Cuando un asunto como el de Ucrania se torna manido, la cuestión se vuelve peligrosa, pues se naturalizan razonamientos propios del averno. Son muchas las aristas que tiene este episodio y, sin ser reiterativos, debemos abundar en algunos aspectos fundamentales. Para Venezuela se trata de un capítulo que le toca muy cerca, aunque Ucrania esté lejos.
Pese a los enredos, el ajedrez en torno de Ucrania tiende a aclararse. Al menos en cuanto a los objetivos estratégicos de uno u otro lado, aun siendo diversas las perspectivas de análisis usadas, aunque siguen apareciendo ideas superficiales, como las que se esgrimen en torno de Putin, que no es ningún loco. Es un representante genuino de un imperialismo que integra con China el bloque que hegemoniza el poder mundial. Por lo que esta “movida” debió ser calculada muy bien. Cosa que difícilmente hace un desquiciado. Son decisiones de un poderoso Estado imperialista.
Los estadounidenses lucen como los grandes ganadores de este conflicto. Es que EE. UU, por lo regular saca, provecho de las contiendas. Estados Unidos y Canadá pueden convertirse en los grandes proveedores de crudo de Europa, que recibe de los rusos unos 4,5 millones de barriles diarios. De cerrarse este grifo, allí estarían los norteamericanos. Esta determinación es propiciada por los yanquis bajo argumentos inscritos en la estrategia de la OTAN. De allí la búsqueda de acuerdos con la dictadura de Maduro. Recibir petróleo venezolano para sustituir el ruso —que representaba 8 % de su consumo interno— no es tan significativo como el que buscan para cubrir la demanda europea. Un ejercicio de triangulación con un gran impacto geoestratégico. Recibir petróleo venezolano en mediano plazo, mientras se deshace de petróleo propio para enviarlo a Europa: ésa es la gran jugada. Veremos su desarrollo.
Por eso, el conflicto toca concretamente a Venezuela. La jugada que Washington desarrolla —mientras estimula la producción de petróleo en Venezuela— abre una rendija para penetrar en su economía, lo que permitirá una mayor y más directa incidencia en la política interna. Una estrategia cuyo objetivo final es recuperar un área de influencia hoy perdida ante el bloque chino-ruso.
Sumemos que cerca de 40 % del gas que consume la Unión Europea proviene de Rusia, circunstancia que no requeriría de mucha maniobra por parte de los estadounidenses para hacerse de ese mercado, dada su producción potencial.
Alemania luce como la gran perdedora. Al menos en las primeras de cambio, por no contar con el recurso energético, puede desligarse de los rusos y atarse al bloque estadounidense. Sin embargo, a la postre, para los alemanes esta circunstancia que los amarra a EE. UU. no les será difícil desarmarla.
La guerra le ha permitido a Alemania adelantar un supuesto e importante avance en la configuración de un ejército para la disputa mundial. Ya no está en el juego la revancha de posguerra, y ha salido airosa en el reparto: Europa para Alemania. Ya América no luce para los americanos. Más bien los yanquis van por la recuperación de áreas de influencia. China avanza a paso de vencedores.
Rusia ha irrumpido en muchos espacios en disputa, luego de haber perdido alrededor de una docena de países que constituían un área controlada mediante el llamado CAME. Además de Ucrania, Lituania, Estonia y Letonia, que formaban parte de la Unión Soviética. Ahora se planta en Ucrania iniciando una contienda en la que muestra su poderío y disposición a seguir disputando el mundo. Y, además, amenaza con un episodio mayor.
El rearme alemán y el redimensionamiento de su ejército, en pleno desarrollo, supondrán la agudización de las contradicciones interimperialistas. Esto es un salto cualitativo dentro de esta pugnacidad. No solamente los chinos y rusos andan tras la hegemonía, los alemanes también cuentan.
El tal mundo multipolar
Nunca ha existido un mundo unipolar. Si hacemos abstracción del período en el cual Inglaterra hegemonizaba el mercado mundial con su revolución industrial, por los siglos xviii y xix, aunque Países Bajos le hizo la vida de cuadritos durante un buen tiempo. Más adelante, la revolución francesa y la revolución industrial en su patio les permitieron a los galos entrar en la disputa.
De resto, desde los tiempos del imperialismo temprano, finales del siglo xix y comienzos del xx, nunca ha existido un mundo unipolar. Una cosa es la hegemonía alcanzada por uno u otro imperialismo y otra eso del mundo unipolar.
Cuando se produce el enfrentamiento entre la llamada Unión Soviética y Estados Unidos —período denominado Guerra Fría—, tampoco existía un mundo bipolar. El desarrollo del capitalismo en su fase superior lleva a que unas potencias superen a otras, mostrando que aquello de la “libre competencia” es pura habladuría apologética. Esta circunstancia conduce a las rezagadas a pelear por cerrar la brecha alcanzada en favor de las potencias más desarrolladas. De allí que la pugnacidad es algo inherente al desarrollo desigual y a la tendencia a la nivelación a la que conduce la competencia.
Como resultado, el inusitado avance de Japón, Alemania e Italia y, más adelante, de los tigres y dragones asiáticos agudiza la disputa interimperialista. Aunque el centro de la pugna es entre estadounidenses y rusos.
Todo esto conduce a la configuración de bloques imperialistas que entran en la disputa por la hegemonía mundial. Eso es lo que acontece en las actuales circunstancias en torno de Ucrania. Los bloques se mueven. Se consolida el formado por Rusia y China. Los bloques estadounidense y europeo se acercan, pero en el camino de la agudización de la pugnacidad. Es que ésta nace de la pelea por mercados y materias primas para competir en mejores condiciones; la lucha se hace a muerte. Es la tendencia a un reparto general del mundo. Lo que se ha dado en llamar guerras mundiales, de lo cual ya tenemos dos espantosas experiencias.
Luego de la guerra de Ucrania se inicia una nueva etapa. La brutalidad con que Trump expresa sus ideas grafica muy claramente de lo que se trata. Parafraseándolo: lo que hacen los rusos en Ucrania obliga a los estadounidenses a hacer lo propio al sur de su frontera. Esto es, hacer valer aquella sentencia de Monroe: América para los americanos, lo que redundará en mayores contradicciones entre los bloques y potencias imperialistas. Los pueblos tienen la palabra frente a las monstruosidades que auguran estos desaforados apetitos de las grandes potencias.