Abundante ha sido la discusión los últimos días en torno de la exigencia de despenalización del aborto. El pasado 14 de junio fue aprobada por la cámara de diputados de Argentina la Ley que busca legalizar y despenalizar el aborto hasta la semana 14, y un plazo mayor en caso de violación. Aún falta la aprobación por el Senado Argentino, pero ya es considerado un logro para las mujeres argentinas, y un logro para las mujeres en general.

Este paso ha abierto el cuestionamiento, la duda sobre el tema, y eso es un avance y una vía para conseguir un mayor nivel de conciencia colectiva sobre un asunto. Esto motivó a una amiga periodista que recientemente planteaba en su muro de Facebook la duda que tenía ante esta discusión. Entre otras cosas escribió: “Soy demasiado pro vida como para pensar que un embarazo es un error”, lo que me obligó comentarle mis apreciaciones y ofrecer consideraciones que permitieran aclarar su duda.

Mi respuesta fue esta:

Quería responderte sobre tu duda en relación con la Ley de despenalización del aborto. Así es como se llama. No es pro aborto. Tratare de abordar todo lo que opino.

Se exige despenalizar una acción que médicamente existe, y de facto, también. Hay muchas mujeres que se practican un aborto y no pasa nada. De las que se lo practican, las que mueren son generalmente las pobres. Allí comienza el problema. Es un problema económico y de clase, aunque no lo parezca.

Vale preguntarse: ¿Por qué las que mueren son las pobres? ¿Por qué las que tienen dinero, aunque se practiquen el aborto, no mueren? Pues porque practicarse un aborto, cuando hay dinero, supone hacerlo en condiciones sanitarias óptimas. Sin dinero, las condiciones son inhumanas, se contaminan, se desangran, utilizan implementos que no son los adecuados, etc. También hay que preguntarse ¿A quiénes se les penaliza? Y nuevamente la respuesta es: a las pobres, las que van a un hospital a pedir atención luego de hacer el procedimiento clandestinamente, sin los cuidados necesarios: es a ellas a quienes se criminaliza, se señala, se condena y se judicializa, es a las pobres.

Las ricas o las de clase media no, porque su procedimiento -dinero de por medio- es en general médicamente correcto; nadie se entera, nadie señala, nadie juzga. Y yo soy de las del segundo grupo, de clase media. No de las pobres, aunque hoy estoy empobrecida. Pero esta diferencia es importante.

Tanto la mujer pobre como la que tiene dinero, se afecta emocionalmente. Quizás no igual, porque la cultura, educación y contexto influyen, pero se afectan ambas. Se afectan siempre. Allí no importa cuánto dinero tengas. Es tu cuerpo el que pasa por un procedimiento médico que socialmente es condenado, y que culturalmente han instaurado como negativo. De allí que plantear maniqueamente que con la despenalización las mujeres asumirán el aborto como método de anticoncepción, es una Maldad con “m” mayúscula.

Por otra parte, decir que eres pro vida supone señalar a quién está en favor de la despenalización, como pro muerte. Es decir yo soy «pro muerte». Pues no. Es incorrecto. No somos pro muerte. Peleamos porque dejen de morir mujeres pobres en abortos clandestinos. Apostamos a la vida y a la ciencia. Porqué la ciencia avanza y nosotros debemos avanzar con ella, en igualdad de condiciones para el acceso a esos avances.

El juicio sobre estar a favor o en contra de la despenalización del aborto, no se hace con base en las múltiples determinaciones que influyen, como múltiples y diversos que somos. No siempre son las determinaciones que te afectan individualmente las que debes considerar. ¿Por qué? -vuelve el perro con la cola entre las piernas-. Porque el problema es económico y de clase. Si yo tengo condiciones culturales, económicas y educativas, casi seguro que será más difícil que tenga que optar por un aborto. Y si lo decido, es muy poco probable que moriré en el intento. Pero las condiciones de cada mujer son distintas y hay que mirarlas a todas.

Valdría la pena preguntarse: ¿Cuántas veces se habla de la sexualidad como una condición humana para el placer y no solo para la reproducción? ¿Cuánta educación en salud sexual y reproductiva va más allá de los preservativos para evitar infecciones o embarazos? ¿Cuántos educan sobre el placer y los orgasmos? ¿Sobre saber decir NO cuando no se quiere? ¿Cuántas mujeres le dicen a su pareja que no tienen ganas de tener relaciones sexuales, si no tienen ganas? ¿Cuántas le piden a su pareja utilizar un preservativo, para evitar ellas tomar pastillas? ¿Cuántas mujeres en Venezuela, por ejemplo, pueden comprar anticonceptivos? ¿Cuántos hombres pueden comprar condones para una semana, pongamos 3 como máximo?. Peor aún, ¿Cuántos adolescentes pueden comprar condones? ¿Cuántos pueden pedirle a la familia dinero para tener una sexualidad responsable? Quizás a los chamos le es más fácil. Pero ¿y las adolescentes? Sin embargo, en la crisis venezolana la prioridad es la comida, no el placer.

Todo eso, sí se responde, nos indica que aquello de “asumir la responsabilidad” es una estafa. Al final el Estado que asume la penalización del aborto, nos responsabiliza individualmente de una situación que no es una responsabilidad individual. La salud sexual y reproductiva, la educación en este tema y la prevención son asuntos públicos y sociales. El Estado debe asumir su responsabilidad. Ninguna mujer puede ser responsabilizada individualmente. El «quién te mandó a abrir las piernas», es un exabrupto contra las mujeres. Es delegar una responsabilidad social sobre una mujer. ¿Cuántas mujeres ubican en su sexualidad el vehículo para la libertad, o para la superación de situaciones de pobreza extrema? ¿Cuántas niñas son ofrecidas o se ofrecen ellas mismas como mercancía? Ante todo esto, plantear que debemos asumir la responsabilidad de nuestros actos, es cuando menos negar la realidad.

¿Cuánta libertad real para decidir tenemos? El sistema nos va agachando las cabezas y nosotros como sociedad (algunos), con criterios religiosos y conservadores terminamos de hundirnos para no poder levantarla más. Analizar todo en la vida desde la consideración de la multiplicidad de determinaciones hace que la comprensión vaya más allá de nuestra cuadra y media de visión.

Cuando apoyo la despenalización del aborto, no pienso en mí. Pienso en la cantidad de niñas que atendí en Petare cuando fui Consejera de Protección de NNA. En ellas, que no tienen en su medio cercano un apoyo para que ser madre no sea su única alternativa, la exigencia, además, es completa: Educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar y aborto legal para no morir.

Por último, las leyes deben ser planteadas para que entremos todos, para que los que lo apoyan (el aborto) se sientan protegidos y los que no, también. Por ahora, solo están incluidos los que no apoyan el aborto. Los que sí, estamos excluidos de la legislación, estamos penalizados. La sociedad capitalista, que es en la que vivimos, en sí misma es injusta. Avanzar para lograr ir cerrando espacios de injusticia, es a lo que debemos propender. Y la penalización del aborto es una injusticia que debemos superar.

Publicado en Efecto Cocuyo

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