Como habitante de uno de los barrios de la ciudad capital del estado Bolívar, quiero opinar sobre los hechos ocurridos en Ciudad Bolívar, pues los viví en carne propia y, como militante de Bandera Roja, traté de actuar en la medida de nuestras posibilidades como partido revolucionario y al servicio de la clase obrera. En primer lugar, hay que ratificar que —al igual que en gran parte de las zonas y regiones populares de toda la geografía nacional— en esta población estaba servido el escenario para un estallido social y aún lo sigue estando. Hoy con mayor fuerza. Una vez que llega la tan esperada y temida respuesta popular, tanto sectores del gobierno nacional y de la gobernación, así como también dirigentes de la oposición y hasta gente supuestamente de avanzada, pretenden adjudicar, erróneamente, tales hechos al hampa común u organizada.
El primer capítulo de esta explosión social podemos calificarlo como una respuesta desenfrenada y sin control, un evento difícil de describir en palabras por las inusitadas formas en que se expresaron la molestia y la rabia. Se trata de un hecho histórico que debe llamar a la reflexión a todos los dirigentes políticos, y más aún a los de oposición. Esa acción nació de las masas de forma espontánea, por frustración, desesperanza, hambre, escasez, falta de alimentos, bajo poder adquisitivo y por muchas cosas más. El detonante, conocido hasta por el más desinformado, fue la salida de circulación del billete de 100. Medida tomada por Maduro en forma irresponsable para beneficiar a las mafias y —dicho sea de paso y en mayúscula— por la ausencia de una oposición férrea, valiente y compenetrada con el sentir del pueblo y con sus sentimientos de cambio, y capaz de orientar positivamente la frustración de la ciudadanía. De tal manera que debemos separar muy bien la línea gruesa que separa las causas y los efectos. En las primeras de cambio el hampa organizada fue tomada por sorpresa y los malandros, puedo jurarlo por mi conciencia, fueron sorprendidos al igual que los comerciantes y el mismo gobierno regional. Tanto así, que se especulaba que el gobernador había sido destituido, porque no aparecía por ningún lado.
En relación con los hechos dantescos, fueron arrasados, y temo quedarme corto, cerca de 90 % del comercio de víveres. En la urbanización El Perú, Los Próceres y el barrio 4 de Febrero de la parroquia Agua Salada, fueron saqueados bodegas, kiosquitos, supermercados chinos, que en honor a la verdad no son ningunos grandes supermercados. La gente saqueaba de todo, mangueras, repuestos de carros, poncheras, la batería de un carro mal parado. Arrasaban con cualquier cosa que encontraban a su paso. En la parroquia La Sabanita, la más grande de América Latina, según se dice, saquearon de todo con violencia, con saña, con ira, con resentimiento acumulado. ¿Por qué digo que fue una acción espontánea de las masas? Sencillo, porque al igual ocurría en La Sabanita, Los Próceres, 4 de Febrero, Agua Salada, El Perú, Los Coquitos, Las Moreas, La Redoma de la parroquia Catedral, Vista Hermosa, avenida Perimetral de la parroquia Vista Hermosa y parroquia José Antonio Páez. Toda la ciudad fue afectada por la locura colectiva, por la rabia contenida, por el resentimiento contra un Estado corrupto, embustero y farsante. Entonces, sin lugar a dudas, fue una reacción espontánea de las masas. Porque al mismo tiempo ocurrían cuestiones similares en El Dorado, Tumeremo, Upata, Guasipati, El Manteco. Sería ingenuo pensar que alguien tenga la capacidad de organizar algo con tanta precisión y con el mismo formato.
En el segundo capítulo de los saqueos, sí aparece el hampa organizada, y su intervención fue para salvaguardar sus intereses, que no es otro que proteger los establecimientos que pagan las vacunas. Pero antes de aparecer el hampa algunos negocios que pagan vacunas también fueron arrasados. Su intervención no fue para saquear. Fue para indicar cuáles no debían ser saqueados. Por ejemplo, en el paseo Orinoco es muy conocido los que pagan vacunas y la gente respetó eso, pero sin embargo se “llevaron” algunos almacenes. Con la aparición en escena del hampa en actitud neutral y la incapacidad de reacción de los órganos de seguridad y del gobierno regional, los saqueos continuaron sin novedad en el frente. Cuentan actores de la primera línea de ataque que policías y la guardias nacionales llegaban a un sitio de saqueo y decían “bueno saqueen, nosotros volvemos dentro de una hora” pero nunca volvían. Y en algunos casos participaban del festín, de ello hay videos y fotografías. Y los cuerpos de seguridad no tenían capacidad de reacción ante lo extendido de la locura colectiva por todas partes, pues no fue en un sector puntual que pudieran rodear o contener, sino que sucedía en todos los barrios de la ciudad. Lo mismo aconteció en casi todo el estado Bolívar. Ante este escenario de inacción, de nula reacción de los supuestos agentes del orden, los actores dieron un salto cualitativo y cuantitativo en su locura y fueron por ferreterías, el banco de Venezuela de Makro en la parroquia Marhuanta, repuestos de carros y todo lo que se pudiera robar. Y los cuerpos de seguridad no reaccionaban. Pues parecía que los funcionarios se identificaban e internalizaban la actitud de los saqueadores, y no quisieron disparar por lástima, actitudes que habrán de ser analizadas como conjeturas por psicólogos y sociólogos.
En el tercer capítulo, sí reacciona el gobierno y pone a funcionar un laboratorio de “guerra sucia”, cuestión en la cual son muy expertos y toman por asalto las redes sociales con información y contrainformación, con audios de una señora llorando, mujeres y hombres afirmando saqueos ficticios, afirmando que el hampa era la que había organizado todo esto con sectores de la oposición y que venían a saquear por venganza contra el gobierno por haber arruinado las mafias mineras, porque supuestamente el hamponato minero se había quedado con sacos de billetes y mucho oro a bajo precio, cuando todo el mundo sabe que las mafias mineras son manejadas por militares y por el alto gobierno. El gobierno corre la voz de que estaba en desarrollo una especie—más una parodia que un verdadero enfrentamiento clasista— de lucha de clases de los barrios contra las urbanizaciones, los pobres contra los ricos y la jugada le salió muy bien, ya que los bolivarenses cayeron en la mentira de que se trataba del hampa organizada contra la gente común y corriente. Así los ciudadanos pasaron una noche de angustia, esperando a un grupo élite de exterminio llamado el Grupo Pantera. De esta forma los farsantes del dictador se erigen como los salvadores de la patria, como los salvadores de la ciudad.
Hoy, 19/12/16, la ciudad amaneció con 90% de comercios menos, 500 detenidos y la presencia de Diosdado Cabello anunciando en cadena regional todas las benevolencias que pondrán en marcha para reconstruir el comercio en la ciudad. Sin embargo, el clima sigue tenso en Ciudad Bolívar y el escenario de la explosión social sigue vigente y latente. Las masas probaron que lo hicieron y les fue muy bien, percibieron que los cuerpos policiales se neutralizan ante la avalancha de gente. Internalizaron que los esbirros no están ganados a exponerse para defender los intereses de los ciudadanos. Ahora el escenario se torna más complejo y peligroso para todos. De volverse a repetir un estallido social con estas características, la gente se puede volver contra la gente, las masas expresaron mucha violencia, mucha rabia, la gente perdió el sentido de ciudadanía, de la condición humana. Debemos ubicar con claridad al culpable y hacer un diagnóstico lo más aproximado a la realidad concreta para poder influir, accionar, conducir, orientar y controlar una situación como esta.
Ángel Pinto
@angelpintoh35
Secretario General (adjunto) de
Bandera Roja – Bolívar