistencia a esta imposición y mantiene una conducta decorosa, por decir lo menos.

El embajador de Estados Unidos frente al gobierno interino de Juan Guaidó, James Story, desde Bogotá, fungiendo prácticamente como vocero de esa oposición, indica que, luego de una reunión realizada el 24 de marzo, se impulsará “una nueva alianza para elecciones libres (…) «una unidad real» (…) la unidad de la oposición, «no la unanimidad»”.

Esto supone una nueva estrategia y la imposición ex post facto del criterio que se esconde detrás de la consideración de que esta unidad “real” no requiere de la “unanimidad”. Se sigue expresando el sectarismo y hegemonismo de quienes hasta ahora han sido los dueños de esta oposición.

Esas declaraciones ratifican las afirmaciones establecidas líneas atrás. Los estadounidenses se presentan como dirigentes de la oposición de manera abierta. Monroe sigue vigente, aunque la condición hegemónica de los gringos está en cuestión. Este planteamiento aleja a potenciales sectores enfrentados al madurismo, muchos de ellos provenientes del chavismo.

Los gringos se presentan, pues, de manera clara como dueños del circo. Siempre ha sido así, pero antes eran más recatados. Es una tradición temprana. Es que desde la Doctrina Monroe —promulgada en 1823 y sintetizada en la frase “América para los Americanos”, entendiendo por estos a los estadounidenses— hacen valer su condición. De allí su estilo. Su papel hegemónico lo han hecho valer en buena parte del mundo, cuando instalan bases militares extranjeras en más de cien países y territorios. Además, Estados Unidos mantiene actualmente una red mundial de aproximadamente mil bases e instalaciones militares.

Esta circunstancia, sin embargo, no ha sido suficiente como para mantener los nexos en todas sus áreas de influencia, muchas de las cuales ya se hallan en disputa. De allí la ofensiva política lanzada. Al haber perdido frente a China su influencia en buena parte de Latinoamérica y el Caribe, busca recuperarse. Casos como el de Venezuela resultan emblemáticos, dada su importancia como fuente de materias primas y posición geográfica.

Chinos y rusos son más discretos, se fijan en los modos. Más los chinos, por su tradición sinuosa y sibilante. Los rusos, aun siendo ostentosa su participación en varias áreas estatales, no se presentan como dirigentes del gobierno. Guardan un tanto la forma. El gobierno se presenta autónomo y soberano con “relaciones de igual a igual” con sus amos. Que establece lazos bilaterales y convenios que favorecen a Venezuela, más que a sus nuevos socios. Aunque en realidad la cosa sea a la inversa.

La tal independencia no es para nada real. Por el contrario, convierten a Venezuela en una semicolonia del bloque chino-ruso. Un siglo de esa condición de dependencia de EEUU, luego de haber sido de Inglaterra, ahora la tejen en torno del bloque que pugna por la hegemonía mundial.

Todo esto debería suponer una reflexión de quienes buscan liderar a la oposición venezolana, en el sentido de la autonomía. Una cosa es aprovechar las contradicciones interimperialistas y otra es que la oposición sea dirigida desde un centro de poder. Puede darse e incluso llegar a ser eficaz y alcanzarse el objetivo, cosa que hasta ahora no ha pasado. Sin embargo, algo de distancia debería haber entre una dirección política y quienes coinciden en el interés por salir de la dictadura.

Por otra parte, la realidad venezolana cuenta con complejidades que solamente la vivencia directa permite comprenderlas y una dirigencia inteligente, basada en esa comprensión, encontraría mejores definiciones tácticas y estratégicas.

Salir de la dictadura y del sojuzgamiento del bloque liderado por China no debe suponer que Venezuela deba caer en manos de otro imperialismo. Debe significar, por el contrario, alcanzar la independencia y la soberanía. Cuestión que debe estar contemplada entre los principales objetivos de la reconstrucción en su sentido económico y político, habida cuenta del freno para nuestro desarrollo que ha significado la dependencia.

Aprovechar las contradicciones entre los bloques, convertir esas contradicciones en reserva estratégica, conduce a maniobras, espacios de reconocimiento como los alcanzados, pero, en ningún caso, sujeción, sobre todo en la dirección política, en las definiciones estratégicas y en las perspectivas para la reconstrucción del país. Eso no es aprovechar las contradicciones entre las potencias que apuntalan la dictadura y las que buscan desalojarla. Despiertan desconfianza y para nada estimulan al movimiento opositor en sus bases.

Además, las condiciones que sufre el pueblo venezolano no son como para que tomemos un camino que difícilmente puede conducir al cambio necesario. Definida la nueva estrategia por quienes no pueden analizar, con cabeza propia ni con el rigor necesario, las condiciones objetivas y subjetivas del momento venezolano, seguramente estaremos yendo a un nuevo episodio que entronizará aún más el escepticismo y la desmoralización de buena parte del pueblo venezolano, cada vez más desesperanzado.

Las definiciones políticas deben ser expresión de los intereses del país y del pueblo venezolano. Deben tomar en cuenta las condiciones de vida de las grandes mayorías y sus aspiraciones. Deben definirse políticas con base en las circunstancias que vive el país, una de cuyas determinaciones es precisamente las contradicciones entre los que se reparten el mundo a favor de sus intereses.

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