Quiebras la voluntad de los pequeños, porque tienes un garrote. Sacas a la Asamblea votada por la mayoría, a sentarse en las escaleras, y llenas las paredes con tus efigies, tus fetiches malignos, porque tienes un garrote.
Dices que mandas y hablas de victoria, cuando lo único que tienes es un garrote. Todo lo pierdes, pero te bastan tus jueces vampirescos y decretos sin honra ni virtud, para cantar la victoria.
Golpeas en la espalda de mis hijos y en la moral de un pueblo sin esperanza ni comida. Veo la televisión muerta, las mujeres más arrechas, apagadas, los pensamientos perdidos, buscando en el cielo una explicación a tanto sufrimiento, buscando en la memoria algo que justifique tanta tristeza en los ojos amados.
Veo la tierra empobrecida, como odiada, las maquinas desfallecen, no hay dinero, semáforos, electricidad, médicos, medicinas. El calor calcina y no hay agua. Solo porque tienes un garrote.
Un garrote que se mete durante la noche en las casas de los más valientes y los desaparece. Un garrote que golpea tanto que ya no sabemos de dónde vienen los golpes. Hace años que perdimos la cuenta, y ya nuestro cuerpo hace costra como la piel de la fiera domada. A cada cicatriz, una lágrima. A cada lágrima, una costra nueva en el ánimo.
Golpeas, insultas y nos minimizas. Plaffff, crujen las costillas, y gritas “es tu culpa”, “no protestes”, “deja que destruyamos todo lo que te rodea, tu memoria, tus esperanzas, y si te quejas, eres enfermo, inferior, marico, pitiyanqui, loco, sifrino, histérico, mujer”…
Y todo lo que tienes es un garrote. Cada vez que me golpeas sabes que tengo razón, y por eso me das con saña. Quieres apagar mi voz, y con ello, apagar la voz de tu madre en la conciencia: Hijo ¿Qué haces? ¿Qué coño estás haciendo?