¿Realmente es necesario que afirmemos que Venezuela atraviesa una grave crisis económica? La realidad aplasta al verbo. ¿En qué punto estamos y hacia dónde vamos? Es urgente comprender la gravedad, profundidad y carácter de esta crisis. Entender mal la economía es entender mal la política y por ende la salida y el tipo de cambio requerido.

Lo fundamental (y en este caso también lo principal) debemos resumirlo en que se ha destruido sistemáticamente el aparato productivo nacional. De 11 mil 200 empresas registradas para 1998, hoy quedan siete mil, (4.200 han cerrado) según cifras de Conindustrias. Esto produce en primera instancia dos efectos directos sobre la economía: 1) la creación de riqueza se restringe al negocio petrolero, haciendo más dependiente y monoproductor que nunca al país (una crítica que toda la vida fue contundente desde la llamada «izquierda») y 2) hace depender el consumo nacional (mercado interno) de las importaciones, compradas con los dólares que el flujo de caja petrolera permite. Así, al caer el ingreso de Pdvsa la afectación al mercado interior es casi inmediata.

Esto explica la necesidad de que el gobierno estableciera controles en diversas áreas, pero principalmente en el tipo de cambio. El resto de controles, incluso los que siguen creando, es consecuencia lógica y previsible. En pocas palabras, son el resultado y no la causa de la crisis. Mientras más aguda la catástrofe, mayor la cantidad de
controles que van a establecer si no corrigen el fondo del problema.

Una apologética opositora ha decidido arremeter contra los controles de precio, cambio y demás tipos, buscando identificar este tipo de medidas con políticas de corte socialista. Por un sentido elemental de la economía esto evidencia a todas luces que poco les importa la economía y la comprensión que deba tener la población de ella, más que su necesidad de hacer propaganda política buscando afianzar la tesis de que el problema es el socialismo.

Uno de los propagandistas liberales más proyectados de la derecha recalcitrante venezolana, hoy disfrazada de progresista, el economista José Guerra, a pesar de su sistemática campaña contra el socialismo con la que ayuda enormemente en la propaganda oficialista, ha sido cuidadoso respecto de los controles. Sabe (por cultura general) que romper abruptamente este tipo de medidas puede producir un efecto grave y peligroso en la economía. Es decir, no es un asunto fácil de resolver porque requiere una solución estructural.

Pranes, bachaqueros, raspacupos: nuevas categorías

Es necesario comprender el tipo de Gobierno por el que estamos sometidos. No se trata estrictamente de una representación de clase o sector social que llegó al poder, aunque los mueven inevitablemente determinados intereses de clase. Quienes ejercen el poder de manera directa fueron en su momento un experimento de «salida» de los sectores dominantes para mantenerse. Un capitalismo rentista y parasitario buscó su sostenimiento experimentando. Chávez, su experimento, fue un eficiente muro de contención para la fuerza revolucionaria contenida en la Venezuela de los 90, ya a punto de estallar para 1998.

Aquí es vital que obviemos absolutamente el discurso levantado por unos y otros, y vayamos a lo objetivamente veraz. Los actuales gobernantes no llegaron como mafias pero se convirtieron rápidamente y producto del usufructo despótico de la renta petrolera, en clanes, en cofradías, en pranes; se hicieron mafias en la medida en que afianzaron el carácter dependiente y rentista del tipo de capitalismo que para 1998 hacía aguas. Una prueba inevitable (aunque no hay suficientes cifras actualizadas) está en que para 2012 el 95,7 % del valor total exportado por Venezuela correspondía a exportaciones petroleras. Venezuela dejó de exportar casi en su totalidad bienes distintos al petróleo.

Podemos decir que como nunca, lo que comenzó en el Pacto de Punto Fijo como una política progresiva de afianzamiento de un modelo de economía correspondiente al papel asignado a Venezuela en la división internacional del trabajo, ser un país monoproductor, en el gobierno chavista alcanzó el cenit, atando a Venezuela a una riqueza fácil, fortuita, rentística: el petróleo y sus negocios derivados.

Esto produjo varios fenómenos en política y en economía. Podemos decir que es poco conocido (o quizás inexistente) un país cuyo proceso de destrucción de su aparato productivo haya sido tan veloz y eficiente. Los regentes del poder (y de la renta) fueron repartiéndose el negocio (y sus correspondientes ganancias) a través de la constitución de sectas o agrupaciones que hoy adquieren niveles inauditos, asociados con sectores de la oligarquía financiera y sus expresiones nativa e internacional, marcadamente favorables al grupo Brics y principalmente a China y Rusia.

La cifras hasta ahora saqueadas por las mafias del gobierno (todas provenientes de una renta petrolera que se estima en 972 mil millones de dólares entre 1999-2014) a través del blanqueo de capitales en bancos suizos, españoles y otros mecanismos, sobrepasa los 259 mil millones de dólares. Casi un tercio del total del ingreso petrolero recibido todos estos años. Esto hace palidecer a los corruptos cuartorepublicanos. Las mafias actuales han surgido como una determinación económica novedosa, y como una determinación política de una contundencia insospechada en el mundo.

La extensión del concepto de saqueo de la renta petrolera ha dado fruto a categorías económicas innovadoras. Por ejemplo el raspacupismo, como mecanismo de especulación con el diferencial entre el precio controlado y el precio especulativo del dólar a través de viajes, compras por internet, entre otros. Pero el más emblemático: Bachaquear.

Este último ha sido introducido como verbo económico, como actividad extendida y como mecanismo de distribución de productos y también de redistribución de renta petrolera por la vía de la especulación. Lo que es comprado con los dólares preferenciales del petróleo, es redistribuido por un nuevo sector económico en el área de la distribución. La mano invisible del mercado hace gala de su popularización y debería ser reivindicada en toda su extensión por los economistas liberales de hoy ya que es clara expresión de la tan periclitada iniciativa privada, aunque algunos se empeñen en negarlo. La realidad aplasta.

Entre tanto, en los últimos 10 años (2004-2014) creció el empleo improductivo dependiente del Estado en 79% según las investigaciones del INE. Más de 2 millones 600 mil de empleados públicos (casi  el doble respecto a 2004) han engrosado las filas de los trabajadores que dependen de la renta del Estado. Un ejército improductivo y controlado casi absolutamente por la política oficial que crece inmensamente, mientras el sector empleado formalmente en empresas productivas ha decaído al menos 20% según la misma fuente en ese período.

Los males endémicos del capitalismo, como el freno al desarrollo de las fuerzas productivas, el empobrecimiento, la especulación y el saqueo, acompañados de la indiferencia, el individualismo y la búsqueda del beneficio particular, se han desatado en Venezuela a niveles cosmonáuticos y han sido fomentados ampliamente por la política gubernamental. Pranes, mafias, raspacupos y bachaqueros son sinónimos del capitalismo en su estado más salvaje. Son el liberalismo capitalista en su faceta más pura y simple.

Nada que ver con socialismo

Hoy, la dependencia de los precios petroleros es casi absoluta y la caída en los ingresos en dólares producto de la baja de los precios petroleros, se corresponde con la caída en la cantidad de productos que estamos en capacidad de importar. ¿De dónde viene el pollo, la carne, los productos de subsistencia en general que compramos? No es un gran análisis lo que necesitamos para esto sino la fuerza de los hechos: en una cola de Mercal o Bicentenario nadie dudará en decir lo que es correcto, que son importados.

La escasez, entonces, no es un asunto de controles. No se trata de una política maquiavélica particular sino resultado del afianzamiento de la dependencia. Es objetivamente consecuencia. Hay menos productos incluso elementales para vivir, pero también cae la capacidad de demanda (salarios) de la población en general. A menos renta, menos importaciones, menos salarios.

Según el último estudio realizado entre las universidades Central de Venezuela, Católica y Simón Bolívar, la pobreza general en nuestro país se sitúa en un 48%, mientras que el 23% se encuentra ya en pobreza extrema. Y según el INE y con todo el maquillaje estadístico que esto supone, para 2014 un 40,5%; de la fuerza laboral estaba en la economía informal y no en áreas de la producción.

Ha aumentado la pobreza a pesar del inmenso y multimillonario ingreso petrolero que ha recibido el país en los últimos años, y descontando los incalculables robos realizados en el marco de los repartos indiscriminados de dinero sobre la población a través de vulgares medidas de corte asistencial (propias de países capitalistas y populistas por su utilidad político electoral) tan comunes en países de mayor desarrollo como los mismísimos Estados Unidos.

Pero para hablar de países imperialistas y responder al mismo tiempo al engaño respecto del «socialismo» que el chavismo utiliza de coartada y engaño discursivo, es bueno señalar dos aspectos incontrovertibles. El liderato del nuevo bloque imperialista que hoy se disputa el mundo, lo tienen China y Rusia.

Independientemente de la propaganda y la apologética anticomunista, Rusia alcanza esta primacía como resultado de un desarrollo significativo de sus fuerzas productivas en su etapa verdaderamente socialista, que niveló y desplazó en corto tiempo a los países más desarrollados en diversas ramas estratégicas; que derrotó a la potencia bélica más grande de la historia mundial, la Alemania nazi. Luego, también superó a EEUU que para entonces heredaba de Alemania el liderazgo como el país con más nivel de desarrollo industrial del planeta.

Por su parte, China hoy es sin duda la mayor potencia industrial después de un período contradictorio de socialismo asiático. De ser uno de los países junto con Rusia más atrasados del mundo y como resultado de una política de atracción de capitales principalmente norteamericanos hacia su territorio, con una mano de obra disciplinada y de tradición, formada ampliamente y muy bien alimentada en el período socialista, pasó a ser una potencia que hoy se disputa el mundo por materia prima y mercados para satisfacer su demanda en casi todas las ramas de la producción.

No. Esto de Venezuela no es socialismo y nunca lo fue. En días recientes en una de las tímidas críticas chavistas al madurismo, Ana Elisa Osorio detallaba seguramente sin querer lo que significa la política económica del oficialismo durante todo este período. Aseguraba, respecto a la Misión Vivienda que «esto no puede ser populismo
nada más»… «Populismo nada más». Esto es lo que resume en buena medida las políticas públicas de la supuesta revolución y nada más.

Venezuela necesita un cambio urgente. Salvar a Venezuela para salvar su economía y no al revés. En eso se resume el reto actual. El desarrollo inmediato de la producción, en primer lugar con un desarrollo acelerado de la industria pesada y de materias primas para apalancar una fase de revolucionarización industrial, combinando sistemas de propiedad (privada y estatal) y afianzando la protección a la producción nacional por parte del Estado; dirigir toda la inversión pública y privada a la producción de bienes para consumo nacional y sustituir la utilización de la renta en importaciones para dirigirla hacia el área productiva; desarrollo inmediato y protegido del agro, canalización del crédito hacia la actividad productiva y concentración del ingreso petrolero en la diversificación petroquímica y en general en el desarrollo socioproductivo. Estas son algunas medidas inmediatas que echarían por tierra los controles, incluso en corto plazo. No se trata de controles, se trata de la producción, pero en primer lugar, de cambio y de una amplia unidad para la reconstrucción nacional.

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